15

Zoey

Al final acabé saltándome la primera hora. En serio, después de la historia de Rephaim y Kalona, lo último que se me pasaba por la cabeza era quedarme allí sentada aguantando que Neferet se pasara el tiempo soltándome indirectas con su típica actitud pasivo-agresiva. En vez de eso envié a Rephaim a clase diciéndole que le contara al profesor que había ido al servicio y me busqué un lugar a la sombra, no muy lejos de los establos. Necesitaba sentarme un rato y pensar. A solas.

Kalona había dicho que quería que acordáramos una tregua, pero a mí me parecía que se trataba de una trola. Lo más probable es que quisiera utilizar a Rephaim para infiltrarse en nuestras filas y descolocarnos, y eso sonaba como si la panda de los raritos empollones y yo nos estuviéramos convirtiendo en una especie de grupo paramilitar formado por paletos y marginados. En ese momento exhalé un suspiro. ¿Por qué esos grupos no podían ser un poco más atractivos? Aquello me hizo pensar en el endogámico grupo de hombres pantera de True Blood y en lo estúpido que era Jason. ¡Dios! Tenía que volver a ver la temporada tres. Ya me había perdido varios capítulos de la cuarta y…

—¡Eh, Zoey! ¡Céntrate! —me dije a mí misma.

¡Con que Kalona quería hacernos creer que estaba a favor de una tregua! Por supuesto, Rephaim se lo había tragado porque el pobre chaval era un caso grave de «quiero que mi papá me quiera». Stevie Rae se iba a cabrear de lo lindo cuando se enterara de que había estado hablando con Rephaim, y con razón. Quería proteger los sentimientos de su chico y si a Kalona le sumábamos un nuevo y mejorado Rephaim, el resultado solo podía ser un choque de trenes.

Y luego estaba lo de la vuelta al colegio de los iniciados rojos malos fingiendo que no eran una panda de chalados y de asesinos. Uf y más uf. Solo pensar en las peleas en los pasillos que su presencia iba a provocar me daba dolor de cabeza.

Por si no bastaba, el hecho de que Stark siguiera sin dormir bien, que el nuevo consorte de Neferet fuera un toro (puaj, esperaba de veras que eso no quisiera decir lo que parecía querer decir) y lo de ese chico o lo que fuera llamado Aurox, que me trasmitía sensaciones superextrañas, me sentía como si la escuela al completo se hubiera convertido en una bomba de relojería a punto de explotar.

En ese momento levanté la vista y me quedé mirando la luna, que estaba en fase creciente.

—Para colmo —dije en voz baja, como si estuviera hablando directamente con el brillante astro—, dentro de seis días tendré que ir a llevar a cabo un ritual de purificación a los terrenos de mi abuela, porque fue allí donde mataron a mi madre.

Entonces parpadeé con fuerza. No iba a llorar. Otra vez no. Simplemente me iba a quedar allí sentada, bajo la luna, hasta se hiciera la hora de asistir a la clase de arte dramático.

¡Cómo si mi vida no fuera ya lo bastante dramática!

—Bueno —le dije a la luna—. Al menos mi alma ya no está hecha añicos y no soy un medio fantasma insomne vagando sin rumbo por el Otro Mundo. Inmediatamente después de ese alegre pensamiento expresé en voz alta lo primero que se me pasó por la cabeza.

—Echo muchísimo de menos a Heath.

Mis palabras flotaban todavía en el aire cuando empecé a sentir calor en esa pequeña región en mitad de mi pecho. De pronto, con la misma terrible sensación de cuando no puedes evitar curiosear cuando se ha producido un accidente, aparté la vista de la serena luna, la dirigí hacia el muro que rodeaba la Casa de la Noche y descubrí a Aurox corriendo por la parte interior. A pesar de que me encontraba a cierta distancia, resultaba evidente que estaba al acecho, buscando posibles problemas, examinando a conciencia la zona a su alrededor y por encima de él. Incluso parecía que olfateara el aire. Se dirigía hacia mí, aunque no directamente. El banco en el que me encontraba estaba a varios metros del muro, más cerca de la escuela, oculto por las sombras de los grandes árboles, y no me había visto. Pero él no se mantenía en las sombras, sino que corría a cielo descubierto, y aunque no había luna llena, estaba despejado y la luna creciente estaba lo suficientemente avanzada como para iluminar su rostro conforme se acercaba.

