Lenobia
Lenobia olfateó el aire. Mezclado con el olor a serrín, a cuero, a forraje y a caballo había algo más, algo humeante que le resultaba vagamente familiar. Dio un último golpe de cepillo a Mujaji, su yegua favorita, una cuarto de milla recia y de color de negro, y siguiendo su olfato, dejó el cubículo y accedió al amplio pasillo flanqueado a ambos lados por las espaciosas cuadras. Su olfato le llevó exactamente adonde había imaginado, el gran cubículo para los potros situado junto al cuarto de los aperos. Avanzando sigilosamente Lenobia se dijo a sí misma que no estaba husmeando. Simplemente se aseguraba de que su yegua no se asustara.
Travis se encontraba de espaldas a ella. El vaquero estaba en pie en medio del establo, con un grueso y humeante puñado de hierbas en una mano. Con la otra mano esparcía el humo por encima de su cabeza y a su alrededor. Bonnie, su enorme yegua percherón, estaba en pie frente a él, dormitando con una pata encogida. Apenas agitó levemente una oreja cuando él se le acercó y empezó a pasar las hierbas humeantes por el contorno de su enorme cuerpo. Luego se dirigió al catre que él mismo se había preparado en el rincón más lejano del establo, realizando el mismo procedimiento que le había aplicado a la yegua y a sí mismo. Finalmente, cuando empezó a girarse alejándose del catre, Lenobia dio un paso atrás para no ser vista. Reflexionando sobre lo que acababa de ver, la profesora de equitación salió por la puerta lateral de las caballerizas y recorrió unos metros hasta un banco donde se sentó, respiró el silencio de la fría noche, e intentó poner orden en sus pensamientos.
El vaquero había estado quemando salvia. De hecho, estaba bastante segura de que el olor se correspondía con el de la salvia blanca. Excelente para limpiar espacios cerrados. ¿Pero por qué iba a hacer algo así un vaquero de Oklahoma?
¿Se trataría de algún comportamiento típicamente humano? Su contacto con ellos había sido de lo más superficial y solo… Lenobia consideró la posibilidad de darle vueltas al delgado anillo de oro con una esmeralda en forma de corazón que adornaba su dedo anular. Sabía exactamente el tiempo que había pasado desde que había estado cerca de un humano, de un hombre humano para ser más exactos: doscientos veintitrés años.
Lenobia se miró el dedo anular. No había mucha luz. El amanecer empezaba a transformar el negro del firmamento en un azul grisáceo y casi podía ver el verde puro de la esmeralda. Con aquella luz, su belleza resultaba ilusoria, indefinida, como los recuerdos de los rostros de su pasado.
A Lenobia no le gustaba pensar en aquellos rostros. Hacía mucho que había aprendido a vivir el presente. El día a día ya era lo suficientemente duro. Entonces miró hacia el este y guiñó los ojos por el efecto de la creciente luz.
—Pero el día a día también me proporciona felicidad. Caballos y felicidad. Caballos y felicidad. —Lenobia repitió aquellas tres palabras que habían sido su mantra durante más de doscientos años—. Caballos y felicidad…
—Para mí ambas cosas han estado siempre ligadas.
A pesar de que el cerebro de Lenobia procesó que había sido el vaquero el que había hablado y no una funesta amenaza, su cuerpo se giró rápidamente y se colocó en cuclillas, adoptando una actitud defensiva. Fue entonces cuando se oyó el estridente relincho del grito de batalla de una yegua desde el interior de los establos.
—¡Eh! Tranquila —dijo Travis levantando las manos para mostrarle que estaban vacías y dando un paso atrás—. No pretendía…
Lenobia lo ignoró, inclinó la cabeza, inspiró profundamente y dijo:
—No hay peligro. Estoy bien. Duerme, preciosa mía. —Seguidamente levantó la cabeza y atravesó al hombre con sus ojos grises—. Recuerde una cosa: no vuelva a espiarme. Nunca.
—Sí, señora. Lección aprendida, aunque no tenía intención de espiarla. A decir verdad no esperaba ver ningún vampiro por aquí a esta hora del día.
