Zoey
Al igual que el sábado, el domingo también acabó siendo una auténtica mierda. Cuando, pasado un tiempo, volví la vista atrás, me di cuenta de que fue a partir de la ruptura entre Shaunee y Erin que todo empezó a desenmarañarse. El hecho de que ellas dejaran de hablarse produjo un extraño efecto en el resto de nosotros. Era como si el cabreo entre ellas nos desequilibrara a todos.
—No sé a ti, pero a mí las comparte-cerebros me están sacando de quicio.
Aphrodite se sentó de golpe junto a mí en el bordillo de la acera que rodeaba la rotonda de delante de la estación. Yo suspiré y me dije a mí misma: eso me pasa por querer estar sola unos segundos. A continuación me aparté un poco para dejarle sitio.
—Sí, lo sé. Resulta extraño no verlas siempre juntas, y ahora Shaunee parece que va a romper a llorar de un momento a otro y Erin se pasa el día de morros sin decir una palabra. La situación ahí abajo es para volverse loca.
—Fuego y hielo —masculló Aphrodite.
Yo me quedé mirándola con los ojos muy abiertos.
—¿Sabes? Puede que tengas razón.
—No sé cuándo coño te vas a dar cuenta de que yo casi siempre tengo razón. —En ese momento sacó una lima de fantasía con brillantitos y empezó a limarse las uñas—. No tengo ni idea de lo que significa el resto de ese estúpido poema, pero estoy convencida de que una parte habla de las comparte-cerebros.
—¿Por qué te estás limando las uñas?
Ella me miró con cara de «¿qué mierda de pregunta es esa?».
—Porque en esta estúpida ciudad no hay suficientes spas que estén abiertos toda la noche. Bueno, exceptuando algunos antros terroríficos, pero yo quiero hacerme las uñas, no depilarme el pubis. O peor aún, que me peguen el sida.
—Aphrodite, algunas veces no entiendo ni palabra de lo que dices.
—En ese caso, creo que deberías ir pensando en ampliar tus horizontes. Bueno, como iba diciendo, ¿qué piensas hacer con las frikimelas?
—Pues nada. Son amigas, y a veces las amigas se cabrean entre ellas. Tendrán que encontrar la manera de resolverlo por sí mismas.
—¿En serio? ¿Me estás diciendo que no se te ha ocurrido nada mejor?
—¿Y qué carajo quieres que haga?
—¡No me lo puedo creer! ¿Acabas de decir una palabrota? Que yo sepa, «carajo» —dijo haciendo el gesto de las comillas con los dedos— es una palabrota.
—¿Sabes lo que te digo? ¿Por qué no te vas al ídem y lo compruebas? —le solté mirándola con cara de asesina—. Y por millonésima vez, ¡no tiene nada de malo no hablar como una verdulera!
—Gritando y diciendo palabrotas. Dentro de poco nos enteraremos de que se ha producido una pelea de bolas de nieve en el infierno.
—Eres odiosa —le dije apretando los dientes y pronunciando las palabras lentamente.
—Gracias. Y ahora en serio, ¿qué piensas hacer a propósito de las gemelas?
—¡Dejarlas respirar! —No había sido mi intención gritar, pero al escuchar el eco de mi voz rebotando en las paredes de piedra del edificio me di cuenta de que no había sido así. Entonces respiré hondo e intenté reprimir mis ganas de estrangular a Aphrodite—. No tengo por qué sentirme responsable cada vez que uno de mis amigos tiene problemas con otro. Ni siquiera tiene sentido.
—Está en el poema. Es estúpido, pero profético —dijo sin dejar de limarse las uñas.
—Sigo sin entender que tiene eso que ver con que yo…
De repente cerré la boca al ver un Lincoln Town Car entrando en la rotonda y deteniéndose delante de nosotras. Mientras mirábamos con la boca abierta y cara de idiotas, un Hijo de Érebo bajó del lado del conductor e, ignorándonos por completo, abrió la puerta trasera.
A continuación, tendió la mano y ayudó a bajar a la alta y estilizada Tánatos, que descendió elegantemente del coche vestida con un traje de terciopelo azul oscuro. Ella nos sonrió e hizo un gesto con la cabeza en señal de reconocimiento a nuestra reverencia, a pesar de que era evidente que lo que realmente le interesaba en ese momento era el edificio.