Había que reconocer que Aurox era lo que cualquier chica consideraría un tío bueno. Bueno, cualquier chica que no supiera que era una criatura asesina oculta bajo la piel de un adolescente. Entonces recordé la devoción con la se habían quedado mirándolo un puñado de iniciados después de que matara al cuervo del escarnio. Imagino que no les importaba demasiado lo que se ocultaba bajo aquella piel. De pronto sentí como si algo me trepara por la espina dorsal y me estremecí. A mí sí que me importaba. Me importaba mucho lo que había bajo aquella piel.

Tenía unos ojos superextraños. Pero de eso ya me había dado cuenta antes. Irónicamente, con aquella luz, me recordaban a la luna, o al menos a una de esas rocas conocidas como piedras de luna, solo que sus ojos brillaban casi como si tuvieran luz propia.

Lentamente, me llevé la mano a la piedra vidente. Podía sentir cómo el latido de mi corazón se aceleraba. ¿Qué era lo que tenía Aurox que me atemorizaba de aquel modo? No lo sabía, pero lo que tenía claro era que necesitaba librarme de aquel miedo. Tenía que mirar a través de la piedra vidente y ver lo que quiera que esta me revelara, ya fuera Luz u Oscuridad, bueno o malo. Entonces levanté la piedra y justo en ese instante me di cuenta.

Su sombra, proyectada sobre el muro de piedra de la escuela, no reflejaba el cuerpo alto musculoso de un chico humano. La sombra de Aurox era la de un toro.

Lo más seguro es que emitiera un grito ahogado, o al menos algún tipo de sonido, porque sus brillantes ojos me encontraron inmediatamente. El caso es que cambió la dirección de su carrera y vino directamente hacia mí.

Introduje la piedra vidente bajo mi camisa, intenté respirar con calma y conseguir que el corazón dejara de latir como si estuviera a punto de salírseme del pecho.

Entonces, cuando se encontraba a solo unos metros, no pude contenerme. Me puse en pie y me coloqué detrás del banco de hierro forjado. Sabía que era una estupidez, pero de algún modo me hacía sentirme mejor el que hubiera algo entre nosotros, lo que fuera.

Él se detuvo y se quedó mirándome en silencio durante unos segundos. Extrañamente, la expresión de su rostro era de curiosidad, como si fuera la primera vez que veía a una chica e intentara averiguar qué demonios era aquello, a pesar de que la analogía era ridícula.

—Esta noche no estás llorando —dijo finalmente.

—No.

—Deberías estar en clase —dijo—. Neferet ha ordenado que todos los iniciados asistan a las lecciones.

—¿Por qué proyectas la sombra de un toro? —le solté como una imbécil. Inmediatamente después sentí ganas de golpearme con la mano en la boca. ¿Qué demonios me pasa?

Él frunció el ceño y se quedó mirando al suelo, al lugar donde se proyectaba su sombra, una sombra de lo más humana y normal, que giraba la cabeza al mismo tiempo que él.

—Mi sombra no es la de un toro —dijo.

—Lo era, antes, mientras corrías cerca del muro. Lo he visto —dije preguntándome cómo conseguía que mi voz sonara tan calmada y segura de mí misma cuando incluso para mis propios oídos la explicación era de lo más absurda.

—El toro es parte de mí —respondió y luego pareció tan sorprendido por su respuesta como yo por mi pregunta.

—¿El toro blanco o el negro? —pregunté.

—¿De qué color era mi sombra? —inquirió él a su vez.

Yo fruncí el ceño y miré su oscura sombra humana.

—Negra, por supuesto.

—Entonces mi toro es negro —dijo—. Deberías volver a clase. Son órdenes de Neferet.

—¡Zoey! ¿Va todo bien por ahí?

La voz de Stark me hizo dar un respingo. Entonces me giré y lo vi caminando a toda prisa hacia mí, sujetando en su mano un arco con una flecha preparada con engañosa despreocupación.

—Sí —respondí yo—. Aurox me estaba diciendo que tengo que volver a clase.

Stark miró a Aurox con cara de pocos amigos.

—No sabía que te hubieran hecho profesor de la escuela.

—Obedezco órdenes de Neferet.

Hablaba con el mismo tono de voz con el que lo había hecho antes de la aparición de Stark, a pesar de que su lenguaje corporal había cambiado por completo. Parecía más grande, más agresivo, más peligroso.

