Zoey
El estómago se me encogió y de repente sentí unas ganas enormes de echar la pota.
—De acuerdo, voy —le dije a Damien—. Pero te agradecería que me acompañaras. —Cuando este asintió con expresión sombría, me giré hacia Stevie Rae y Aphrodite y añadí—: Y vosotras también, ¿vale?
—Por supuesto que vamos —dijo Stevie Rae.
Por una vez, Aphrodite no se quejó por el hecho de que Stevie Rae respondiera por ella. Se limitó a asentir con la cabeza y dijo:
—Cuenta conmigo.
Me estaba girando para mirar a Stark cuando inesperadamente apareció a mi lado. Su mano recorrió mi brazo hasta que nuestros dedos se encontraron y se entrelazaron.
—¿Se trata de tu madre?
No me fiaba de que me fuera a salir la voz, así que me limité a asentir.
—¿Tu madre? Creía que Damien había dicho que tu abuela estaba aquí.
—Y así es —intervino Aphrodite antes de que Damien tuviera tiempo de contestar. Me estaba analizando con una mirada que la hacía parecer mayor (y más amable) de lo que en realidad era—. ¿Se trata de tu madre? —preguntó.
Stark me miró y volvió a asentir brevemente con la cabeza.
—La madre de Zoey ha muerto.
—¡Oh, no! —exclamó Damien mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Por favor, no —dije rápidamente—. Aquí no. No quiero que todo el mundo me vea.
Damien apretó los labios, cerró los párpados con fuerza y asintió con la cabeza.
—Venga, Z. Vamos todos a ver a tu abuela —dijo Stevie Rae colocándose junto a mí, al otro lado, y entrelazando su brazo con el mío. Aphrodite agarró la mano de Damien y ambos nos siguieron mientras nos alejábamos del ruedo.
Por todo el camino estuve intentando prepararme para lo que la abuela tenía que decirme. Supongo que en realidad llevaba intentando prepararme para ello desde que había soñado que visitaba el Otro Mundo donde presencié cómo Nyx daba la bienvenida al espíritu de mi madre. Sin embargo, cuando entré en el edificio principal de la escuela y me acerqué al vestíbulo me di cuenta de que nunca se está preparado para escuchar una noticia como aquella.
Justo antes de atravesar la última puerta, Stark me apretó la mano con fuerza.
—Estoy aquí, a tu lado, y te quiero.
—Yo también te quiero, Z —añadió Stevie Rae.
—Y yo —dijo Damien con un pequeño sollozo.
—Puedes coger mis pendientes de diamantes de dos quilates cuando quieras —dijo Aphrodite.
Yo me detuve y me di la vuelta para mirarla.
—¿Cómo?
—Es lo más parecido a una declaración de amor que conseguirás de mí.
En ese momento escuché a Stevie Rae soltar un largo suspiro y la frente de Damien se arrugó mientras la miraba con expresión de incredulidad.
Yo, en cambio, me limité a decir:
—Gracias. Te tomo la palabra. —Lo que provocó que Aphrodite farfullara:
—¡Oh, Diosa! ¡Odio ser amable!
A continuación me solté de los brazos de Stevie Rae y de Stark y abrí la puerta doble con un empujón. La abuela estaba sola en la habitación, sentada en un amplio sillón de cuero. Damien estaba en lo cierto, había estado llorando. Parecía como si hubiera envejecido y estaba muy, muy triste. Apenas me vio, se puso en pie. Nos encontramos en mitad de la habitación y nos abrazamos con fuerza. Cuando finalmente se soltó de mis brazos, dio un paso atrás y se situó a una distancia suficiente para poder mirarme a la cara. Tenía las manos sobre mis hombros. Me transmitían una sensación de calor, solidez y familiaridad y, de algún modo, el contacto físico con ella hizo que el nudo de mi estómago se volviera más soportable.
—Mamá ha muerto —tuve que decir antes de que lo hiciera ella.
