Neferet
Las cosas estaban yendo a pedir de boca.
Los iniciados rojos estaban causando problemas.
Dallas odiaba a Rephaim con una intensidad simplemente encantadora.
Gaea estaba de los nervios por los humanos que trabajaban en los jardines, hasta el punto que había olvidado cerrar con llave la puerta lateral por la que entraba el servicio y uno de los mendigos que solían frecuentar la calle Cherry, «vete tú a saber cómo», había sentido el impulso de adentrarse en la calle Utica y había accedido al campus.
—Y a punto estuvo de que Dragon, que ve cuervos del escarnio por todas partes, lo cortara en dos —dijo Neferet casi ronroneando.
En ese momento se dio unos golpecitos en la barbilla con expresión pensativa. Detestaba que Tánatos se hubiera instalado en la Casa de la Noche. Pero el lado positivo de que el Alto Consejo se metiera donde no lo llamaban era que obligaban a todos esos alumnos «especiales» a que asistieran a la misma clase, y eso no hacía más que añadir ramas secas a las brasas.
—¡El caos! —rio Neferet—. Va a provocar que salten chispas.
La Oscuridad, su inseparable compañera, se le acercó aún más, enroscándose en sus piernas como una dulce caricia.
Una hora antes, durante el descanso entre clase y clase, había oído a dos de los ridículos amigos de Zoey hablando entre sí. Por lo visto la relación entre las gemelas, Shaunee y Erin, se había enfriado, y aquello estaba afectando a todo la piara.
Neferet soltó un bufido sarcástico.
—Normal. Ninguno de ellos es lo suficientemente fuerte para valerse por sí mismo. Van siempre juntos, como los borregos que son, intentando mantenerse alejados del lobo. —Se iba a divertir de lo lindo observando cómo se desarrollaba aquel pequeño drama—. Tal vez debería hacerme amiga de Erin. En momentos de necesidad… —caviló en voz alta.
Neferet sonrió y descorrió las pesadas cortinas que solían cubrir los enormes ventanales de sus aposentos, divididos por un parteluz, y que la protegían de los ojos curiosos de algunos miembros de la escuela. A continuación abrió las ventanas e inspiró profundamente, llenándose los pulmones de la suave y cálida brisa. Luego cerró los ojos y abrió los sentidos, olfateando el viento en busca de algo más que el olor a incienso del templo y a hierba recién cortada. Abrió la mente para saborear los aromas de las emociones que manaban de la Casa de la Noche y de sus habitantes, enturbiando el aire.
Era intuitiva, tanto en el sentido literal de la palabra como en el menos literal. De hecho, en ocasiones era capaz de leer los pensamientos, aunque en otras solo podía paladear las emociones. Si dichas emociones eran lo bastante fuertes, o la mente de la persona en cuestión lo suficientemente débil, incluso podía vislumbrar imágenes mentales, representaciones visuales de los pensamientos que habitaban en sus mentes.
Era más sencillo cuando se encontraba cerca de la persona, tanto desde el punto de vista físico como emocional, pero no era imposible tamizar la noche intentando recabar pequeños atisbos, especialmente en una noche tan cargada de emociones como aquella.
Neferet se concentró.
Sí, percibía cierta tristeza. Ahondando aún más reconoció las banales emociones de Shaunee, de Damien, e incluso de Dragon, aunque los sentimientos de los vampiros eran siempre más difíciles de leer que los de los iniciados o de los humanos.
En ese momento pensó en los humanos e intentó inhalar a Aphrodite, tocar al menos una pequeña brizna de las emociones de la joven, pero sin éxito. Aphrodite siempre le había resultado tan inaccesible como Zoey.
—No importa —dijo reprimiendo su frustración—. Hay otros muchos humanos en juego en mi Casa de la Noche.
La alta sacerdotisa se concentró en Rephaim, en sus marcadas facciones que recordaban enormemente a las de su padre y en el enamoramiento que lo había llevado a tomar forma humana…
Nada.
No conseguía dar con Rephaim, aunque estaba convencida de que debía estar lleno de emociones perfectamente legibles. ¡Qué extraño! Los humanos solían ser víctimas extremadamente fáciles. Humanos…
Entonces sonrió y focalizó la atención en un humano mucho más interesante. Se trataba del vaquero, el que había elegido cuidadosamente para la pobre y reprimida Lenobia.