Por suerte en ese momento sonó la campana que indicaba el final de la primera hora.

—¡Oh, vaya! Por lo visto no llego a tiempo de asistir a la primera clase. Será mejor que me vaya o llegaré tarde a la segunda. —Acto seguido le di la espalda a Aurox, me acerqué a Stark y, cogiéndolo por el brazo, dije—: ¿Me acompañas a clase de arte dramático?

—Y tanto —respondió.

Ninguno de los dos se despidió de Aurox.

Cuando estuvimos lo suficientemente lejos como para que no nos oyera, Stark dijo:

—Te da miedo.

—Sí.

Stark abrió la puerta que conducía al edificio principal y al amplio pasillo en el que se encontraban la mayoría de las aulas. Estaba a rebosar, lleno de iniciados que cambiaban de clase, pero él bajó la voz y se mantuvo lo suficientemente cerca de mí para que solo yo pudiera oírlo.

—¿Por qué? ¿Ha hecho algo?

—Ha proyectado…

De pronto me mordí la lengua al ver una vampira alta y de pelo oscuro que salía de la clase de Neferet justo delante de nosotros. Stark y yo nos detuvimos. Al principio me costó creer lo que estaba viendo y quería frotarme los ojos para comprobar que no me equivocaba. Entonces Stark se colocó el puño cerrado en el pecho e hizo una profunda reverencia que me hizo caer del guindo. A continuación seguí su ejemplo mientras él decía:

—Feliz encuentro, Tánatos.

—¡Ah, Stark, Zoey! ¡Feliz encuentro! Me alegro de veros con tan buen aspecto.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté de un modo mucho más directo de lo que habría debido.

Ella alzó sus oscuras cejas, pero parecía más divertida que ofendida.

—He venido porque el Alto Consejo ha decidido que hay algunos iniciados especiales —en ese momento hizo una pausa y miró a Stark—, así como ciertos vampiros, que merecen algo más de atención.

—¿Qué significa eso? —le pregunté. Los chicos que pasaban a nuestro lado nos miraban con la boca abierta y cuchicheaban. En ese momento Damien asomó la cabeza por la puerta del aula de su segunda clase y su boca dibujó una enorme «o» al ver a Tánatos.

—Significa que si el lunes que viene vuelves a saltarte la primera hora, estarás faltando a la clase de Tánatos —dijo Neferet apareciendo por la puerta y dirigiéndose a mí con la misma severidad que habría usado cualquier profesor con un alumno que se ha saltado su clase. Desgraciadamente sus ojos no decían lo mismo. Sentí que el cuerpo de Stark se ponía tenso, e imaginé que estaba rodeada de Oscuridad.

—Me gustaría creer que Zoey es lo suficientemente madura como para tener una excelente razón para no asistir a la clase de hoy —dijo Tánatos mirándola con una sonrisa y un tono claramente paternalista.

El rostro de Neferet pareció congelarse y respondió a sus palabras con una sonrisa quebrada.

—A mí también me gustaría creerlo. En cualquier caso, el lunes tendrás a tu cargo a Zoey y a todos los alumnos «especiales» que quieras incluir. Hay una clase vacía al final del pasillo a la derecha. Y ahora, si me disculpáis, tengo que encargarme de que preparen una habitación para tu estancia indefinida.

—Por supuesto. Estás disculpada. Y como ya te he dicho antes, siento mucho haberme presentado sin avisar y sin poder decirte cuánto tiempo exactamente me quedaré con vosotros en esta maravillosa Casa de la Noche. Estamos viviendo un periodo fuera de lo común. Feliz encuentro, feliz partida y feliz reencuentro, Neferet —dijo Tánatos.

Neferet se llevó la mano al corazón e inclinó levemente la cabeza pronunciando entre dientes la fórmula de despedida mientras se alejaba a toda prisa.

—No le agrada mi presencia aquí —dijo Tánatos.

—Eso ya lo sabías —dije quedamente. Durante el tiempo que pasamos en Skye, Stark me había dicho que Tánatos había sido su aliada, hasta el punto que tanto él como el resto de sus amigos se habían confiado con aquella vampira que tenía una afinidad con la muerte y le habían contado todo lo que sabían de Neferet.

Tánatos asintió con la cabeza.

—Tienes razón, pero aun así me presenté voluntaria para esta misión, y con mucho gusto. El equilibrio entre el bien y el mal en este mundo está en entredicho, y creo que la razón se puede encontrar aquí, en la Casa de la Noche.