A la abuela no pareció sorprenderle que lo supiera. Simplemente asintió con la cabeza y dijo:
—Sí, u-we-tsi-a-ge-ya. Tu madre ha muerto. ¿Su espíritu te ha visitado?
—En cierto modo. Anoche, mientras dormía, Nyx me mostró a mamá entrando en el Otro Mundo.
A través de sus manos percibí el estremecimiento que recorría el cuerpo de la abuela. Entonces cerró los ojos y empezó a balancearse. Por un instante tuve miedo de que se desmayara y cubrí sus manos con las mías.
—¡Espíritu, ven a mí! ¡Ayuda a la abuela!
El elemento con el que tenía una mayor conexión respondió de inmediato y empecé a sentir cómo salía de mi interior como un torbellino y penetraba en la abuela, que soltó un grito ahogado y dejó de balancearse, pero no abrió los ojos.
—¡Aire, ven a mí! Por favor, rodea a la abuela Redbird y haz que respire tu fuerza —dijo Damien situándose a mi lado y tocando el brazo de mi abuela una sola vez, con suavidad, mientras una dulce e imposible brisa soplaba alrededor nuestro.
—¡Fuego, ven a mí! Por favor, calienta a la abuela de Zoey para que, a pesar de su tristeza, no sienta frío.
Yo parpadeé sorprendida al ver que Shaunee se unía a Damien. Ella también tocó a la abuela durante un breve segundo, y después me sonrió con los ojos húmedos y me explicó:
—Kramisha nos dijo que nos necesitabas.
—¡Agua, ven a mí! Baña a la abuela de Z y arrastra contigo parte de su tristeza.
Erin se situó junto a Shaunee y tocó la espalda de la abuela. A continuación, al igual que su gemela, me sonrió con los ojos llenos de lágrimas.
—Así es. Ni siquiera tuvimos que leer su poema. Nos dijo que viniéramos inmediatamente.
Los ojos de la abuela seguían cerrados, pero vi que sus labios se movían, aunque de forma muy sutil.
—Aun así, mi poema era bueno —oí decir a Kramisha desde algún lugar detrás de mí.
Por encima de un resoplido de Aphrodite, Stevie Rae dijo:
—¡Tierra, por favor, ven a mí! —Entonces se situó junto a mí y rodeó a la abuela con su brazo—. Permite que la abuela de Z tome prestada parte de tu energía para que vuelva a encontrarse bien muy pronto.
La abuela inspiró profundamente hasta en tres ocasiones. Cuando soltaba el aire por última vez, abrió los ojos y, a pesar de que todavía estaban tristes, su rostro había perdido el aspecto envejecido y macilento que tanto me había asustado al verla por primera vez.
—Explícales lo que voy a hacer, u-we-tsi-a-ge-ya.
A pesar de que no estaba muy segura de cuáles eran sus intenciones, asentí. Sabía que se las arreglaría para que lo entendieran, y no me equivocaba. Uno por uno se acercó a mis cuatro amigos, empezando por Damien. Le tocó la cara y dijo:
—Wa-do, Inole. Tú me has fortalecido.
Mientras se aproximaba a Shaunee, les expliqué:
—La abuela está dándoos las gracias llamándoos por el nombre cheroqui de cada uno de vuestros elementos.
—Wa-do, Egela. Tú me has fortalecido.
La abuela tocó la mejilla de Shaunee y se dirigió a Erin.
—Wa-do, Ama. Tú me has fortalecido.
Para terminar, tocó la mejilla de Stevie Rae, que todavía estaba húmeda por las lágrimas.
—Wa-do, Elohine. Tú me has fortalecido.
—Gracias, abuela Redbird —murmuraron los cuatro.
—Gv-li-e-li-ga —dijo la abuela, repitiéndolo después en inglés—. Gracias. —Seguidamente me miró—. Ahora ya puedo soportar el contártelo —dijo colocándose delante de mí y cogiéndome las manos—. Tu madre fue asesinada en mi campo de lavanda.
—¿Qué? —La sorpresa me sacudió de arriba abajo—. No lo entiendo. ¿Cómo? ¿Por qué?
