Shaunee
—En serio, gemela. Vete con Kramisha y Aphrodiky. Todavía tengo el estómago revuelto por culpa del sándwich de jamón y queso que me he tomado para desayunar. Necesito quedarme aquí, cerca del baño —dijo Shaunee.
—Puaj. Mira que te lo he dicho, gemela, los sándwiches envasados no son lo más adecuado para tomar con el estómago vacío —contestó Erin.
—Decídete, ¿te quedas aquí amamantando a Shauneedy o te vienes con nosotras? La paleta y el pájaro están esperando arriba, calentando el coche. Tenemos unos dos minutos y medio para llegar a la puerta de atrás de Miss Jackson y para que Kramisha y Stevie Rae «convenzan» al segurata para que nos deje entrar antes de que acabe el turno y cierre la tienda a cal y canto —dijo Aphrodite—. Ya sabes que tengo paciencia cero con vuestras chorradas de gemelas. Ya me toca mis maravillosas narices toda la historia del viaje porque sé que Stevie Rae me va a obligar a dejar mi número de tarjeta de crédito.
—Es lo más correcto —dijo Shaunee.
—Vale, lo que tú digas. El caso es que tenemos que irnos —dijo Aphrodite.
—Gemela, ¿estás…? —empezó a decir Erin.
Kramisha la cortó de raíz.
—Sabes que detesto darle la razón a la señorita «odio a todo el mundo», pero o cagas, o te levantas de la taza.
—¡Me encanta lo fina que puedes llegar a ser! —dijo Shaunee—. Especialmente teniendo en cuenta cómo tengo el estómago.
—No podría estar más de acuerdo —convino Erin.
—Entonces, ¿vienes o no? —preguntó Kramisha.
—Vete —insistió Shaunee—. Y cógeme algo que tenga cashmere y piel. Rojo, porque ya sabes que soy muy apasionada. Y ocúpate de que lo pague Aphrodite.
Erin esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Trato hecho, gemela.
—¿Os vais a dar un besito de despedida o qué? —protestó Aphrodite.
Erin puso los ojos en blanco.
—Vamos, señorita «odio a todo el mundo». Tenemos que hacer la compra.
—Ya era hora —dijo Kramisha entre dientes mientras las tres salían a toda prisa de la cocina.
Shaunee se sintió un poco culpable cuando Erin la miró por última vez con expresión preocupada y la saludó con la mano. Es por eso que, cuando Zoey entró con un Stark con el pelo más revuelto que de costumbre, la encontró con la mirada baja y el ceño fruncido.
—¡Eh, Shaunee! —dijo Z—. ¿Te encuentras mejor?
—¿Dónde está Erin? —preguntó Stark.
—No, y se ha ido de compras —respondió Shaunee. No le gustó nada el modo en que la miró Stark, en plan adulto y con gesto de desaprobación.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
—Nada —dijo él, encogiéndose de hombros con aire despreocupado mientras metía la cabeza en el frigorífico—. Solo que necesito un poco de cafeína para despertarme.
A pesar de que el tono de su voz daba a entender que realmente no le pasaba nada, seguía mirándola de un modo que no le gustó un pelo, y a Shaunee no le apetecía soportar su mal humor.
—Voy a tomar un poco de aire y a tumbarme. Además, como diría Damien, tengo deberes que hacer.
A continuación comenzó a caminar hacia la salida de la esquina que llevaba a la estación abandonada y que era el camino más corto para acceder al exterior.
—¡Eh! ¿Estás segura de que te encuentras bien? No me parece…
—¡No! —la cortó Shaunee, sintiéndose todavía más culpable por el tono de voz preocupado de Z—. No tengo tos ni nada parecido. De verdad. Simplemente tengo el estómago revuelto. Han sido el sándwich. Creo que estaba caducado. Sabía que el jamón no estaba bueno, pero es que me encanta.
—Luego me paso por tu habitación para ver cómo vas —dijo Z.
