12

Aurox

Siguiendo a su alta sacerdotisa, Aurox abandonó el edificio de los profesores y salió al exterior, iluminado por la menguante luz del atardecer. A pesar de que era invierno y de que los rayos del sol no solo no calentaban, sino que apenas daban luz, ella se encogió como si le hubiera hecho daño.

—¡Luz solar! —dijo Neferet haciendo que sonara como si las palabras tuvieran un regusto amargo—. Les haré pagar por haberme visto obligada a realizar este viaje a la luz del día. —Entonces lo miró a través de sus gafas de profesora con cristales de espejo—. Mejor dicho, serás tú el que se lo hará pagar.

—Sí, alta sacerdotisa —respondió él.

Con paso decidido y actitud altiva, Neferet se dirigió al vehículo negro que le había ordenado que aprendiera a manejar y se detuvo junto a la puerta en espera de que él se la abriera, algo que hizo rápidamente. A Aurox le llamó la atención que, a pesar de que todavía era de día, la alta sacerdotisa proyectaba una sombra oscura que desafiaba todas las leyes de la naturaleza. La Oscuridad siempre viaja con ella, pensó.

Una vez hubo arrancado el coche, ella presionó un botón que había en el espejo retrovisor y se escuchó una voz que decía:

—Sistema de navegación Onstar. ¿A dónde desea que la lleve, Neferet?

—Al instituto Will Rogers, en Tulsa, Oklahoma —respondió ella. Seguidamente le ordenó a él—: Sigue sus indicaciones al pie de la letra.

—Sí, sacerdotisa —respondió Aurox ateniéndose a la única frase que se espera de él.

Desde el mismo momento en que aparcaron delante, Aurox encontró que el edificio de piedra y ladrillos de color claro le resultaba muy agradable a la vista. Siguió a Neferet al interior, adentrándose en el amplio y luminoso vestíbulo que le produjo una sensación desconcertante. Era casi como si aquella estructura fuera capaz de sentir. Además tenía una acústica muy conseguida que a Aurox le resultó sorprendentemente apaciguadora.

Pero ¿cómo era posible? ¿Cómo podía un edificio hacerle sentir cosas?

La única persona que encontraron fue un anciano guardia de seguridad que se acercó a Neferet y a Aurox caminando lentamente, con una ligera cojera, con una actitud más curiosa y educada que precavida.

—¿Puedo ayudarles?

—Sí. ¿Tiene el colegio una zona subterránea? ¿Un sótano grande o un sistema de túneles? —le había preguntado Neferet, retirándose la capucha y quitándose las gafas oscuras.

El vigilante había abierto los ojos sorprendido, en un principio por su belleza, para luego quedarse mirando fijamente su tatuaje de color zafiro.

—Tenemos unos viejos túneles en el sótano que en realidad no se han utilizado desde la época en que servían como refugio antiaéreo. Bueno, exceptuando alguna que otra ocasión en la que han servido como escondite cuando se acercaba un tornado. ¿Por qué quieren…?

—¿Cómo se accede a ellos? —lo interrumpió Neferet.

—Lo siento, pero hace falta un permiso administrativo para cualquier…

—No será necesario. —Esta vez acompañó sus palabras con una seductora sonrisa—. Simplemente estamos reuniendo información histórica sobre el edificio. Todavía es posible acceder a los túneles, ¿verdad?

El hombre la miró en parte sorprendido por la pregunta, en parte deslumbrado por su sonrisa.

—¡Oh, sí! Es muy sencillo. Hay seguir el pasillo principal hasta pasar la biblioteca —dijo indicando con la mano hacia la derecha—. En la esquina del pasillo que lo atraviesa perpendicularmente, hay unas escaleras. Se tiene que bajar hasta el primer rellano y cruzar una antigua sala de música. La puerta de acceso se encuentra más o menos a mitad del siguiente pasillo, a la derecha. Tengo aquí la llave maestra. Supongo que no hace daño a nadie que les deje echar un vistacillo. Al fin y al cabo, en este momento no hay nadie dando clase y…

—Incapacítalo, pero no lo mates —le había ordenado Neferet—. ¡Ah! Y dame esa llave.