—El sheriff sostiene que se trató de un robo, y que simplemente se cruzó en el camino de los ladrones. Dice que, a juzgar por lo que se llevaron, el ordenador, la televisión y mis cámaras de fotos, y de la escasa violencia utilizada, debían ser drogadictos intentando sacar algún dinero para costearse sus dosis. —La abuela me apretó las manos con fuerza—. Lo había dejado, Zoey, y había vuelto a mí. Fue durante un pow-wow[1]. Y yo no estaba allí para socorrerla. —La voz de la abuela sonaba tranquila, pero sus ojos se inundaron de lágrimas que inmediatamente empezaron a correrle por las mejillas.
—No, abuela. No te culpes. Tú no eres responsable de nada y, si hubieras estado allí, os abría perdido a las dos. ¡Y eso sí que no habría podido soportarlo!
—Lo sé, u-we-tsi-a-ge-ya, pero la muerte de una hija, incluso aunque la hubiera perdido hace tiempo, es una carga muy difícil de sobrellevar.
—¿Fue…? Quiero decir, ¿sufrió? —Mi voz era apenas un susurro.
—No. Fue una muerte rápida. —La abuela habló sin vacilar, pero me pareció ver una sombra oscura pasando delante de sus ojos.
—¿Fuiste tú la que la encontró?
La abuela asintió, con las lágrimas surcando su rostro cada vez más deprisa.
—Sí. Estaba en el campo, justo delante de la casa. Estaba tumbada con una expresión tan apacible que al principio pensé que estaba durmiendo. —Su voz dejó escapar un sollozo—. Pero no era así.
Sujeté con fuerza sus manos y pronuncié las palabras que sabía que necesitaba oír.
—Ahora es feliz, abuela. La vi. Nyx la liberó de toda la tristeza que había en ella. Nos está esperando en el Otro Mundo, y ha recibido la bendición de la Diosa.
—Wa-do, u-we-tsi-a-ge-ya. Tú me das fuerza —susurró mientras me abrazaba de nuevo.
—Abuela —dije con mi mejilla pegada a la suya—, quédate conmigo. Al menos durante un tiempo.
—No puedo, u-we-tsi-a-ge-ya —dijo dando un paso atrás, pero sin soltarme las manos—. Sabes muy bien que seguiré las tradiciones de nuestro pueblo y guardaré duelo durante siete días. Y este no es el lugar más apropiado para ello.
—No nos vamos a quedar aquí, abuela —dijo Stevie Rae, secándose las lagrimas con la manga—. Zoey y yo, junto a todo nuestro grupo, nos hemos mudado a los túneles bajo la estación de Tulsa. Oficialmente soy su alta sacerdotisa, y me gustaría mucho que te quedaras con nosotros. Siete días o siete meses. Todo el tiempo que tú quieras.
La abuela sonrió a Stevie Rae.
—Es una oferta muy generosa, Elohine, pero vuestra estación tampoco es el lugar más adecuado para guardar duelo. —Entonces me miró a los ojos y supe lo que estaba a punto de decir—. Tengo que estar en mi tierra, en la granja. Pasaré la próxima semana comiendo y durmiendo muy poco. Debo concentrarme en limpiar mi casa y mi tierra de los restos de este horrible crimen.
—¿Tú sola, abuela? —Stark estaba allí, a mi lado. Una fuerte y cálida presencia—. ¿Es seguro, después de lo que ha sucedido?
—Tsi-ta-ga-a-sh-ya, no te dejes engañar por mi apariencia. —Había llamado a Stark «gallo», el apodo cariñoso con el que solía referirse a él—. Puedo ser muchas cosas, pero lo que no he sido nunca es una mujer desvalida.
—Nunca he pensado que fueras una mujer desvalida —se disculpó Stark—, pero tal vez no sea una buena idea que estés sola.
—Sí, abuela. Lo que dice Stark tiene sentido —dije yo.