—¡Qué maravilloso ejemplo de arquitectura art decó de los años treinta! —dijo con la mirada puesta en la fachada de la estación—. No os podéis imaginar cuánto lamento que la gente haya dejado de viajar en ferrocarril. Cuando finalmente acabó de desarrollarse, era una forma maravillosamente relajante de moverse por este enorme país. En realidad, lo sigue siendo. Es una pena que queden muy pocas rutas ferroviarias modernas donde elegir. Deberíais haber visto una estación de trenes en los años cuarenta: la tragedia, la esperanza, la desesperación y el valor, todos ellos concentrados en un único y vibrante espacio vital —dijo sin apartar la vista del antiguo edificio—. No como los espantosos aeropuertos de hoy en día. Es como si los hubieran privado por completo de alma, vida y romanticismo. Especialmente después de la tragedia del 11 de septiembre. ¡Qué pena…!
—Esto… Tánatos. ¿Podemos ayudarte en algo? —le pregunté finalmente cuando me di cuenta de que, a menos que hiciéramos algo, se quedaría allí en pie, mirando el edificio, por los siglos de los siglos.
Entonces hizo un gesto con la mano al guerrero para que volviera al coche.
—Espérame al otro lado de la calle, en el aparcamiento. Enseguida me reúno contigo. —Este la saludó con una reverencia, subió al coche y se marchó. Ella se giró hacia Aphrodite y hacia mí—. Señoritas, creo que ha llegado el momento de hacer un cambio.
—¿Qué tipo de cambio?
—Por lo visto, en la puerta de entrada —respondió Aphrodite secamente—. Teniendo en cuenta que tanto Kalona como Tánatos han venido por aquí, vamos a tener que poner algún tipo de felpudo de bienvenida, porque está claro que toda esta historia de «entrad por el puto sótano» no está funcionando.
—Yo no lo hubiera expresado de ese modo, pero tienes razón —convino Tánatos—. En realidad, es una de las razones por las que os he comprado el edificio. En nombre del Alto Consejo, claro está.
Yo parpadeé sorprendida y, mientras intentaba encontrar una forma apropiada para responder, Aphrodite dijo:
—Espero que ese signifique que se harán reformas.
—Así es.
—Espera —dije yo—. Esta no es una Casa de la Noche. ¿Por qué motivo el Alto Consejo habría decidido implicarse en el lugar en el que vivimos?
—Porque somos especiales, y guays y no quieren que sigamos viviendo en tugurio de mala muerte —dijo Aphrodite.
—O porque quieren controlar dónde vivimos y lo que hacemos —dije yo.
Tánatos alzó las cejas, sorprendida.
—Hablas con la autoridad de una alta sacerdotisa.
—Pues no lo soy —le aseguré—. Sigo siendo una iniciada. La única alta sacerdotisa aquí es Stevie Rae.
—¿Y dónde está?
—Con Rephaim. Falta poco para que amanezca y le gusta estar con él antes de que se convierta en ave —dije sin más rodeos.
—¿Y tú qué eres?
Yo fruncí el ceño.
—No sé a qué viene esa pregunta. Sabes tan bien como yo que en el Otro Mundo se me asignó un guardián con espada, lo que significa que, en cierto modo, soy una reina, porque él es mi guerrero y mi guardián.
—¿A qué vienen todas estas preguntas? Creí que estabas de nuestra parte —dijo Aphrodite.
—Estoy de parte de la verdad —respondió Tánatos.
—Sabes perfectamente que Neferet es una zorra mentirosa. Te lo dijimos en la isla de San Clemente, cuando Z estaba en el país de las maravillas.
—Se refiere al Otro Mundo —dije mirando a Aphrodite y poniendo los ojos en blanco.
—Vaaale, lo que tú digas, en el Otro Mundo —dijo Aphrodite—. El caso es que te contamos lo que se traía entre manos Neferet, y tú nos creíste. Incluso nos ayudaste a resolver todo el asunto de Skye junto con Stark. Por eso no entiendo qué diantres te pasa ahora.
De repente se hizo una pausa superlarga, lo que significa que tuve tiempo de sobra para preguntarme si tal vez Aphrodite y yo habíamos ido demasiado lejos. Me refiero que, al fin y al cabo, Tánatos era una poderosa y antigua vampira miembro del Alto Consejo cuya afinidad, regalo de la Diosa, era la muerte. Probablemente no era una buena idea coserla a preguntas, y mucho menos hacer que se cabreara.
—Creo que lo que me contasteis cuando el alma de Zoey estaba hecha añicos era lo que tú y todos vosotros considerabais la verdad —dijo finalmente Tánatos.