La campana empezó a sonar.

—¡Maldita sea! —exclamé. A continuación añadí rápidamente—: Lo siento. Es que voy a llegar tarde a clase.

—Termina tus clases de hoy, Zoey. Estoy deseando verte en mi clase el próximo lunes. —Tánatos sonrió a Stark—. Joven guerrero, tengo unas cuantas bolsas en mi coche. ¿Podrías ayudarme con ellas?

—Faltaría más —respondió él. Luego me sonrió y se despidió con un gesto de la mano mientras yo me llevaba la mía al corazón y le hacía una reverencia a Tánatos. Justo después eché a correr por el pasillo y asomé la cabeza por la puerta de la clase de teatro mirando a Erik con cara de «lo siento muchísimo».

Él entrecerró los ojos como si quisiera estrangularme, pero por suerte no dijo nada. Es más, se podría decir que me ignoró por completo y dejó que me sentara y me quedara con la mirada perdida, preguntándome si deseaba que el tiempo pasara volando y se acabaran las clases, o si tenía que vivir atemorizada por lo que nos deparaba el futuro.

En cierto modo, me inclinaba más por lo de vivir atemorizada…

Me quedé mirando el plato de comida y, a pesar de lo estúpidamente estresada que me sentía, sonreí.

—¡Espaguetis! —exclamé con un suspiro de auténtica felicidad—. Y pan de ajo, queso y refresco de cola. ¡Me encanta!

—Lo sé. No sabes cuánto echaba de menos las comidas —dijo Stevie Rae con una sonrisa de oreja a oreja, echándose a un lado para que pudiera sentarme junto a ella y Rephaim. Me di cuenta de que él tenía la boca llena hasta los topes y que masticaba a toda velocidad. Él me miró, sonrió y, enseñándome demasiada cantidad de espaguetis para mi gusto, masculló:

—Están muy buenos.

—No sabía que los pájaros comieran espaguetis —dijo Aphrodite, acomodándose en el banco que estaba justo enfrente de nosotros cuatro.

—No es un pájaro —respondió Stevie Rae secamente.

—Bueno, en este preciso momento, no —dijo Aphrodite.

Justo entonces apareció Damien, que venía corriendo, y le pegó un codazo a la borde de nuestra amiga. Ella lo miró con cara de asesina, pero se movió para dejarle un sitio.

—¡Dios mío! ¡Me moría de ganas de hablar con vosotros! ¿Qué está haciendo aquí Tánatos?

—¡Eh! ¡Despierta! ¿Hace cuánto que no miras tu buzón? —dijo Aphrodite agitando en el aire un trozo de papel con una pinta de lo más oficial que sugería que se trataba de algún comunicado de la escuela—. Imagino que a ti también te habrán cambiado el horario. A mí y a las comparte-cerebros nos lo han hecho.

En ese momento las gemelas se unieron a nosotros.

—Deja de llamarnos así —dijo Shaunee.

—Sí. No compartimos cerebro, compartimos alma. Es muy diferente —añadió Erin.

—No me lo puedo creer. ¿Estás sugiriendo que compartir el alma está bien? —preguntó Aphrodite sacudiendo la cabeza y poniendo los ojos en blanco.

—A partir del lunes, Tánatos impartirá una clase especial a primera hora —interrumpí antes de que se estallara una guerra mundial—. Lo más probable es que nos cambien el horario a todos.

—A mí ya me lo han hecho —dijo Rephaim con la boca todavía llena—. Lo he comprobado esta mañana, antes de empezar las clases.

—¡Ah! ¡Por eso has llegado tan tarde! —dijo Damien—. No me atrevía a preguntarte.

—¿Has llegado tarde? —inquirió Stevie Rae—. Sabes que los profesores se cabrean mucho cuando lo haces.

Rephaim se me quedó mirando.

Yo lo miré a él.

A continuación se tragó lo que tenía en la boca y dijo:

—Mi padre ha estado aquí.

—¿Qué? ¿Kalona? ¿Aquí? —preguntó Stevie Rae prácticamente chillando y haciendo que los chicos de las mesas de alrededor nos miraran con curiosidad.

—¡Como lo oyes! —dijo Aphrodite levantando la voz y poniendo su característica cara de cabreo—. Las mejores zapaterías están en Barcelona, no aquí. A ver si te enteras de una vez, paleta. —A continuación bajó la cabeza y susurró—: No es buena idea hablar de estas cosas en público, lo que incluye cualquier lugar excepto los túneles.