—U-we-tsi-a-ge-ya. Tengo que limpiar mi casa, mi tierra y a mí misma durante el duelo. No puedo hacerlo a menos que esté en paz con la tierra, y no me quedaré dentro de la casa hasta que esté completamente limpia y los siete días hayan pasado. Acamparé en el patio trasero, en el prado junto al río. —La abuela sonrió a Stark, a Stevie Rae y al resto de mis amigos—. No creo que os sentara muy bien pasar tanto tiempo expuestos a la luz del sol.
—Entonces, abuela, yo… —empecé a decir antes de que mi interrumpiera.
—Tengo que hacerlo sola, u-we-tsi-a-ge-ya, pero hay algo que sí me gustaría pedirte.
—Lo que quieras —respondí.
—Dentro de siete días, quiero que vengas a la granja con tus amigos. Me gustaría que invocaras un círculo y llevaras a cabo tu propio ritual de limpieza.
—Cuenta con ello —asentí mirando a los amigos que me rodeaban.
—Allí estaremos —dijo Stevie Rae. Todos los chicos que estaban a mi lado y detrás de mí repitieron sus palabras.
—Entonces lo haremos así —dijo la abuela con rotundidad—. La tradición cheroqui de duelo y de limpieza será complementada con un ritual vampírico. Es justo que sea así, pues mi familia se ha alargado incluyendo a muchos vampiros e iniciados. —Sus ojos se dirigieron a mi grupo—. Y os pido una última cosa, que todos y cada uno de vosotros piense en mí y en mi hija con cariño durante los próximos siete días. Lo de menos son los errores que Linda cometió a lo largo de su vida. Lo que importa es que sea recordada con amor y con afecto.
Un montón de «así lo haremos» y de «de acuerdo, abuela», sonaron a mi alrededor.
—Ahora tengo que irme, u-we-tsi-a-ge-ya. Ya falta poco para que amanezca y me gustaría saludar al sol en mi tierra.
Sin soltarnos de las manos, la abuela y yo caminamos juntas hasta la salida. Cuando pasamos junto a mis amigos, todos ellos la tocaron y le dijeron adiós, lo que hizo que sonriera por encima de las lágrimas.
Una vez junto a la puerta gozamos de una pizca de intimidad y la abracé de nuevo diciendo:
—Entiendo que tengas que irte, pero preferiría que no lo hicieras.
—Lo sé, pero dentro de siete días…
De repente la puerta se abrió y apareció Neferet, con una expresión sombría y engañosamente bella.
—Sylvia, acabo de enterarme. Por favor, acepta mi más sincero pésame por el asesinato de tu hija.
La abuela, que se había puesto tensa al escuchar la voz de Neferet, se soltó de mis brazos. A continuación inspiró profundamente y miró a la vampiresa a los ojos.
—Acepto tu pésame, Neferet. Tus palabras suenan sinceras.
—¿Hay algo que la Casa de la Noche pueda hacer por ti? ¿Necesitas algo?
—Los elementos ya me han fortalecido, y la Diosa ha dado la bienvenida a mi hija en el Otro Mundo.
Neferet asintió con la cabeza.
—Zoey y sus amigos son muy amables, y la Diosa es generosa.
—No creo que lo que ha habido detrás de los actos de Zoey, de sus amigos o de la Diosa sea amabilidad o generosidad. En mi opinión se ha tratado de amor, ¿no crees, alta sacerdotisa?
Neferet hizo una pausa como si realmente estuviera considerando la pregunta de la abuela y seguidamente dijo:
—Lo que creo es que «podrías» tener razón.
—Sí, podría. Y sí que hay una cosa que necesitaría de la Casa de la Noche.
—Será un honor para nosotros ayudar a una mujer sabia en un momento de necesidad —dijo Neferet.
—Gracias. Me gustaría pedirle a Zoey y a sus amigos que vinieran a mis tierras dentro de siete días para llevar a cabo un ritual de purificación. Eso completaría mi duelo y limpiaría mi casa de cualquier resto de maldad.
En ese momento vi algo pasar por delante de la mirada de Neferet; algo que, por un momento, podría haber sido miedo. Sin embargo, cuando respondió, su voz y la expresión de su rostro solo reflejaban una cortés preocupación.