—De acuerdo. Gracias —dijo Shaunee subiendo a toda prisa las escaleras que conducían a la antigua taquilla donde se vendían los billetes.
Una vez allí, respiró más tranquila. La estación estaba hecha un asco, pero le había gustado desde el primer momento, a pesar de que era vieja, sombría y de que, sin duda, necesitaba algunas reformas. Aun así, había algo en ella que le recordaba a la época en que viajaba con su familia, antes de que sus padres decidieran que no era lo bastante interesante o vete tú a saber qué, y dejaran de llevarla de vacaciones con ellos.
En realidad, tampoco podía decirse que su vida hubiera sido una auténtica mierda antes de que la marcaran. Su familia tenía dinero, la habían mandado a un colegio privado de lo más guay en Connecticut, era popular, estaba siempre ocupada y… y…
Y sola.
Entonces la habían marcado. Había sucedido durante una escala en el aeropuerto internacional de Tulsa, cuando se dirigía a una especie de escuela de arte para hacer un curso de verano. Su profesora se había olvidado de ella mientras los pasajeros de su avión estaban embarcando.
Muerta de miedo y sin parar de llorar, había llamado por teléfono a su padre. Aquella fue la razón por la que su asistente personal le había pasado la llamada. En los cinco años que llevaba trabajando para su padre, jamás había oído llorar a la hija del señor Cole.
Shaunee le suplicó a su padre que le mandara un billete para volver a casa para que pudiera verlos antes de ingresar en una Casa de la Noche en la Costa Este, a poder ser en los Hamptons.
Su padre le había dicho que se quedara en Tulsa, que allí había una Casa de la Luna. Adiós y buena suerte.
Desde entonces no había vuelto a ver a sus padres.
Eso sí, le habían abierto una cuenta bancaria con un porrón de dinero. Sus padres eran de los que pensaban que el dinero podía resolver cualquier problema. Y, de hecho, Shaunee era de las que fingían pensar lo mismo.
Comenzó a deambular por la estación. En su interior hacía frío y estaba oscuro y, casi sin pensar, se detuvo delante de un montículo de tejas rotas amontonadas allí en medio, en el suelo.
—Fuego, ven a mí —dijo. A continuación se llenó los pulmones de aire para luego expulsarlo, absorbiendo el calor que fluía por su cuerpo sin causarle ningún daño, dirigiéndolo hacia sus manos extendidas. Los dedos se le iluminaron con unas llamas centelleantes. Entonces tocó el montón de tejas—. Caliéntalas. —Estas se embebieron del fuego y, en un abrir y cerrar de ojos, empezaron a brillar con un intenso color rojo.
—Hay que reconocer que, como afinidad, resulta muy útil.
Shaunee se giró en redondo, con las manos en alto, dispuesta a lanzar una llamarada.
—No pretendo hacerte ningún daño —dijo Kalona, levantando a su vez los brazos como para indicar que venía en son de paz—. He venido para hablar con mi hijo, pero no puedo entrar en los túneles subterráneos sin causarme a mí mismo un dolor insoportable.
Shaunee se aseguró de no mirar al inmortal a los ojos. Recordaba muy bien que su potente mirada podía ser tremendamente seductora. En vez de eso miró por encima de uno de sus hombros y se concentró en un trozo de azulejo que quedaba en las maltrechas paredes, intentando mantener lo más cerca posible su elemento. Luego, con una voz que esperaba con todas sus fuerzas que sonara enérgica, dijo:
—¿Me estás diciendo que simplemente estabas escondiéndote?
—Escondiéndome no, esperando. Llevo aquí desde el atardecer, con la esperanza de que Rephaim suba a la superficie.
—Pues lo siento, pero es poco probable que lo encuentres en esta zona, a menos que suba a darse una ducha a los antiguos vestuarios de los empleados. No solemos entrar y salir por aquí —dijo Shaunee sin pensar y, apenas terminó la frase, cerró la boca. ¡Qué tonta! Se suponía que no teníamos que contarle nuestras cosas.