—Rephaim, ¿te encuentras bien? —preguntó Stevie Rae en un tono de voz mucho más calmado.

—Sí. No estaba solo. Zoey me ha acompañado —respondió con dulzura.

Stevie Rae parpadeó sorprendida.

—¿Z?

—Tiene razón. No me separé de él en ningún momento. La cosa fue bien. Es decir, todo lo bien que podía ir cuando «el que no podemos nombrar» está implicado —susurré.

—Joder, tía. ¡Esto no es Hogwarts! —dijo Aphrodite.

—¡Ojalá lo fuera! —apuntó Erin.

Entonces Shaunee hizo algo que me sorprendió aún más que la visita de Kalona. No se hizo eco de la opinión de su gemela. En vez de eso, en un tono de voz dulce y casi tímido, impropio de ellas, preguntó:

—Todavía sientes algo por él, ¿verdad?

Rephaim asintió brevemente con la cabeza, una sola vez.

—¿Cómo has dicho, gemela? ¿¡Hogwarts!? —inquirió Erin, que parecía un poco perdida.

—Gemela, esto es más importante —dijo Shaunee mirando a Rephaim a los ojos—. Los padres son importantes.

—No sabía que tuvieras una relación estrecha con tu padre —dijo Stevie Rae.

—Y no la tengo —respondió Shaunee—. Precisamente por eso entiendo lo importantes que son. No tener a alguien que te preste atención no significa que no te hubiera gustado que las cosas fueran de otro modo.

—¡Vaya! —exclamó Erin, que seguía pareciendo bastante confundida—. No sabía que eso te afectara tanto.

Shaunee se encogió de hombros con expresión incómoda.

—No me gusta mucho hablar de ello.

—¿Ha sido muy borde contigo? —preguntó Erin a Rephaim.

Rephaim me miró.

—No. No mucho.

—Creo que Aphrodite tiene razón. Será mejor que hablemos de esto en otro momento. Cuando no tengamos que preocuparnos por la posibilidad que alguien pueda oírnos. Ahora deberíamos acabar de comer e ir a mirar los buzones para comprobar a cuántos nos han cambiado el horario, incluidos los iniciados rojos —dijo.

—Al grupo de Dallas ya se lo han comunicado —dijo Aphrodite—. Les he oído hablar del tema durante la clase de arte.

Yo miré a Stevie Rae. Se había puesto blanca como la pared.

—No te preocupes. Estaremos todos contigo —dije—. Y Tánatos es una vampiresa muy poderosa, miembro del Alto Consejo. No permitirá que suceda nada.

—Shekinah era la líder del Alto Consejo y la mataron el mismo día que llegó, ¿recuerdas? —dijo Stevie Rae.

—Pero fue Neferet, no cualquier iniciado rojo chulo y prepotente —la tranquilicé.

—Las chicas también me sacan de quicio —intervino Aphrodite—. A la zorra de Nicole habría que arrancarle el pelo desde las raíces, que probablemente son de un color diferente del resto de las espantosas greñas que le cubren la cabeza.

—No sabes cuánto odio reconocerlo, pero estoy de acuerdo contigo —convino Stevie Rae.

—No te preocupes, pueblerina. Incluso tú puedes tener razón algunas veces.

—¿Qué os parece si lo dejamos ya y nos acabamos de una vez los espaguetis? —pregunté—. Dos horas más y podremos volver a la estación. Después tendremos todo el fin de semana para decidir cómo debemos afrontar este asunto.

—Buena idea —convino Damien—. Dedicaré la próxima hora a consultar en libros y archivos algunas de las respuestas a las preguntas que todavía tenemos que resolver. La Garmy me ha dado permiso para ir al centro de comunicaciones durante la clase de español. Se me da muy bien conjugar los verbos, y hoy había pensado concentrarse en eso.

—¡Puf! —exclamé. Todos los de la mesa (a excepción de Damien) asintieron con la cabeza mostrando su conformidad con mi «puf», a pesar de que las gemelas parecían haberse desincronizado y Erin seguía lanzándole miradas a Shaunee que alternaban una y otra vez la irritación y el desconcierto.

Y precisamente esos sentimientos habrían servido para resumir el resto de nuestro día: irritación, desconcierto y un simple y llano «puf».