—No nos consumimos en llamas cuando nos exponemos a la luz del sol. Es una leyenda. —Lenobia se quedó pensando si debería explicarle que los iniciados y los vampiros rojos sí que lo hacían, pero su respuesta le hizo perder el hilo de sus pensamientos.
—Lo sé, señora. Pero también sé que la luz del sol les resulta molesta, por eso pensé que estaría solo si salía aquí fuera… Bueno, y si me fumaba esto —Travis hizo una pausa y sacó el delgado puro del bolsillo delantero de su cazadora de cuero con flecos— a solas mientras contemplaba el amanecer. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba ahí sentada hasta que ha hablado. —Tenía una sonrisa encantadora que hizo que la mirada se le dulcificara y adquiriera un brillo que le cambió el color, pasando de un marrón de lo más normal a un tono avellana mucho más claro, algo que Lenobia nunca había visto antes. Aquello hizo que se le formara un nudo en el estómago. Apartó la mirada rápidamente y tuvo que aclararse las ideas para centrarse en las palabras del vaquero—. Cuando la he oído decir «caballos y felicidad» he intervenido sin pensar. La próxima vez me aclararé la garganta, toseré o alguna otra cosa antes de decir nada.
Sintiéndose extrañamente desconcertada, Lenobia le hizo la primera pregunta que le vino a la cabeza.
—¿Cómo es que sabe cosas sobre los vampiros? ¿Alguna vez ha sido la pareja de alguno?
Su sonrisa se hizo más abierta.
—No. No se trata de eso. Sé un poco porque mi madre sentía una especial predilección por ustedes.
—¿Por nosotros? ¿Su madre y yo nos conocemos?
Él sacudió la cabeza.
—No, me refiero a los vampiros en general. Verá, mi madre tenía una amiga que fue marcada cuando ambas eran unas niñas. Permanecieron en contacto y se escribían muy a menudo. Siguieron haciéndolo hasta el mismo día de la muerte de mi madre.
—Siento lo de su madre —dijo Lenobia sintiéndose incómoda. Los humanos vivían muy poco tiempo. Perdían la vida muy fácilmente. Por extraño que pudiera parecer, casi se había olvidado de ello. Casi.
—Gracias. Fue el cáncer. Se la llevó muy rápidamente. Hace ya cinco años que nos dejó. —Travis apartó la vista y miró hacia el sol naciente—. Su parte favorita del día era el amanecer. En momentos como estos momentos me gusta recordarla.
—También es mi parte favorita del día —dijo Lenobia sorprendiéndose a sí misma.
—Qué bonita coincidencia —dijo Travis dirigiendo la mirada hacia ella y sonriéndole—. Señora, ¿puede hacerle una pregunta?
—Sí, supongo que sí —respondió Lenobia bajando la guardia más por la sonrisa que por la pregunta en sí.
—Su yegua la ha llamado cuando yo la he asustado.
—No me ha asustado. Me ha sobresaltado. Hay una gran diferencia entre las dos cosas.
—Puede que tenga razón en eso pero, como iba diciendo, su hembra la llamó. Entonces usted habló y ella se tranquilizó, aunque es completamente imposible que la oyera.
—Eso no es ninguna pregunta —dijo Lenobia secamente.
Él levantó las cejas.
—Es usted muy inteligente. Sabe perfectamente qué es lo que me estoy preguntando.
—Quiere saber si Mujaji puede oír mis pensamientos.
—Así es —respondió Travis examinándola y asintiendo lentamente.
—No acostumbro a hablar con humanos sobre los dones de nuestra Diosa.
—Nyx —dijo Travis. Cuando él vio que ella se quedaba mirándolo fijamente se encogió de hombros y continuó—: Es así como se llama su Diosa, ¿verdad?
—Sí.
—¿A Nyx le molesta que hablen de ella con los humanos?
Lenobia lo estudió concienzudamente. No parecía haber nada detrás de sus palabras excepto simple curiosidad.
—¿Qué habría respondido su madre a esa pregunta?
—Solía decir que Willow le escribía muchas veces sobre Nyx y que a la Diosa no parecía importarle. Por supuesto Willow y yo no nos escribimos y no he sabido nada de ella desde que vino al funeral de mi madre, pero me pareció que estaba muy bien de salud y era evidente que no había sido castigada por ninguna diosa.