—No podía saberlo. Daba por hecho que esta sería vuestra principal vía acceso —dijo, indicando con un gesto de la barbilla las amplias y desvencijadas puertas de entrada, que estaban cubiertas de polvo y a las que les faltaban la mitad de las bisagras.
—Rephaim no está —explicó Shaunee—. Ha salido de compras con Stevie Rae y con otras compañeras.
—¡Ah, vale! Entonces será mejor que… —Kalona hizo una pausa, como estuviera incómodo, y Shaunee le echó un breve vistazo. No la estaba mirando. Tenía los hombros caídos y la mirada puesta en el suelo. Saltaba a la vista que se sentía fuera de lugar.
De pronto, se llevó un pequeño sobresalto al darse cuenta de que se parecía mucho a Rephaim. Salvando las distancias, claro está. En lugar de tener la piel oscura y un cierto aspecto cheroqui, Kalona era tirando a rubio. Y también más alto. Por no hablar de sus gigantescas alas negras. Pero la boca era la misma. Y también la forma de la cara. En ese momento Kalona levantó la vista y la miró.
Excepto por el hecho de que eran color ámbar, los ojos también eran iguales.
Shaunee apartó la mirada rápidamente.
—Puedes mirarme sin miedo —dijo él—. Hemos acordado una tregua. No pretendo hacerte ningún daño.
—Nadie se fía de ti —dijo rápidamente, dándose cuenta de que le faltaba un poco el aliento.
—¿Nadie? ¿Ni siquiera mi hijo?
Daba la sensación que se sentía totalmente derrotado.
—A Rephaim le gustaría poder confiar en ti.
—Lo que significa que no es así —dijo Kalona.
Esta vez Shaunee no lo miró a los ojos. Simplemente se quedó allí quieta, esperando, pero Kalona no se la cargó ni nada parecido. De hecho, su aspecto era el de un hombre mayor, bastante cañón por cierto, que estaba apenado. Muy apenado.
—Debería irme —dijo dándose media vuelta.
—¿Quieres que le diga algo a Rephaim de tu parte?
Él vaciló unos instantes y al final dijo:
—Había venido hasta aquí porque he estado reflexionando sobre nuestro enemigo común, la nueva criatura de Neferet.
—Aurox —dijo ella.
—Sí, Aurox. Por lo que me dijo mi hijo, la criatura tiene la habilidad de cambiar de forma y convertirse en un ser que se asemeja a un toro.
—Yo no lo he visto, pero Zoey sí —dijo Shaunee—. Y también Rephaim.
Kalona asintió con la cabeza.
—Entonces debe ser cierto. Eso significa que Aurox ha sido imbuido con la fuerza de un inmortal, y para que esta se manifieste como lo ha hecho, con un disfraz tan completo y complejo, la energía utilizada para crearlo debió ser extremadamente poderosa.
—¿Es eso lo que quieres que le diga a Rephaim?
—En parte sí. También me gustaría que le dijeras a mi hijo que una fuerza de tal magnitud debió requerir un importante sacrificio. Quizás la muerte de alguien cercano a vuestro grupo.
—¿La de Jack, quizás?
—No. Ese chico fue sacrificado por Neferet para pagar su deuda con la Oscuridad por recluirme y obligar a mi espíritu a viajar al Otro Mundo. —La voz de Kalona sonaba gélida, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por controlar su rabia—. Esa es la razón por la que creo que la concepción de Aurox debe haber sido consecuencia de una muerte. Y esta idea lleva un tiempo atormentándome. Si descubrimos el sacrificio podríamos utilizarlo como prueba contra Neferet. Tendríamos más posibilidades de provocar su destrucción si está enemistada con el Alto Consejo.
—Se lo diré a Rephaim.