Aurox lo golpeó con la suficiente fuerza como para dejarlo inconsciente. Imaginó que no estaba muerto, pero no estaba del todo seguro. No tenían tiempo de comprobarlo. Entregó a Neferet el manojo de llaves y esta echó a andar a toda prisa en la dirección que con tanta insensatez les había indicado el vigilante. Al llegar a la enorme sala situada a su izquierda, se detuvo y miró a través de los cristales de las puertas. Aurox hizo lo propio. Se trataba de una sala muy elegante, con enormes lámparas decorativas que colgaban sobre las mesas y las estanterías.

Extrañamente, Aurox percibió una sensación de espera que provenía de su interior.

—La biblioteca —dijo Neferet—. ¡Qué desperdicio! No sé qué sentido tiene toda esta arquitectura art decó en un instituto de adolescentes humanos. —Neferet hizo caso omiso de la belleza del edificio y de su majestuosidad e indicó con la barbilla el pasillo que cruzaba en perpendicular a pocos metros de donde se encontraban—. Es por aquí.

Casi a regañadientes, Aurox la siguió.

—¿Es un instituto? ¿Igual que el colegio de la Casa de la Noche? —preguntó Aurox, que necesitaba dar voz a las preguntas que le rondaban la cabeza.

Neferet ni siquiera se dignó a mirarlo.

—Se trata de un instituto humano. Un instituto público. Evidentemente, no es como la Casa de la Noche. —A continuación se estremeció delicadamente—. Casi puedo tocar las hormonas y la testosterona. ¿Por qué lo preguntas?

—Simple curiosidad —dijo él.

Esta vez sí que lo miró, aunque brevemente.

—No te está permitido sentir curiosidad.

—Sí, sacerdotisa —respondió él quedamente.

Conforme se adentraban en el silencioso edificio, el pasillo se tornó cada vez más oscuro. Entonces Neferet se detuvo delante de una puerta decorada con notas musicales y las sombras que la rodeaban se movieron.

—Es aquí —dijo abriendo la puerta con la llave y entrando en una zona sombría que olía a polvo y a dejadez. A su derecha había una habitación llena de sillas y atriles de metal y justo delante se extendía una zona plagada de trastos detrás de la cual la oscuridad se hacía aún más profunda. Neferet vaciló y emitió un pequeño gruñido de frustración.

—¡Qué pereza! ¡Ya me he cansado de buscar!

La alta sacerdotisa alzó la mano derecha y clavó la afilada uña del dedo corazón de la izquierda abriendo una brecha que empezó a teñirse de rojo.

Vampiros rojos, os ordeno que me guieis. Con la sangre de mis venas yo os pagaré.

Aurox observó embelesado cómo la Oscuridad salía del interior de las sombras que se extendían no solo a los pies y alrededor de Neferet, sino también de las esquinas de la habitación, y empezaban a enrollarse en su cuerpo y trepar por su piel hasta llegar a la sangre que se acumulaba en su mano. Una vez allí, la Oscuridad se alimentó de ella, provocando que Neferet se retorciera y gimiera como si estuviera sufriendo un dolor insoportable. A pesar de ello, la sacerdotisa no ni cerró la mano y ni tan siquiera la apartó.

Aquello hizo que Aurox sintiera. Una parte de él sentía excitación, como si intuyera que estaba a punto de librarse una batalla y acogiera con los brazos abiertos la rabia y la fuerza que esta provocaría. Otra parte, sin embargo, sentía repulsión. La oscuridad palpitaba alrededor de Neferet, malévola, pegajosa y peligrosa. Mientras Aurox sopesaba las diferentes sensaciones, Neferet se sacudió los zarcillos y cerró la herida con un lametazo.

Tú te has alimentado. Ahora yo seré guiada.

La fuerza del soniquete cantarín del conjuro de Neferet pasó rozando a Aurox provocándole un escalofrío. Mientras tanto la Oscuridad se retorció y se marchó a toda prisa dejando tras de sí un rastro con forma de cinta más oscura que una noche de luna nueva que debía servirles de guía.

—Vamos —ordenó Neferet.