—¿Willow?
—Eran hijas de los sesenta. Mi madre se llamaba Lluvia. ¿Va a contestarme o no?
—Le contestaré a cambio de que usted me responda a una pregunta.
—Trato hecho.
—El regalo que me concedió Nyx es una afinidad con los caballos. No es que pueda leer su mente en el sentido más estricto de la palabra, de la misma manera que ellos tampoco no pueden leer la mía, pero me transmiten imágenes y emociones, en especial los caballos con los que tengo una conexión más estrecha, como con mi yegua Mujaji.
—¿Y percibe imágenes y cosas por el estilo de Bonnie sobre mí?
Lenobia tuvo que esforzarse por no sonreír ante su curiosidad.
—Sí. Le quiere muchísimo. Ha cuidado muy bien de ella. Su yegua tiene una mente muy interesante.
—Lo sé. Pero a veces puede ser muy cabezota.
Esta vez Lenobia no pudo evitar sonreír.
—Pero no lo hace con mala intención. Incluso cuando se olvida de que pesa cuatrocientos kilos y que sería capaz de aplastar a cualquier humano corriente y moliente.
—Perdone señora, pero creo sinceramente que, si se diera el caso, Bonnie también sería capaz de aplastar a cualquier vampiro corriente y moliente.
—Lo tendré presente —dijo ella—. Y ahora me toca a mí preguntar. ¿Qué es lo que estaba quemando?
—¡Ah! ¿Me ha visto? Es muy sencillo, señora. Tengo sangre Muskogee por parte de padre, lo que ustedes suelen llamar indios creek. Conservo algunas de sus costumbres, entre las que se encuentra purificar los lugares nuevos con el humo que resulta de quemar algunas hierbas. —Entonces soltó una media carcajada—. ¡Pensé que iba a preguntarme por qué acepté este trabajo!
—Eso ya me lo ha respondido Bonnie.
El ver cómo abría los ojos sorprendido le agradó.
—Había dicho que no podía leer los pensamientos de los caballos.
—Lo que Bonnie me ha transmitido es que llevan un tiempo viajando sin descanso. Lo que me sugiere que somos solo la próxima parada de su recorrido vital.
—¿Y le parece bien? Quiero decir, no estará perjudicándola, ¿verdad?
Una pequeña parte de la ternura que trasmitía el vaquero le penetró en las venas y se extendió por todo su cuerpo.
—Su yegua está bien. Será feliz mientras pueda seguir a su lado.
Él se echó el sombrero hacia atrás y se rascó la frente.
—Es un alivio. Me ha costado mucho asentarme en un lugar desde la muerte de mi madre. El rancho no era el mismo sin…
No muy lejos de donde se encontraban la tranquilidad de la mañana se vio alterada por un fuerte ruido de motores y un montón de gritos.
—¿Qué demonios es eso?
—No tengo ni idea, pero voy a averiguarlo. —Lenobia se puso en pie y empezó a caminar a grandes pasos hacia el lugar desde el que provenía el jaleo. Entonces se dio cuenta de que Travis permanecía a su lado y lo miró—. Cuando Neferet lo entrevistó, ¿por casualidad no haría alusión a algunas cosas muy fuertes que han sucedido últimamente en la Casa de la Noche?
—No, señora —respondió él.
—Pues tal vez quiera reconsiderar la decisión de aceptar este trabajo. Si estaba buscando un poco de tranquilidad, está claro que se ha equivocado de lugar.
—No, señora —repitió Travis—. Jamás he salido huyendo de una pelea. Tampoco las busco, pero cuando ellas me encuentran, no echo a correr.
—Es una lástima que ustedes los vaqueros ya no lleven revólver —dijo entre dientes.
Él dio unos golpecitos en el lateral de su abrigo y esbozó una sonrisa forzada.
—Algunos todavía lo hacemos. En el estado de Oklahoma somos lo suficientemente sensatos como para permitir llevar armas de fuego siempre que no estén a la vista.
Ella abrió los ojos ligeramente.
—Me alegra oírlo. Solo un pequeño consejo: si se topa con algo que tiene alas como un pájaro, pero unos ojos rojos que parecen humanos, prepárese para disparar.