—Por su puesto. Tienen mi permiso para el ritual.
—Gracias, Neferet —dijo la abuela. Luego me abrazó una vez más y me besó con dulzura—. Hasta dentro de siete días, u-we-tsi-a-ge-ya.
Yo parpadeé varias veces, conteniendo las lágrimas. No quería que la última imagen que se llevara la abuela de mí fuera berreando y llena de mocos.
—Sí, siete días. Te quiero, abuela. No lo olvides nunca.
—Para olvidarme de eso, tendría primero que olvidarme de respirar. Yo también te quiero, hija.
Una vez dicho esto la abuela se dio la vuelta y se marchó. Yo me quedé en la puerta, mirando su fuerte y erguida espalda hasta que la noche la hizo desaparecer de mi vista.
—Vamos, Z —dijo Stark pasándome el brazo por encima de los hombros—. Creo que ya hemos tenido suficiente colegio por hoy. Vámonos a casa.
—Sí, Z. Vámonos a casa —añadió Stevie Rae.
Estaba asintiendo con la cabeza y preparándome para mostrar mi conformidad, cuando sentí una calidez repentina en el centro del pecho. Al principio me confundió. Luego levanté la mano para rascarme la zona y toqué el círculo sólido que había empezado a irradiar calor.
Fue entonces cuando vi aparecer a Aurox. Estaba con Dragon Lankford.
—Zoey, acabo de enterarme de lo de tu madre. Lo siento —dijo Dragon.
—G-gracias —farfullé. No miré a Aurox. Recordaba muy bien lo que me había dicho Lenobia, que tenía que poner cara de póquer cuando estuviera cerca, pero me sentía demasiado vacía y herida para hacer nada excepto para soltarle a Stark:
—Quiero ir a casa, pero primero necesito estar un momento a solas.
Sin darle tiempo ni siquiera a decir «vale», me zafé de su brazo y pasé entre Dragon y Aurox dándoles un ligero empujón.
—¡Zoey! —me llamó Stark—. ¿A dónde…?
—Estaré en la fuente del patio, junto al aparcamiento —dije echándole un breve vistazo por encima del hombro. Me di cuenta de que tenía el ceño fruncido y que estaba preocupado por mí, pero no podía evitarlo. Necesitaba salir de allí—. Ven a buscarme cuando hayáis cargado el autobús y estéis listos para que nos marchemos, ¿de acuerdo?
No esperé a que me contestara. Bajé la cabeza y me apresuré por la acera que rodeaba el edificio principal del colegio. Casi corriendo, torcí a la derecha y me fue directa al banco de hierro que estaba debajo de uno de los círculos de árboles que rodeaban la fuente y la pequeña área ajardinada que los iniciados llamaban «el patio de los profesores» porque estaba junto a la parte del instituto donde se hospedaban. Sabía que si había alguien mirando por una de las enormes y ornamentadas ventanas podría verme, pero también que todos los profesores estarían en clase terminando la sexta hora, lo que significaba que, en aquel preciso momento, era el único lugar del campus en el que podía estar bastante segura de que nadie me molestaría.
Así que me senté allí, a la sombra de un enorme olmo, intentando controlar mis pensamientos. La presencia de Aurox se interponía entre ellos, y no conseguía entender por qué.
Ahora mismo, en este preciso instante, ni siquiera me importa. Mi madre ha muerto. Sea lo que sea que Neferet y la oscuridad hayan planeado para mí, me importa una mierda. Todo el mundo me importa una mierda.
Mi mente tenía ideas propias de un ser duro y ruin, pero las lágrimas que me corrían por las mejillas decían otra cosa.
Mamá ya no está en este mundo. Ya no está en casa trajinando en la cocina mientras espera al perdedor de mi padrastro. No puedo llamarla y sacarla de quicio para luego flagelarme por ser una mierda de hija.