—Gracias, Shaunee —dijo Kalona vacilante, arrastrando las palabras, como si no estuviera acostumbrado a su sabor—. Y dile que le deseo todo lo mejor.
—De acuerdo. Lo haré. ¡Ah, espera! Creo que deberías hacerte con un móvil.
El alado inmortal alzó las cejas sorprendido.
—¿Un móvil?
—Sí. ¿Cómo se supone que te va a llamar Rephaim cuando necesite hablar con su padre?
A Shaunee le pareció que Kalona casi esbozaba una sonrisa.
—No tengo móvil.
—Ya. E imagino que acercarte a la tienda de AT&T no es una opción.
—No —respondió haciendo una mueca con la boca y sacudiendo la cabeza—. No estoy seguro de qué podría hacer con mis alas.
—En eso tienes toda la razón —convino ella—. ¿Y qué me dices de un portátil? Podrías conectarte a Skype.
—Tampoco tengo portátil. Mi querida y joven iniciada, vivo en el bosque, en una sierra al suroeste de Tulsa con una bandada de criaturas que no deberían existir en el mundo moderno. Y tampoco tengo, como diríais vosotros, acceso a internet.
Shaunee estaba totalmente desconcertada.
—Yo podría conseguirte un portátil. Lo único que necesitarías para tener acceso a la red es una de esas conexiones por satélite y una fuente de energía. Te podrías conectar en cualquier sitio, incluso en los bosques al suroeste de Tulsa. Puedes conseguir electricidad, ¿no?
—Sí.
—Entonces, ¿si te consiguiera un ordenador, llamarías a tu hijo?
A Shaunee no le pareció percibir ninguna duda en su respuesta.
—Sí —dijo.
—De acuerdo. Pues de momento, toma esto. —A continuación metió la mano en su bolsito de redecilla metálica de Rebecca Minkoff que en aquella época era su favorito, sacó su Iphone y se lo lanzó a Kalona. El inmortal lo cogió al vuelo sin ni siquiera parpadear—. Te llamaré cuando tenga el ordenador.
—Es muy generoso por tu parte.
—No hace falta que te lo tomes tan a pecho —dijo Shaunee con voz queda—. Mis padres tienen dinero. Simplemente me limito a gastar una pequeña parte. Tampoco es para tanto.
—No me refería al dinero, sino al generoso gesto de amistad que muestras hacia mi hijo.
Shaunee se encogió de hombros.
—Es el amigo de una amiga. Eso es todo. Y no me malinterpretes. Quiero que me devuelvas el teléfono.
—Por supuesto —respondió Kalona. Seguidamente le sonrió con expresión sincera y Shaunee pensó que jamás había visto nada tan maravilloso ni tan hermoso—. Gracias. Esta vez lo digo de todo corazón. Y te aseguro que no es algo muy habitual en mí.
—De nada. Y sé amable con Rephaim. Se merece un buen padre.
Kalona la miró a los ojos y sintió como si pudiera ver a través de su alma y de su corazón.
—Tú también, mi querida amiga. Que te vaya bien. —Kalona se dio media vuelta y se marchó, saliendo por las maltrechas puertas. Segundos después, Shaunee escuchó el batir de sus enormes alas mientras se elevaba y se adentraba en el oscuro cielo nocturno.
Después se quedó allí un buen rato, calentando el montón de tejas rotas con su llama, pensativa…
—Dime la verdad, gemela. ¿Estás segura de que no has tosido sangre? ¿De que no te estás muriendo? —La piel de Erin, ya de por sí del color de la porcelana, se había vuelto aún más pálida hasta parecer nieve cristalizada.
—Gemela, en serio. Estoy bien.
—Perdona pero no. Si no te estás muriendo, ¿se puede saber qué demonios te pasa? ¡Le has dado tu Iphone a Kalona!
En ese momento se produjo un silencio sepulcral. Shaunee había conseguido reunir al grupo al completo, y tanto Erin como Zoey, Stevie Rae, Rephaim, Damien, Aphrodite, Darius y Kramisha se quedaron callados, dejando que el eco de las palabras de Erin, que habían sonado casi como un chillido, rebotara en las paredes de la cocina.