—Ahora he vuelto, y no estamos en Italia, pero la verdad no ha cambiado. Ni tampoco Neferet —dije yo.
—Sin embargo ella insiste en que Nyx la ha perdonado y que le regaló a Aurox como muestra de favor divino —explicó Tánatos.
—Eso una trola como una casa —protesté—. Neferet no ha cambiado y Aurox no es ningún regalo de Nyx.
—Lo que sí creo es que Neferet está ocultando una verdad —sentenció Tánatos.
—Es una forma de expresarlo —dije yo.
—Pero nosotras no lo habríamos expresado así —añadió Aphrodite.
—No queremos ser irrespetuosas —empecé a decir yo—, es solo que llevamos ya mucho tiempo enfrentadas con Neferet y hemos visto cosas que se ha cuidado mucho de ocultar al Alto Consejo, y en general, a la mayor parte de los vampiros.
—Pero cuando intentamos desenmascararla nadie nos cree porque consideran que somos unos mocosos —dijo Aphrodite—. Un puñado de mocosos patéticos y defectuosos, para ser más exactos.
Yo miré a Aphrodite con cara de alucinada y ella se corrigió:
—Bueno, yo no. Me refería al resto del grupo.
—Esa es una de las razones por las que estoy aquí —explicó Tánatos—. Para ser los ojos y los oídos del Alto Consejo.
—Entonces, ¿qué significa exactamente que el Alto Consejo ha comprado este edificio? —pregunté.
—Espero que signifique que puedo darle un respiro a la tarjeta oro de mi madre y que algunos de nosotros, como por ejemplo los que no tienen que arrastrarse hasta un ataúd cuando sale el sol, puedan tener unas habitaciones decentes aquí arriba una vez hayan renovado el edificio —dijo Aphrodite.
—Sí, significa eso. Pero también significa que este lugar podría convertirse en una Casa de la Noche por derecho propio, y completamente independiente, sin ningún lazo que la una a la originaria Casa de la Noche de Tulsa —aclaró Tánatos—. El Consejo considera que sería aconsejable que existiera una Casa de la Noche para los iniciados rojos que se mantuviera, en su mayor parte, separada de la original.
—Perdona pero no. Esa es exactamente la razón por la que BA decidió no construir dos institutos. Habría supuesto demasiada rivalidad para un solo distrito —dije—. Ya tenemos bastante con el odio que se profesan la Union y la Jenks, y BA se ve obligada a hacerlo con dos frentes abiertos.
—¿Se puede saber de qué demonios estás hablando? —preguntó Aphrodite.
—Pues de Broken Arrow, la Union, la Jenks —expliqué—. Son institutos. Demasiados en una misma ciudad es un asco.
—¿Acaso eras la presidenta del Consejo Escolar u ostentabas algún otro cargo socialmente inaceptable? En Tulsa hay más o menos un trillón de institutos y que yo sepa el infierno todavía no se ha congelado —dijo Aphrodite—. Tener en un mismo instituto a un porrón de alumnos que van a clase en autobús es una gilipollez y permite que al final se llene de poligoneros. Puaj.
Afortunadamente Tánatos se interpuso entre las dos.
—Los comportamientos habituales de los jóvenes humanos nunca han tenido ningún peso en la elaboración de las leyes de los iniciados vampíricos. Tulsa es un punto central en la nación y podría perfectamente mantener una segunda Casa de la Noche. El número de alumnos aumenta cada vez más, especialmente con la afluencia de los iniciados rojos, que han empezado a aparecer también en otras zonas.
—¿Hay más iniciados rojos? Quiero decir, ¿además de los nuestros? —pregunté.
—Sí.
—¿Pero alguno ha sido marcado en rojo directamente, o todos han muerto para luego volver a la vida con la marca de color rojo? —preguntó Aphrodite antes de que pudiera lanzarle una mirada asesina para que callara la boca.
—Que se sepa, hasta la fecha la vuestra es la única iniciada que ha sido marcada en rojo —dijo Tánatos.
—¿Así que has oído hablar de Shaylin? —pregunté conteniendo la respiración.
—Sí. Neferet nos informó de que antes de que la marcaran era ciega y de que ahora puede ver. Dedujo que la pobre chica estaba rota, y que por eso no tuvo que morir para que su marca se volviera roja.