Aurox hizo lo que se le pedía y ambos siguieron el pasillo aparentemente abandonado que iba descendiendo cada vez más como si fuera un túnel. Al final este se amplió formando un espacio cerrado. Una vez allí, Neferet se detuvo.

Antes ni siquiera de verlos, Aurox los olió. Apestaban a suciedad y a podredumbre. A muerte, pensó. Huelen a muerte.

—Intolerable —dijo Neferet entre dientes—. Absolutamente intolerable.

Seguidamente penetró en la habitación subterránea, se acercó a la pared y presionó un interruptor. La bombilla colgada del techo bañó el lugar con una luz mortecina de color amarillento.

A Aurox le pareció que recordaba a un nido.

El suelo estaba tapizado de colchones amontonados de mala manera y de cuerpos entrelazados entre sí cubiertos con mantas. Algunos estaban desnudos, otros vestidos. Era difícil discernir dónde acababa uno y empezaba otro. De pronto una cabeza se levantó. Los tatuajes del vampiro eran de color rojo y guardaban un parecido asombroso con los zarcillos de la Oscuridad que les habían guiado hasta él. Tenía cara de pocos amigos y su voz sonó enfadada.

—Kurtis, ocúpate de quien quiera que haya venido a molestarnos.

Un enorme bulto empezó a moverse lentamente y una espesa y amplia frente apareció en el extremo opuesto del nido. En el centro de esta había una luna creciente de color rojo. Era evidente que se trataba de un iniciado.

—¡Pero si apenas ha amanecido! Dale una descarga eléctrica o algo así y…

—¿Y qué? —La voz de Neferet sonó fría como un témpano de hielo—. Kurtis, antes de morir eras un estúpido y un inepto. Ahora no solo sigues siendo un estúpido y un inepto, sino que además apestas. —Neferet miró a Aurox—. Lánzalo contra la pared.

El joven se adelantó para cumplir órdenes, pero lo hizo despacio, dando tiempo a que el iniciado sintiera miedo. Aurox se alimentó de ese miedo y conforme su cuerpo cambiaba, se transformaba, se convertía en un ser diferente, un ser más poderoso, el miedo del iniciado también cambió, transformándose en un terror delicioso. Con un bramido, Aurox levantó el cuerpo del chico del nido y lo lanzó contra la pared.

—¡Eh, eh! ¡Espera un segundo, Neferet! ¡No sabía que eras tú!

El vampiro rojo, que no llevaba camisa, se puso en pie con las manos en alto, mirando de frente a Neferet.

Aurox percibió también su miedo. Era de lo más agradable. Entonces empezó a acercarse a él, golpeando con sus pezuñas el frío suelo de cemento.

—Basta, Aurox —le ordenó Neferet—. De momento es suficiente. —Luego le dio la espalda y se concentró en el vampiro y en su nido—. ¿De veras creías que podías esconderte de mí, Dallas?

—¡No me escondía de ti! ¡No sabía qué hacer! ¡Dónde encontrarte!

—¡No me mientas! —La voz de Neferet se había vuelto más suave, y en esa suavidad Aurox percibió un negro e infinito peligro—. No te atrevas a mentirme nunca.

—De acuerdo, de acuerdo. Lo siento —se corrigió el vampiro rápidamente—. Imagino que, simplemente, no pensé.

El nido de iniciados se había estado removiendo, despertándose mientras su vampiro y Neferet discutían, y en ese momento Aurox pudo ver sus rostros aterrorizados que observaban tanto a él como a Neferet con ojos desorbitados.

Deseaba fervientemente aplastar aquellos rostros con sus pezuñas.

Entonces se oyó una tos productiva que provenía del nido.

Neferet los miró con desdén.

—¿Cuántos sois?

—Después de lo de la estación, cuando Zoey y los capullos de sus amigos se enfrentaron a nosotros, quedaron diez a mi lado. —Entonces miró a Kurtis—. Y él.

—Él no está muerto. Todavía —dijo Neferet—. Así que sois once iniciados y un vampiro. ¿Cuántos de los iniciados han empezado a toser?

Dallas se encogió de hombros.

—Dos, tal vez tres.