—Mira, gemela —empezó a decir Shaunee con una voz que sonó tremendamente pequeña y calmada en comparación con la rabieta de Erin—, como ya os he explicado antes, estaba en la parte de arriba cuando descubrí al padre de Rephaim, que merodeaba por ahí porque intentaba ver a su hijo. Me dijo que le contara todo lo que os he dicho. Le di mi teléfono para que pudiera llamarlo mientras le consigo el portátil porque no puede presentarse en la tienda de Apple con esas alas. Luego se marchó volando, como siempre. Eso es todo. Estoy perfectamente. Fin.
—¿Y no podría ocultar sus alas en una de esas gabardinas de cuero negro como las que llevan los vaqueros y los góticos? —preguntó Kramisha.
—No creo. Lo más probable es que asomaran por debajo. Además, parecería una especie de tullido, con bultos por todas partes, lo que llamaría bastante la atención de la gente —sentenció Damien.
—Seamos sinceros, en mi opinión lo que de verdad llamaría la atención de la gente es ponerse una de esas gabardinas, típicas del siglo pasado y que además sientan fatal —opinó Aphrodite con expresión distraída, dándole una patadita a la bolsa de Miss Jackson que tenía a sus pies.
—Bueno, independientemente de que sea por mal gusto o por miedo, si pensamos con un poco de lógica, es evidente que necesita que Shaunee le compre un portátil —concluyó Damien.
—¿De verdad te dijo que me deseaba todo lo mejor? —preguntó Rephaim. Era la primera vez que intervenía desde que Shaunee les había salido con el sorprendente anuncio de que Kalona había estado allí.
—Sí —le respondió Shaunee sonriéndole.
—Kalona también tiene información sobre Aurox, o al menos te dio una idea de por dónde deberíamos empezar para averiguar su origen —dijo Darius—. Zoey, creo que…
—Lo sé. Que el sacrificio podría haber sido mi madre.
Shaunee parpadeó perpleja y sintió ganas de vomitar. Ni siquiera se le había ocurrido pensar en la madre de Zoey cuando Kalona había hecho alusión al sacrificio de alguien cercano a ellos. La primera persona que le había venido en mente había sido Jack, y después había tenido otro montón de cosas en qué pensar. Entonces sacudió la cabeza e interrumpió a Darius, que estaba hablando sobre rituales y cosas de esas.
—¡Oh, Z!, lo siento muchísimo.
La cara de Zoey parecía un enorme signo de interrogación.
—No tienes por qué sentirlo. Simplemente nos has contado lo que ha sucedido. No has hecho nada malo.
—Sí que lo he hecho. Ni siquiera me he acordado del hecho de que tu madre fue asesinada hace tan solo unos días. Estaba pensando en toda la historia con mi padre y todo ese rollo. Lo siento mucho —repitió.
La sonrisa de Zoey fue tan amable y compasiva como siempre.
—No pasa nada, Shaunee. No es culpa tuya que lo que pasa entre Rephaim y Kalona te esté afectando tanto.
—Zoey tiene razón, Shaunee. Todos estamos intentando hacer las cosas lo mejor que podemos, pero a veces no resulta fácil —intervino Stevie Rae cogiendo de la mano a su novio—. Gracias por apoyar a Rephaim y preocuparte por él. Significa mucho para mí.
—También para mí —dijo Rephaim.
—¡Eh! ¡Tampoco es para tanto! Es solo que… —empezó a decir Shaunee. Justo en ese momento Erin la interrumpió con lo que pareció una versión sarcástica de la costumbre de las gemelas de acabar las frases de la otra.
—Sí, es solo que tengo que guardar todo lo que hemos traído de Miss Jackson y colgar la cortina de abalorios que he comprado en Pier 1. Nos vemos luego, chicos.