Me hubiera gustado defender a Shaylin y explicar que no estaba rota, sino que era especial, pero mi instinto me dijo que era mejor que mantuviera la boca cerrada y no dijera nada sobre la visión verdadera.
—Zoey, no hay ningún motivo para ocultarle nada a alguien que está buscando la verdad, a menos que seas partidaria de las mentiras y el engaño —dijo Tánatos, sorprendiéndome con su respuesta.
Yo la miré a los ojos.
—No soy partidaria de las mentiras y del engaño, pero hay una cosa muy importante que he aprendido de Neferet, y es que tengo que elegir con mucho cuidado en quién confío. —Entonces, dado que mi instinto seguía hablándome, solté el resto de las cosas que tenía en mente—. He oído que Neferet tiene un nuevo consorte. ¿Has oído algo al respecto?
—Sinceramente, no. ¿No estarás confundiendo a Aurox con un consorte? Sea o no un regalo de Nyx, Neferet no nos ha informado de que existiera ningún tipo de relación sentimental entre ellos. Por lo que parece, es solo una especie de siervo.
—No estoy hablando de Aurox —continué, a pesar de que solo pronunciar su nombre me revolvía el estómago—. Me refería al toro blanco.
La expresión de Tánatos dio a entender que se había quedado absolutamente de piedra.
—Zoey, la adoración a los toros, tanto al blanco como al negro, es muy antigua y hace ya muchos siglos que no se practica. Mis conocimientos sobre esa religión y su pasado son muy rudimentarios, pero te puedo asegurar que ninguna alta sacerdotisa de Nyx se ha entregado jamás al toro blanco. Lo que estás diciendo es una acusación muy grave y podría suponer un gran escándalo. —Mientras hablaba, Tánatos se iba poniendo cada vez más pálida, hasta que finalmente se la vio tan afectada que el aire que la rodeaba le levantó el pelo y lo agitó con pequeñas ráfagas.
Posee una afinidad con el aire además de con la muerte. Interesante, pensé.
—No la estoy acusando —dije en voz alta—. Solo estoy preguntando si has oído algo al respecto.
—¡No! Tanto el Alto Consejo como la comunidad vampírica en su totalidad creen que Kalona, la criatura a la que Neferet convenció de que era la reencarnación de Érebo en la tierra, era y sigue siendo su consorte, a pesar de que se le ha prohibido que se acerque a ella en los próximos cien años.
Aphrodite soltó un bufido.
—Eso no son más que chorradas. Estaba con ella porque creía que controlaba su alma. Sin embargo, algo se torció en el país de los locos y Neferet perdió el dominio que tenía sobre Kalona. —Pensé que iba a largar lo último que habíamos sabido sobre Kalona, para ser más exactos, que se había presentado aquí diciendo que quería firmar una tregua para destruyéramos juntos a Neferet, pero en vez de eso dijo algo mucho más inteligente—. Esto… ¿Te importaría que te hiciera una pregunta muy rápida?
Con una cara como si estuviera sufriendo los efectos de un fuerte estrés postraumático, Tánatos asintió con la cabeza.
—De acuerdo, pongamos que Aurox no es un regalo de Nyx sino, digamos, algo supermaligno que el toro blanco y Neferet cocinaron juntos porque se están comportando de manera inapropiada. ¿Qué tipo de ingredientes se necesitarían para crear un ser semejante?
—Un gran sacrificio —explicó Tánatos.
—¿Quieres decir que tendría que haber matado a alguien a propósito para engendrar a Aurox? —preguntó Aphrodite.
—Sí, aunque solo pensar en la posibilidad de que se haya tenido un comportamiento tan psicopático me provoca escalofríos.
—Sí. A nosotras también —dijo Aphrodite mirándome a los ojos con una expresión triste, pero de complicidad—. Últimamente hemos perdido a demasiada gente de nuestro círculo más íntimo.
—Sí —repetí yo, sintiéndome como si fuera a caer enferma—. Demasiados.
Aurox
El interés de la chica le pilló por sorpresa. Estaba haciendo su habitual ronda nocturna, siguiendo órdenes de Neferet, según las cuales tenía que asegurarse de que ningún cuervo del escarnio traspasara los límites de la Casa de la Noche, cuando pasó cerca del edificio donde se alojaban las chicas. Estaba en pie bajo uno de aquellos enormes árboles y cuando él se acercó, se interpuso en su camino a propósito.
—¡Hola! ¿Qué tal? —Su sonrisa era de lo más dulce—. Me llamo Becca. Aún no nos conocemos, pero he estado observándote.