—No está bromeando, ¿verdad?
—No.
Juntos rodearon el campus medio iluminado y, guiándose por el ruido, se acercaron a la zona central del colegio. Una vez llegaron al prado delantero, ambos redujeron el paso para acabar deteniéndose. Entonces Lenobia sacudió la cabeza.
—No me lo puedo creer.
—No querrá que les dispare, ¿verdad?
Ella frunció el ceño.
—No, todavía no.
A continuación se dirigió a grandes zancadas hasta el centro de la caravana de camiones, remolcadores, utensilios de jardinería y hombres (y era evidente que se trataba de hombres humanos), y se reunió con la furiosa vampira de ojos adormilados y pelo revuelto que los tenía a todos acobardados.
—¡No entiendo si es usted tonto o sordo! ¡Le he dicho que no quiero que toquen mis terrenos, y muchísimo menos a esta ridícula hora del día, cuando tanto los profesores como los alumnos están intentando dormir!
—Gaea, ¿qué está pasando aquí?
Lenobia agarró a la vampira por el brazo intentando contener su rabia porque daba la impresión de que fuera a abalanzarse sobre el pobre y confundido hombre que sujetaba en sus manos una carpeta con sujetapapeles y que había cometido la imprudencia de erigirse como líder del grupo. Miraba a Gaea con una mezcla de pavor y asombro que Lenobia entendió perfectamente. Gaea era alta, esbelta y extraordinariamente atractiva, incluso para una vampira. Podría haber sido una espectacular modelo de éxito, si no hubiera sido porque siempre se había sentido satisfecha con su especial relación con la tierra.
—Estos hombres —dijo Gaea, enfatizando la palabra como si tuviera mal sabor— se han presentado aquí sin previo aviso y han empezado a destrozar mis terrenos.
—Mire, señora. Como ya le he dicho antes, ayer nos contrataron para ocuparnos del servicio de jardinería de la Casa de la Noche. No estábamos destrozando nada, tan solo cortábamos el césped.
Lenobia tuvo que contenerse para no soltar un grito de frustración. En vez de eso le preguntó al hombre:
—¿Y quién les contrató?
El humano echó un vistazo a su carpeta.
—El nombre que me dio mi jefe es Neferet. ¿Es usted?
Lenobia negó con la cabeza.
—No, se trata de nuestra alta sacerdotisa. —En ese momento se giró hacia la encargada de jardinería—. Gaea, ¿no te habían informado de que Neferet iba a contratar humanos para trabajar en la Casa de la Noche?
—Sí, me habían informado. ¡De lo que no me habían informado es de que iban a usurpar mi puesto!
Por supuesto que no te informaron, se dijo Lenobia para sus adentros. Neferet no quería que ninguno de nosotros estuviera preparado para lo que estaba tramando. Tú eres tan protectora con tu césped, tus arbustos y tus flores como yo con mis caballos, y nuestra alta sacerdotisa es muy consciente de ello.
Lenobia sacudió la cabeza, enfadada con la jugada de Neferet.
—No, Gaea —le explicó, intentando que su voz sonara lo más calmada posible—. Nadie te está usurpando nada. Están aquí para ayudarte.
Lenobia percibió en los ojos de Gaea la lucha que se estaba librando en su interior. Era obvio que, al igual que Lenobia, no quería ayuda de ningún humano, pero oponerse a un decreto dictado por la alta sacerdotisa y que gozaba del consentimiento del Alto Consejo de los Vampiros podría provocar desacuerdos en el colegio. Y la antigua verdad vampírica decía que nunca debían dar muestras de desacuerdo delante de los humanos.
—Sí, vale, tienes razón. —Lenobia se relajó un poco cuando Gaea decidió obedecer la antigua verdad vampírica y dejar a un lado el orgullo y la fuerza—. Es solo que me ha pillado desprevenida. Gracias, Lenobia, por ayudarme a ver la situación con mayor claridad. —Entonces se giró hacia el hombre y los trabajadores que se arremolinaban nerviosamente tras él. Gaea sonrió y Lenobia vio cómo sus rostros se relajaban y los ojos casi se les salían de las órbitas cuando la fuerza de su belleza les golpeó de lleno—. Les pido disculpas por la confusión anterior. Aparentemente se ha debido a un problema de comunicación. Si lo desean, podemos empezar a discutir en qué consistirá su trabajo y cuál será la mejor manera…
Lenobia se retiró para no inmiscuirse mientras Gaea se embarcaba en una larga explicación sobre cuál era el momento más apropiado para cortar el césped y la importancia de las fases lunares. Travis, una vez más, no tardó en ajustar su paso al de ella.