A continuación agarró un puñado de bolsas del suelo y salió de la cocina a toda prisa.
Shaunee la observó mientras se marchaba, completamente confundida, sin saber si ponerse a gritar o a llorar.
—Ve. —Zoey se había puesto a su lado y le hablaba en voz baja mientras Damien y Darius empezaban a discutir la diferencia entre un ritual funerario y uno de purificación y si existía alguna manera de modificar alguno de los dos para convertirlo en un ritual tipo «dinos quién la mató».
—¿Cómo?
—Que vayas a hablar con Erin. Si alguien tiene alguna otra pregunta sobre lo que ha sucedido, ya vengo yo a buscarte. No quiero que toda esta historia eche a perder vuestra amistad —dijo Z mirando a Stevie Rae—. Las mejores amigas son superimportantes. Todos deberíamos tenerlo muy presente.
—De acuerdo. Gracias.
Shaunee se escabulló de la habitación y empezó a recorrer a paso ligero el túnel que conducía a la gélida habitación que compartía con Erin. Pero no hubiera hecho falta que se diera prisa. Erin iba tan cargada que se había visto obligada a pararse a pocos metros de la cocina porque se le había caído una gigantesca bolsa de Pier 1.
—¡Eh, gemela! —dijo Shaunee agachándose para recoger un almohadón de lentejuelas del suelo—. Parece como si se hubiera producido una explosión de brillos.
Erin no sonrió. Le quitó a Shaunee el almohadón de las manos, lo metió a empujones en una bolsa que parecía a punto de reventar y se limitó a decir:
—Lo tengo todo controlado.
Shaunee le puso la mano en el hombro, sintiéndolo frío y duro, como sin vida.
—Espera un momento, gemela. ¿Por qué estás tan cabreada?
—Ni siquiera me contaste lo mucho que te afectaba lo de no tener relación con tu padre. Me lo ocultaste —respondió Erin apartando el hombro con brusquedad para que Shaunee la soltara.
—No. No lo hice —dijo Shaunee sacudiendo la cabeza, sintiéndose como si Erin acabara de darle una bofetada—. Intenté contártelo, pero tú te pusiste en plan «¡eh! Eso forma parte del pasado. Vámonos de compras». Así que lo dejé. ¿No te acuerdas?
—Vale, lo que tú digas. ¿Y a qué viene toda esta historia? Sinceramente, no lo entiendo. Somos amigas íntimas desde que nos marcaron. El mismo día, para ser exactas. Todo iba de maravilla hasta que empezó toda esta mierda del «papaíto» de Rephaim y de repente ya no somos mejores amigas.
—Espera. No ha cambiado nada. Es solo que yo comprendo cómo se siente Rephaim y tú no. Nunca he dicho que ya no fuéramos mejores amigas.
—Sí, tienes razón. No lo comprendo. —Erin se cruzó de brazos—. ¿Puedes explicarme a cuento de qué viene?
Shaunee se sintió como si el mundo entero pesara sobre sus hombros y su mejor amiga se hubiera convertido en una extraña.
—Erin, a veces echo de menos a mi padre. Eso es todo.
—¿A tu padre? ¡Pero si antes de que te marcaran jamás le importaste una mierda! ¿Cómo puedes echarlo de menos?
Shaunee vaciló. Entonces la miró detenidamente y de pronto vio a la verdadera Erin.
—¡Vaya! De verdad no te importa lo más mínimo, ¿verdad?