¿Qué era lo que había dicho la profesora de equitación el día que se habían conocido, cuando Lenobia había pensado que eran amigas? ¡Ah!, recordó Neferet. Habían estado hablando de la posibilidad de emparejarse con un humano y del hecho de que ninguna de ellas lo deseaba. Neferet no había admitido que en realidad le revolvían en estómago y que jamás permitiría que uno de ellos la tocara sin reaccionar violentamente. Nunca más. En vez de eso se limitó a escuchar la confesión de Lenobia: «Cuando lo perdí, casi pierdo la razón. No dejaré que vuelva a sucederme, de manera que prefiero mantenerme alejada de todos los humanos, sin excepción».
La alta sacerdotisa cerró los ojos, inspiró profundamente y se clavó sus largas y afiladas uñas en la palma de su mano izquierda. Luego, mientras la sangre brotaba y después empezaba a gotear, la ofreció a las sombras escrutadoras, pensando en el vaquero que había plantado en la tierra del ruedo de Lenobia, que apestaba a estiércol.
Fuerzas oscuras, llenad mi ser,
para que sus emociones pueda ver.
El dolor que sentía en la palma de la mano no fue nada comparado con el chute de energía que recibió en aquel momento. Neferet la controló y la dirigió hacia las cabellerizas. El sacrificio fue justamente recompensado. Podía sentir la calidez y la compasión del vaquero humano, su alegría y su deseo. Y entonces se rio en voz alta porque percibió también su dolor y su confusión junto con una corriente inversa que solo podía corresponder a la congoja de Lenobia.
—¡Qué delicia! Todo está saliendo según lo planeado.
Distraídamente, se desembarazó del más agresivo de los hilos de la Oscuridad y se lamió las heridas de la mano, cerrándolas.
—Eso es todo por ahora. Si queréis más, tendréis que esperar un poco.
Entonces se rio al comprobar su reticencia a dejar de alimentarse de ella. Aún así, le resultó muy fácil someterlas. Saben muy bien que mi verdadera lealtad, mi auténtico sacrificio, es solo para él, el toro blanco. Solo pensar en él y en su extraordinario poder hizo que Neferet se estremeciera de añoranza. Tiene todo lo que cualquier dios o diosa debería tener. ¡Tengo tanto que aprender de él!
Entonces lo decidió. Le pondría una excusa a la entrometida de Tánatos y dejaría el colegio antes del amanecer. Tenía que estar con el toro blanco. Necesitaba absorber un poco más de su energía.
Seguidamente cerró los ojos e inspiró el aire nocturno, regodeándose con la idea de encontrarse con su consorte, la Oscuridad en persona. Y, por un momento, Neferet creyó ser casi feliz.
Justo en aquel momento, ella se entrometió. Ella siempre se entrometía.
—En serio, Shaunee. No puedes quedarte aquí.
Neferet hizo una mueca de asco, abrió los ojos y se asomó a la ventana para ver lo que sucedía en la acera de abajo. Zoey tenía a la chica negra cogida por el brazo, como si intentara evitar que se dirigiera al aparcamiento.
—Te aseguro que lo he intentado, pero el día de hoy ha sido una pesadilla. Una auténtica pesadilla. Así que voy a coger la bolsa con mis cosas que cogí de la estación y que dejé en el minibús y voy a instalarme en mi antigua habitación en el ala de las chicas.
—Por favor, no —dijo Zoey.
—Tengo que hacerlo. Erin hiere mis sentimientos una y otra vez. —A Neferet le pareció que la chica estaba a punto de llorar. Su debilidad repugnó a la Tsi Sgili—. Además, ¿qué importancia tiene?
—¡Tiene mucha importancia! Eres una de los nuestros. —Neferet detestó el afecto sincero que se percibía en la voz de Zoey—. Puedes estar cabreada con Erin, incluso podéis dejar de ser mejores amigas, pero no puedes permitir que toda tu vida explote por ese motivo.
—No soy yo la que explota. Es ella —protestó Shaunee.
—Entonces demuéstrale que eres mejor persona que ella. Sé quien quieras ser. Tal vez así le demostrarás que podéis volver a ser amigas.
—Pero no gemelas. —Shaunee habló en un tono de voz tan bajo que Neferet apenas pudo oírla—. No quiero volver a ser la gemela de nadie. Solo quiero ser yo misma.