—Hola, Becca. —Intrigado, dejó que lo entretuviera. No era hermosa, ni tenía nada especial como algunas de las otras iniciadas, como por ejemplo Zoey, le susurró su mente, aunque él rehuyó el pensamiento, asustado. Aquella Becca tenía cierto encanto y tanto su lenguaje corporal, como el modo en que ladeaba la cadera y se apartaba de la cara su larga y rubia melena, daban a entender que lo encontraba atractivo—. Me llamo Aurox.
Ella soltó una carcajada y se lamió sus lisos labios rosas.
—Sí, lo sé. Como ya he dicho antes, he estado observándote.
—¿Y qué es lo que has averiguado «observándome»? —preguntó, utilizando la misma expresión que ella.
La iniciada se le acercó aún más y volvió a apartarse la melena de la cara.
—Que sabes defenderte durante una pelea, y eso es muy importante en los tiempos que corren.
Entonces lo tocó, deslizando una de sus uñas pintadas de rosa por su pecho. Fue entonces cuando las emociones de ella lo asaltaron. Podía sentir su deseo. Estaba mezclado con un poco de desesperación y también con cierta maldad. Aurox inspiró profundamente, inhalando el embriagador olor de la lujuria no exenta de una pizca de crueldad. Un escalofrío provocado por lo que estaba a punto de suceder lo recorrió de arriba abajo y la fuerza en su interior empezó a crecer.
—¡Oooh! ¡Qué duros! —Becca se rio suavemente, acercándose todavía más—. Me refiero a tus músculos.
El deseo de la chica aumentó considerablemente cuando sus senos entraron en contacto con el pecho de Aurox mientras se inclinaba sobre él, le daba un lametazo en el cuello y después le mordía, y aunque no lo hizo con la fuerza suficiente como para extraerle sangre, tampoco fue tan delicado como para considerarlo un simple jueguecito.
Aquello agradó enormemente al toro que habitaba en su interior, y la criatura se removió.
—¿Te gusta el dolor? —preguntó Aurox mientras deslizaba la mano toscamente por su espalda. A continuación inclinó la cabeza hasta que sus dientes encontraron la curva de su cuello. Entonces la mordió, extrayendo sangre de forma deliberada, aunque el sabor de la chica no le dijo absolutamente nada—. ¿Te gusta el dolor? —repitió con la boca llena de sangre, a pesar de que podía percibir la respuesta en el arrebato de lujuria que la hizo estremecer.
—Me gusta todo —gimió Becca—. Vamos, deja que te de un mordisquito. Sé mi consorte. Quiero que seas mi hombre.
Aurox no pensó en detenerla. De hecho, no pensó absolutamente en nada. Simplemente sintió. Sintió el deseo sexual intensificado por un espíritu malvado y desesperado. Aurox dejó que este se apoderara por completo de él. Entonces empezó a frotar su cuerpo contra el de ella, cerró los ojos y se entregó pronunciando las palabras que surgieron de lo más profundo de su subconsciente, tan instintivas y automáticas que ni la razón ni la comprensión guardaban ninguna relación con ellas.
—Sí, Zo. Muérdeme.
—¡Serás capullo! ¿Zoey? Ahora te enseñaré algo que hará que Zoey Redbird parezca un dulce corderito.
En ese momento Becca lo mordió. Con fuerza. Aurox sintió el dolor punzante y el calor de la sangre brotando de su interior. Ella hizo presión con la boca sobre la herida de su cuello, pero solo por un instante. Apenas probó la sangre se produjo un cambio en ella. El deseo y la desesperación se esfumaron y fueron reemplazados por un miedo atroz.
—¡Oh, Diosa! ¡No! ¡Esto no me gusta nada! —Becca intentó apartarse de él, pero Aurox la levantó, dio dos grandes zancadas y la puso de espaldas contra un árbol—. ¡Espera! ¡No! —insistió Becca intentando que su voz sonara calmada a pesar de que estaba muerta de miedo y que este penetraba en él, alimentándolo, cambiándolo—. ¡Para! ¡No me gusta cómo sabes!
La criatura que habitaba en su interior empezó a vibrar, retorciéndose, buscando la forma de liberarse para poder embestir y desgarrar. Entonces Aurox soltó un bufido y el toro se hizo eco en su interior.
—¡En serio! ¡Para! ¡No quiero estar con alguien que está colado por Zoey!