—¿El qué? ¿El montón de cosas superguays que ni siquiera estaban rebajadas que he cogido en Pier 1 y que he pagado con la tarjeta oro de Aphrodiky? Pues sí, maldita sea. ¿Todo lo que he enganchado del afterhours de Miss Jackson? Sí y otra vez sí. Alice + Olivia va a ser el no va más esta primavera. ¡Incluso te he cogido uno de esos fulares rojos de cashemere con un ribete de piel de zorro que es para morirse! ¡Ah! Y me cogido otro para mí, solo que en azul. Para que fuéramos conjuntadas. Vamos a estar tremendas con ellos. Perfectas. Porque tú y yo somos perfectas. Eso es lo que me importa. Y tú también, gemela. Tú me importas, y a ti te importan nuestras cosas. Siempre ha sido así. —La diatriba de Erin llegó a su fin y ella se quedó allí en pie, con expresión triste y confundida. Entonces se enjugó los ojos y el rímel Wonder Woman de MAC se le corrió.
—No —respondió Shaunee lentamente—. Nada de eso es real. Y una cosa más, gemela, nadie es perfecto. Y mucho menos tú y yo.
—¡¿De qué demonios hablas?! ¡¿Cómo es posible que el padre de Rephaim lo haya cambiado todo?! —gritó Erin.
—Hace mucho que le doy vueltas a la cabeza, pero no se lo había dicho a nadie.
—¿A qué? ¿A la historia del padre de Rephaim o a la del tuyo? —preguntó Erin.
—A ninguna de las dos, Erin. No estoy hablando de ellos. Estoy hablando de todo en general. Como por ejemplo, de la muerte de Jack.
Shaunee se sentía muy pero que muy cansada.
—¡A mí también me afectó la muerte de Jack! No sé si recuerdas que lloramos juntas y todo lo demás.
—No. Es cierto que lloramos juntas, pero luego recibiste un e-mail de Danielle con un enlace con la página web de Rue La La y nos liamos a comprar cosas —dijo Shaunee.
—¿Y? Me compré unos zapatos negros. ¡No! ¡Espera! Para ser más exactos, las dos nos compramos unos zapatos negros. De plataforma. Con lazos rosas y cristales de Swarovski en los tacones. Estuvimos de acuerdo en que eran muy apropiados para el luto y que Jack se habría sentido agradecido. Entonces lloramos un poco más. Me acuerdo perfectamente de que lo hicimos. Las dos. ¿Por qué te crees mejor que yo si hicimos exactamente lo mismo?
Shaunee se preguntó cómo conseguía Erin tener una expresión suplicante y cabreada al mismo tiempo.
—No me creo mejor que tú. En ningún momento he dicho eso. De hecho, tú eres mejor que yo, porque te sientes bien y yo no. Al final todo se reduce a eso. Ya no me siento a gusto. Me refiero a conmigo misma, y creo que eso significa que tampoco con nosotras, pero no estoy muy segura…
—Te diré una cosa, gemela —le espetó Erin enjugándose con rabia las lágrimas de color azul que surcaban sus mejillas—. Cuando vuelvas a sentirte bien, ven a verme. Hasta entonces, búscate otro cuarto y consíguete tus propias cosas. No quiero una compañera de habitación o una gemela que no se siente a gusto conmigo.
Llorando en silencio e ignorando las cosas que seguía cayéndosele de las bolsas de la compra, Erin se marchó de malos modos dejando a Shaunee rodeada por un montón de almohadones de lentejuelas y mallas de terciopelo.
En ese momento, oyó a alguien aclarándose la garganta y Shaunee dio un respingo. Hasta que Zoey no le puso en la mano un puñado de clínex semiusados no se dio cuenta de que estaba berreando.
—¿Quieres hablar de ello?
—La verdad es que no —respondió Shaunee.
—De acuerdo. Entonces, ¿quieres estar sola? —preguntó Zoey.
—No estoy muy segura. Pero hay algo que sí tengo muy claro y que va a sonar fatal —dijo Shaunee entre hipidos.
—Bueno, pues dilo rápido porque cuando te deshaces de ello te das cuenta de que no era para tanto.
—Quiero volver a vivir en la Casa de la Luna.
En ese momento se hizo el silencio y luego Zoey preguntó:
—¿Erin quiere irse contigo?
—No —dijo Shaunee enjugándose la última lágrima—. Me voy sola.