Zoey sonrió.
—Eso es precisamente lo que tienes que hacer. Ve a la sexta hora y te prometo que hablaré con Erin. Las dos sois parte de nuestro círculo, y eso tiene que contar algo.
Shaunee asintió lentamente con la cabeza.
—De acuerdo, pero solo si hablas con ella.
—Lo haré.
Neferet hizo otra mueca de desagrado cuando Zoey abrazó a la chica negra que empezó a desandar el camino que conducía al edificio principal del colegio. Se había imaginado que Zoey la acompañaría, pero en vez de eso la joven dejó caer los hombros y se frotó la frente como si le doliera. Si esa pequeña zorra dejara de inmiscuirse en los asuntos de sus superiores, no tendría tantas preocupaciones, pensó Neferet mientras observaba a Zoey bajar de la acera y pegar un sonoro puntapié a una lata que, sin lugar a dudas, los malditos humanos encargados del cuidado del jardín habían olvidado. Consciente del efecto que tendría en la quisquillosa Gaea el hecho de que hubieran dejado restos de basura por ahí tirados, Neferet sonrió.
La lata de Zoey rodó hasta chocar con la raíz de uno de los enormes robles que salpicaban los terrenos del colegio. Las ramas desnudas se agitaron con otra fuerte ráfaga de viento cálido, casi ocultándola a su vista, casi como si la rodearan para protegerla mientras la joven se agachaba para recoger la lata.
Protegerla…
Neferet abrió mucho los ojos. ¿Qué pasaría si Zoey realmente necesitara protección? Ciertamente, los árboles no lo harían, no sin que esa chica insoportable invocara a las fuerzas de la tierra. Y Zoey no caería en la cuenta de que tenía que invocar al elemento si una repentina ráfaga de viento, un repentino «accidente», provocara la rotura de una rama y cayera sobre ella.
Zoey no se daría cuenta de lo que estaba pasando hasta que fuera demasiado tarde.
Sin inmutarse lo más mínimo, Neferet introdujo sus uñas en los cortes rosados, que todavía no se habían cerrado y, levantando la palma de la mano rebosante de sangre dijo:
Bebed y obedeced. La rama debe hacer algo más que agitarse. Arrancadla, rompedla, arrojadla al suelo. Aplastad, herid, matad a la chica llamada Zoey.
Neferet se preparó psicológicamente para el dolor que conllevaba el que la Oscuridad se alimentara de ella, y se sorprendió al darse cuenta de que no sentía nada. Entonces echó un vistazo a las ramas y a continuación se miró la palma de la mano. Los pegajosos zarcillos de la Oscuridad se agitaban y retorcían a su alrededor, pero no se alimentaban.
Lo que pides tienta al destino.
Es por eso que el sacrificio ha de ser grande.
El sonsonete fluyó en el interior de su mente, y Neferet reconoció en él el eco de su poderoso consorte.
—¿Qué necesitas de mí? ¿Cuál debe ser el sacrificio?
La respuesta retumbó en la cabeza de la alta sacerdotisa.
Su fuerza vital requiere que el sacrificio sea equiparable a tu orden.
La rabia se apoderó de Neferet. ¡Zoey siempre causándole problemas! Con un esfuerzo enorme, Neferet rebajó el tono para que sus palabras no ofendieran a su consorte.
Cambio mi petición. No matarla será mejor. Asústala. Lastímala. Pero deja su línea vital intacta y pura.
Entregándose al dolor, los hilos de la Oscuridad cayeron sobre la sangre acumulada en la mano de Neferet. Ella no se estremeció, ni gritó, sino que sonrió y apuntó hacia el árbol.
Mi sangre es para ti. Yo te lo ordeno: hágase mi voluntad.
La Oscuridad fluyó a chorros a través de la ventana de Neferet e, imitando al viento, empezó a girar alrededor de las poderosas ramas del roble formando remolinos. Neferet lo observó todo obnubilada. Zoey había recogido la lata y se alejaba lentamente del árbol en dirección a la acera.
No obstante, el viejo roble era enorme y la joven seguía debajo.
Como si se tratarse de un látigo, los zarcillos de la Oscuridad rodearon la más baja de sus ramas. A continuación se oyó un terrible y maravilloso crujido, y la madera se quebró y cayó mientras Zoey miraba hacia arriba con los ojos y la boca muy abiertos, completamente paralizada.