Zoey…
Su nombre retumbó dentro de él, haciendo que el toro se desvaneciera como un fuego al que le habían arrojado un cubo de agua.
—¿Qué está pasando aquí?
Apenas oyó la voz de Dragon Lankford, Aurox dio un paso atrás y soltó a Becca. La chica se dejó caer contra el árbol y se quedó mirando a Aurox aterrorizada.
—¿Aurox? ¿Becca? ¿Hay algún problema entre vosotros? —preguntó Dragon.
—No. Solo un pequeño malentendido. Creí que la iniciada tenía claro lo que deseaba —explicó Aurox mirando al profesor de esgrima e ignorando a Becca—. Me equivocaba.
Ella se alejó rápidamente del árbol y se colocó de manera que Dragon quedara entre ella y Aurox, mientras su miedo se veía reemplazado por la rabia y una gran seguridad en sí misma.
—Lo que tengo muy claro es lo que no quiero, y es otro tipo colado por Zoey Redbird. Espero que te guste hacer cola, porque hay una larga lista de chicos por delante de ti.
—Becca, no es necesario ser cruel. Sabes que los vampiros creemos en la libertad de elección y en el deseo mutuo. Cuando el deseo no es mutuo, lo mejor es retirarse con elegancia —dijo Dragon con rotundidad.
—Me parece una idea estupenda —respondió Becca lanzando una mirada burlona a Aurox—. Que te den, capullo —añadió antes de marcharse pisando fuerte.
—Aurox —empezó a decir Dragon lentamente—. La sociedad vampírica permite la elección de muchos caminos diferentes para llegar hasta el deseo y la satisfacción de la pasión, pero tienes que saber que algunos de esos caminos es mejor no tomarlos a menos que exista un consentimiento explícito de todos los implicados y un cierto nivel de experiencia. —El suspiro de Dragon hizo que pareciera viejo y cansado—. ¿Entiendes lo que estoy tratando de explicarte?
—Sí —respondió Aurox—. Esa iniciada, Becca, tiene un espíritu malvado.
—¿Ah, sí? Supongo que no me había dado cuenta.
—Pero no creo que Zoey Redbird tenga un espíritu malvado —añadió.
Dragon lo miró sorprendido.
—No. Yo tampoco lo creo. Sabes que Neferet y Zoey no se llevan bien, ¿verdad?
Aurox lo miró a los ojos.
—Son enemigas.
La mirada de Dragon no perdió su aplomo.
—Sí, podría expresarse de ese modo, aunque me gustaría que las circunstancias fueran otras.
—No eres seguidor de Neferet —dijo Aurox.
El rostro del maestro de esgrima se paralizó y su expresión cansada pero abierta se cerró de golpe.
—Yo no sigo a nadie excepto a mí mismo.
—¿Tampoco a Nyx?
—Nunca me enfrentaría a la Diosa, pero tampoco tomo partido por nadie excepto por mí mismo. El único camino que me queda es el del dragón.
Aurox lo examinó atentamente. Sus emociones parecían ocultas tras un velo. El vampiro no trasmitía nada: ni rabia, ni desesperación, ni miedo. Nada. Resultaba desconcertante. Tal vez fue precisamente el desconcierto lo que hizo que desvelara el misterio que lo atormentaba.
—Dije el nombre de Zoey en lugar del de Becca.
Dragon volvió a mirarlo sorprendido, y, por la expresión de su rostro, aquello le resultaba en cierto modo divertido.
—Mira, Aurox. A las mujeres, independientemente de que tengan o no un espíritu malvado, no les gusta que pronuncies el nombre de otra cuando estás con ellas.
—Pero no sé por qué lo hice.
Dragon se encogió de hombros.
—Lo más probable es que Zoey ocupe tus pensamientos.
—No me había dado cuenta.
—A veces pasa.
—Entonces, ¿es normal? —preguntó Aurox.
—Hace más de cien años descubrí una de las pocas cosas que realmente puedo afirmar con rotundidad, y es que, cuando se trata de mujeres, la normalidad no existe —dijo Dragon.
—Maestro de esgrima, ¿puedo pedirle un favor?
—Adelante —respondió Dragon.
—No le cuente a Neferet nada de lo que ha sucedido esta noche.
—Mira, chico. Tengo por costumbre guardarme las cosas para mí mismo. Y tú deberías aprender a hacer lo mismo. —Seguidamente el maestro de esgrima le dio unos golpecitos en el hombro y se alejó, dejando a Aurox confundido, preocupado y, como siempre, solo.