—Son demasiados. Necesitan estar con vampiros o morirán. Otra vez —añadió con una sonrisa cruel.

Desde el nido de iniciados a Aurox le llegó todavía más miedo y tuvo que apretar los dientes para reprimir el deseo de alimentarse de él.

—Entonces, ¿vas a venir a visitarnos? ¿Como hacías antes?

—No. He cambiado de planes. Ha llegado el momento de que os unáis a mí. Todos vosotros.

—¿Quieres decir en la Casa de la Noche? Eso es imposible. Ya no somos los de antes y no queremos…

—Me importa bien poco lo que vosotros queréis. Lo único que me importa es que me obedezcáis. Y si no lo hacéis, moriréis.

El vampiro pareció erguirse levemente. La intensidad de su rabia aumentó, al igual la luz de la bombilla.

—Yo no moriré. Ya he cambiado. Algunos de ellos sí que lo harán —dijo indicando con un gesto de la cabeza a los iniciados acurrucados a sus pies—, pero como yo digo, se trata de la supervivencia del más fuerte.

—Eres mucho menos inteligente de lo que yo recordaba, Dallas. Lo explicaré de forma clara y concisa, de manera que incluso alguien como tú lo pueda entender: si tú y tus iniciados no me obedecéis, serás el primero en morir. Mi criatura te matará. Ahora mismo o cuando yo se lo ordene. Elige.

La luz de la bombilla se debilitó.

—Elijo obedecerte —dijo Dallas.

—Sabia elección. Y ahora quiero que os lavéis y que volváis a la Casa de la Noche a tiempo para las clases de esta noche.

—¿Pero cómo…?

—Utilizad las duchas del colegio para quitaros el hedor. Robad algo de ropa. Ropa limpia. O compradla. A las siete y media, justo antes del comienzo de las clases, un autobús de la Casa de la Noche os estará esperando en la calle, en la entrada oriental de la universidad de Tulsa. Os subiréis a él y volveréis a clase. Dormiréis en la Casa de la Noche. —Neferet hizo un ademán de desprecio—. Ya me encargaré yo de que cubran las ventanas o de que os abran un sótano, pero viviréis en la Casa de la Noche.

—¿Y cómo saciaremos nuestro apetito?

—Con cautela. Y cuando no podáis satisfacerlo con cautela, tendréis que controlarlo, al menos hasta que el mundo cambie y acepte vuestras necesidades.

—No lo entiendo. ¿Por qué nos quieres allí?

—La Diosa ha regalado a Rephaim, el cuervo del escarnio que habéis intentado matar más de una vez sin conseguirlo, el don de convertirse en humano, y se ha emparejado con Stevie Rae. Ahora se le ha permitido asistir a clase en la Casa de la Noche, junto con Aphrodite y el resto de los iniciados rojos, los iniciados rojos de Stevie Rae.

—¿Y se supone que tengo que ir a clase con él? ¿Y con ella? ¿Juntos?

La intensidad de la luz de la bombilla aumentó de nuevo.

—Los odias, ¿verdad?

—Sí.

—Bien. Esa es la razón por la que os quiero allí. A todos vosotros.

—¿Porque les odiamos?

—No, por lo que vuestro odio, controlado por mí, provocará.

—¿Y qué es? —preguntó él.

Neferet sonrió.

—El caos.

Se marcharon poco después de que Neferet terminara de aleccionar al vampiro de nombre Dallas sobre la manera en que podían provocar el caos y la que no. Por lo visto su propósito era muy similar al de Aurox: Neferet ordenaba y controlaba su violencia y él le debía lealtad. No tenía que matarlo. Todavía. Y siempre, siempre, estaba la amenaza subyacente de sembrar el disentimiento, el descontento y el odio.

Aurox lo entendía. Aurox obedecía.

Cuando Neferet le ordenó que reprimiera a la bestia que llevaba dentro, Aurox acató órdenes y la siguió desde el nido de podredumbre por los frescos y limpios pasillos del instituto.

Al llegar a la entrada, encontraron el cuerpo del viejo vigilante donde Aurox lo había dejado.