A pesar de lo que su consorte había dicho, por un delicioso momento Neferet creyó que Zoey había muerto.
Y entonces, inesperadamente, una especie de borrón plateado irrumpió en la escena. Zoey cayó al suelo, quedando fuera de la trayectoria de la rama, que se estrelló contra el suelo sin causar ningún daño. Mientras Neferet lo observaba, incrédula, Aurox y Zoey empezaron a moverse lentamente, desenrollándose de la maraña en la que se habían convertido sus cuerpos cuando la había salvado del «accidente».
Emitiendo un ruido de absoluto desprecio, Neferet se apartó de la ventana y corrió las pesadas cortinas.
—Decidle a mi consorte que, en mi opinión, podría haberle causado alguna que otra magulladura más —dijo dirigiéndose a los retorcidos hilos que le acompañaban permanentemente, a sabiendas que, aunque no le trasmitirían sus palabras exactas, al menos haría llegar su intención al toro blanco—. Creo que mi sangre merece algo más que un revolcón, aunque soy consciente de que ha sido muy astuto por su parte enviar a Aurox a rescatarla. Eso hará que prospere la idea entre esos estúpidos iniciados de que la criatura es un héroe.
Los ojos color esmeralda de Neferet se abrieron aún más cuando cayó en la cuenta de algo que no había considerado hasta ese momento.
—¡Qué maravilloso sería que uno de los estúpidos iniciados que consideran al recipiente como una figura heroica fuera la propia Zoey Redbird!
La Oscuridad se replegó alrededor de sus piernas mientras abandonaba la habitación y, con una sonrisa maliciosa, fue en busca de Tánatos.
Zoey
De manera que acababa de realizar una buena acción, mejor dicho, dos. Había convencido a Shaunee para que desistiera de su idea de abandonar la estación, y había recogido restos de basura tirada por el suelo. Tenía la lata en la mano pensando en lo mucho que me apetecía tomarme un refresco cuando el viento, que llevaba toda la noche haciendo cosas raras, se levantó y ¡crac!, la gigantesca rama que tenía justo encima se rompió, desprendiéndose del árbol. No tuve tiempo de hacer nada excepto quedarme mirando con la boca abierta, paralizada por el miedo, y entonces me asestó un golpe bajo y fuerte por un lateral, como había visto hacer un trillón de veces en los partidos de fútbol americano. El impacto me dejó sin aire y sentí como si me fuera a ahogar bajo un chico que pesaba, al menos, una tonelada.
—¡Aparta! —acerté a decir jadeando, intentando liberarme de su pesada pierna. Después de un rato forcejeando, finalmente conseguí que se quitara de encima con un gruñido. Una vez me liberó de su peso, por fin pude tomar un poco de aire e incorporarme ligeramente, apoyándome sobre los hombros. Mi mente trabajaba lentamente. Entonces, por el rabillo del ojo, vi la enorme rama, que todavía temblaba debido al fuerte impacto contra el suelo. Podría haberme matado, pensé levantando la vista hacia la persona a la que debía un enorme «gracias».
Unos ojos del color de las piedras de luna me observaban fijamente. En el mismo instante en que nuestras miradas se cruzaron, levantó las manos y dio un paso atrás, como si esperara que me abalanzara sobre él dispuesta a atacarlo.
La piedra vidente que reposaba entre mis pechos empezó a emitir calor, inundando mi cuerpo de una sensación de calidez que parecía haberse acentuado por el contacto con la piel de Aurox. Debía de ser fruto de mi imaginación, pero el caso es que el calor de la piedra persistía por todo mi cuerpo a pesar de que ya no nos estábamos tocando.
—Estaba haciendo la ronda.
—Sí, claro —dije apartando la mirada de él, fingiendo que estaba demasiado ocupada sacudiéndome la hierba y las hojas de la falda mientras intentaba poner un poco de orden en mis confusos pensamientos—. Lo haces mucho.
—Te vi debajo del árbol.
—Ajá. —Sin dejar de sacudirme la hierba y demás cosas por el estilo, de pronto caí en la cuenta: ¡Aurox te ha salvado la vida!
—No pensaba acercarme a ti, pero entonces oí el ruido de la rama al romperse. Creí que no llegaría a tiempo —explicó con voz temblorosa.