Una vez a su lado, se aclaró la garganta.
Sin ni siquiera mirarlo, Lenobia dijo:
—Adelante. Suelte lo que sea que esté deseando decir.
—Mire señora, tengo la sensación de que en este colegio existe una terrible confusión en lo que respecta a la realización de ciertas tareas.
—Yo tengo la misma sensación —convino Lenobia.
—Parece que su jefa…
—Neferet no es mi jefa —lo interrumpió Lenobia.
—De acuerdo. Retiro lo dicho. Parece que mi jefa ha estado contratando un montón de gente sin decírselo a las personas a las que estas gestiones afectaban de manera más directa. Todo esto me hace preguntarme, ¿tiene eso algo que ver con los momentos difíciles que ha mencionado anteriormente?
—Podría ser —respondió Lenobia. Por aquel entonces ya habían llegado a la puerta principal que daba acceso a los establos. Entonces se detuvo y miró a Travis—. No debería sorprenderse por la confusión y el caos. Por aquí tenemos una buena cantidad de ambos.
—Pero no piensa entrar en detalles, ¿me equivoco?
—No, no se equivoca —respondió Lenobia.
Travis se echó el sombrero hacia atrás.
—¿Qué le parecería profundizar un poco más en lo de los pájaros de ojos rojos?
—Los cuervos del escarnio —dijo Lenobia—. Es así como se llaman. A los caballos no les gustan y la antipatía es mutua. Últimamente han causado diversos problemas aquí.
—¿Qué son? —preguntó Travis.
Lenobia suspiró.
—Le puedo decir lo que no son. No son ni humanos, ni aves, ni vampiros.
—Pues a juzgar por sus palabras, señora, no deben ser muy buenos que digamos. Si los viera acercarse a los caballos, ¿quiere que les dispare?
—Si los atacaran, sí. Mi regla general es: primero protege a los caballos, después pregunta.
—Buena regla.
—Yo también lo pienso. —Lenobia señaló con la cabeza en dirección a los establos—. ¿Tiene todo lo que necesita ahí dentro?
—Sí, señora. Bonnie y yo nos arreglamos con poco. —A continuación hizo una pausa y después añadió—: ¿Quiere que cambie mis horas de sueño para que coincidan con las suyas?
—Pues sí, me gustaría que cambiara sus horas de sueño, pero para que coincidan con las del colegio, no solo con las mías —respondió ella rápidamente, preguntándose por qué lo que había dicho la había puesto violenta—. Y se sorprenderá de lo rápido que Bonnie se adaptará al cambio.
—Bonnie y yo estamos más que acostumbrados a viajar de noche.
—Bien, entonces les resultará aún más fácil. —En ese momento se produjo un silencio incómodo en el que los dos se quedaron allí en pie, sin decir nada—. ¡Ah! Mis dependencias están ahí arriba —dijo finalmente Lenobia, señalando al piso de considerable altura que se elevaba por encima de los establos—. Los demás profesores se alojan allí —añadió indicando con la barbilla el edificio principal del campus—. Yo prefiero estar cerca de los caballos.
—Por lo visto usted y yo tenemos algo en común.
Ella levantó las cejas con expresión inquisitiva.
—Los dos preferimos los caballos.
Seguidamente abrió la puerta del establo para cederle el paso y juntos recorrieron un pequeño trecho hasta llegar a la escalera que conducía al piso superior.
—Supongo que nos veremos al anochecer —dijo ella.
Travis se despidió tocándose levemente el ala del sombrero.
—Sí, señora. Así será. Buenas noches.
—Buenas noches —respondió Lenobia. Acto seguido subió las escaleras a toda prisa, consciente de que él no le quitaba los ojos de encima.