—¿Está vivo? —preguntó Neferet.

Aurox lo tocó.

—Sí.

Neferet suspiró.

—Supongo que es lo mejor que podemos hacer, aunque resulta algo inoportuno. Vas a tener que bajar y decirle a Dallas que quiero que borre los recuerdos de la mente de este hombre. Dile que le implante la convicción de que resultó herido durante un robo.

Luego se dio unos golpecitos en la barbilla con expresión pensativa y miró en dirección a las vitrinas llenas de recuerdos que flanqueaban el pasillo principal y hacia la biblioteca, con sus ordenadas hileras de libros y sus relucientes y recargados apliques de luz.

—No, tengo una idea mucho más divertida. Dile a Dallas que le haga creer que resultó herido cuando unos vándalos entraron a destrozar el colegio. Luego, cuando vuelvas, quiero que hagas trizas las vitrinas y arrases con la biblioteca. Y date prisa. Estaré esperándote fuera y no me gusta que me hagan esperar.

—Sí, sacerdotisa —dijo él.

—Como ya te he dicho, es una lástima que malgasten esta arquitectura con adolescentes humanos…

Luego abandonó el colegio entre carcajadas.

Recorrió a toda prisa el camino que conducía hasta la guarida subterránea. Tan pronto como Dallas lo vio, el vampiro se puso en pie y le plantó cara, interponiéndose entre Aurox y el grupo de iniciados.

El vampiro levantó su mugriento brazo y lo apoyó en una caja de metal atornillada a la pared de cemento. Aurox sintió la fuerza que vibraba en su interior, agazapada, esperando obedecer órdenes.

—¿Qué quieres? —preguntó Dallas.

—Neferet me ha enviado para que te transmita una nueva orden.

Dallas retiró la mano de la caja de metal.

—¿Qué quiere que haga?

—Hay un vigilante inconsciente cerca de la puerta de entrada. La sacerdotisa no quiere que recuerde nuestra presencia. En vez de eso quiere que crea que lo atacaron unos vándalos.

—Vale. De acuerdo. Será como ella quiera —respondió Dallas. A continuación, antes de que Aurox tuviera tiempo de darse la vuelta, le espetó—: ¡Oye! ¿Tú qué demonios eres?

La pregunta sorprendió a Aurox, que respondió de forma automática.

—Mi deber es obedecer las órdenes de Neferet.

—Sí, claro, pero ¿qué eres? —inquirió una iniciada de pelo negro que lo escudriñaba desde detrás de Dallas—. Te he visto. Te estabas convirtiendo en algo con cuernos y pezuñas. ¿Eres algún tipo de demonio?

—No, no soy un demonio. Mi deber es obedecer las órdenes de Neferet.

Dicho esto, Aurox se dio media vuelta y los dejó atrás, aunque no pudo hacer lo mismo con sus palabras, que lo persiguieron por todo el pasillo.

—Es un bicho raro —susurraron—. Ese tío no es normal.

Utilizó un pupitre hecho de madera y metal para hacer añicos y destrozar los tesoros del limpio y amplio pasillo. A continuación rompió en pedazos los recargados apliques que colgaban del techo de la habitación llena de libros. Mientras lo hacía, Aurox se alimentaba del miedo y de la rabia que todavía quedaban en su cuerpo. Cuando las reservas se agotaron, canalizó el miedo que el vampiro rojo y sus iniciados suscitaban en el viejo vigilante mientras el iniciado al que había herido bebía su sangre y los demás lo observaban todo entre risas. Cuando hubieron acabado con el anciano y borraron los recuerdos de su mente, Aurox utilizó los vestigios del asco que los iniciados sentían por él como carburante para la fuerza que necesitaba hasta que esa emoción también se desvaneció. Luego desenterró las únicas que le quedaban. Las emociones de las que no se había alimentado, sino que de algún modo había conservado y que consideraba suyas. De manera que terminó de destrozar el colegio abrumado por la tristeza, la culpa y la soledad de Zoey, y después, una vez recuperado su disfraz de chico, Aurox se alejó arrastrando los pies de la destrucción que él mismo había causado y se aseguró de que Neferet no siguiera esperando.