Entonces levanté la vista y lo miré. Parecía superincómodo. Mientras lo observaba detenidamente, allí en pie, como un pasmarote, de repente me di cuenta de que, independientemente de quién fuera realmente, en aquel momento era solo un chico inseguro que se sentía fuera de lugar, como cualquier otro adolescente.
Una parte del agobio y de la terrible ansiedad que sentía desde que lo había visto por primera vez empezó a desvanecerse.
—Bueno, pues me alegro de que al final lo consiguieras —dije intentando sonar lo más calmada posible y mantener mis emociones bajo control. Solo me faltaba que apareciera Stark dispuesto a atacar a quien se le pusiera por delante—. Y puedes bajar los brazos. No voy a morderte ni nada parecido.
Él los bajó y se metió las manos en los bolsillos.
—No era mi intención tirarte al suelo. No pretendía lastimarte —se justificó.
—Esa rama podría haberme hecho mucho más daño. Además, ha sido un buen placaje. Heath le habría dado el visto bueno.
Apenas terminé la frase, cerré la boca de golpe. ¿Por qué demonios le estaba hablando de Heath?
Aurox miró a su alrededor con expresión confundida.
—Lo que quiero decir es que me alegro de que me salvaras.
Él parpadeó, aturdido.
—De nada.
A continuación empecé a levantarme y él me tendió una mano. Yo me quedé mirándola. Era una mano de lo más normal. No había nada en ella que recordara a una pezuña. Entonces deslicé la mía entre sus dedos y nuestras palmas se juntaron. En ese momento supe que no me lo había imaginado. Su piel irradiaba el mismo calor que la piedra vidente.
Apenas me puse en pie, retiré mi mano de la suya.
—Gracias —dije—. Una vez más.
—De nada. —A continuación hizo una pausa y sonrió—. Una vez más.
—Será mejor que vuelva a clase. Está a punto de empezar la sexta hora —dije, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros—. Tengo que terminar de acicalar una yegua.
—Y yo tengo que continuar con la ronda.
—Entonces, ¿solo tienes clase a primera hora?
—Sí. Son órdenes de Neferet —dijo.
Me pareció percibir algo extraño en su voz. No se trataba exactamente de tristeza, sino más bien de resignación, además de un cierto embarazo.
—Bien, entonces te veo mañana a primera hora.
No estaba segura de qué más decir. Él asintió y ambos nos dimos la vuelta y empezamos a caminar en dirección contraria, pero había algo referente a la clase que teníamos a primera hora que me rondaba por la cabeza y que me no me dejaba en paz.
—¡Aurox! ¡Espera! —Con expresión intrigada, el joven regresó sobre sus pasos y se reunió conmigo junto a la rama rota—. Respecto a la pregunta que has escrito hoy, ¿lo decías en serio?
—¿En serio?
—Quiero decir… ¿de verdad no sabes qué eres? —le pregunté.
Él vacilo antes de responderme durante lo que me pareció una eternidad. Me di cuenta de que estaba pensando, y tal vez sopesando, lo que debía o no debía decir. Me estaba preparando para soltar algún cliché del tipo «no te preocupes, no se lo diré a nadie» (y, que además era mentira), cuando finalmente respondió.
—Sé lo que se supone que soy. Lo que desconozco es si soy solo eso.
Nuestros ojos se encontraron y esta vez pude percibir claramente la tristeza en ellos.
—Espero que Tánatos te ayude a encontrar la respuesta.
—Yo también. —Entonces me sorprendió añadiendo—: Tú no tienes un espíritu malvado, Zoey.
—Bueno, no soy la chica más maja del mundo, pero intento no ser una mala persona —dije.
Él asintió con la cabeza como si lo que había dicho tuviera sentido para él.
—Bueno, ahora tengo que irme. Buena suerte con el resto de la ronda.
—Ten cuidado cuando pases debajo de los árboles —dijo él antes de echar a correr.
Yo levanté la vista y me quedé mirando el árbol. Él viento, que hacía un momento soplaba con una fuerza inusitada, se había convertido en una suave brisa casi imperceptible. El viejo roble parecía fuerte, firme y totalmente inquebrantable. Mientras caminaba de vuelta al edificio principal para asistir a la sexta hora, pensé en lo engañosas que pueden resultar las apariencias.