Era una sensación extraña la de saberse huérfana de madre. En realidad ella y yo llevábamos tres años distanciadas, pero hasta aquel momento, en el fondo de mi corazón, esperaba que entrara en razón, dejara a aquel idiota con el que se había casado jodiéndolo todo y volviera a ser mi madre.
—Lo había dejado —dijo—. No debo olvidarlo.
Tenía la voz tomada, pero me aclaré la garganta y dije en voz alta, mirando al oscuro cielo nocturno:
—Mamá, siento mucho que no pudiéramos despedirnos. Te quiero. Siempre lo he hecho y siempre lo haré.
Luego me cubrí la cara con las manos, cedí a la tormenta de tristeza que había estado formándose en mi interior, y rompí a llorar.
Aurox
La iniciada de nombre Zoey, la de los extraños tatuajes que no cubrían solo su cara sino también sus hombros, sus manos y, según le había dicho Neferet, también otras partes de su cuerpo, le hacía sentirse extraño.
Neferet le había contado que eran enemigas. Y eso la convertía también en su enemiga. Si era la enemiga de su señora, quería decir que suponía un peligro, y probablemente esa era la razón por la que se sentía extraño cuando estaba cerca. Aurox tomó buena nota de adónde se dirigía cuando salió corriendo. Debía tomar buena nota de todo lo que hacía. Zoey era peligrosa.
—Neferet, necesito hablar contigo acerca de las nuevas clases que se están impartiendo en el ruedo de Lenobia —estaba diciendo Dragon Lankford.
Los fríos ojos grises de Neferet se posaron sobre Dragon.
—El Alto Consejo decidió que esos iniciados se quedaran, al menos de momento.
—Lo entiendo, pero…
—¿Pero qué? ¿Preferirías tener al cuervo del escarnio en tu clase? —le espetó Neferet.
—Rephaim ya no es un cuervo del escarnio —intervino la alta sacerdotisa roja en defensa de su pareja.
—Pues él sigue llamando hermanos a esas criaturas, a los cuervos del escarnio —dijo Aurox.
—Muy bien dicho, Aurox. Es una observación muy interesante —dijo Neferet sin ni siquiera mirarlo—. Como regalo de Nyx para mí, creo que es importante que tengamos en cuenta tus observaciones.
—¡Por el amor de Sam Hill! ¿Qué tiene que ver eso? Efectivamente, son sus hermanos. En ningún momento ha tratado de ocultarlo —dijo la alta sacerdotisa roja mirándolo fijamente. Aurox percibió en sus ojos tristeza y enfado, aunque no eran emociones tan fuertes como para que las sintiera, como para que pudiera extraer energía de ellas—. No deberías haber matado al cuervo del escarnio. No estaba atacando a nadie.
—¿Según tú deberíamos esperar a que esas criaturas volvieran a despedazar a uno de los nuestros para reaccionar? —preguntó Dragon Lankford.
La rabia del maestro de esgrima era mucho más tangible y Aurox absorbió parte de la fuerza que manaba de ella. Sintió que hervía en su sangre, latiendo, alimentándolo, cambiándolo.
—Aurox, en este lugar no te necesitamos. Puedes irte para seguir con tus tareas. Empieza por aquí, por el edificio principal, y muévete por todo el perímetro del campus. Quiero que hagas la ronda por todas las instalaciones. Asegúrate de que los cuervos del escarnio no vuelvan a acercarse. —Luego su Señora miró a la alta sacerdotisa roja y añadió—: Te ordeno que ataques solo a los que supongan una amenaza para ti o para el colegio.
—Sí, sacerdotisa. —Seguidamente hizo una reverencia, abandonó la estancia caminando hacia atrás y salió al exterior mientras escuchaba cómo la alta sacerdotisa roja seguía defendiendo a su compañero.
Ella también es una enemiga, aunque mi señora dice que de otro tipo. De las que se pueden utilizar.
Aurox consideró lo complejas que eran las personas que se oponían a Neferet. Le había explicado que un día, en un futuro no muy lejano, todos aquellos iniciados y vampiros acabarían sometiéndose a ella o de lo contrario serían destruidos. Su Señora esperaba con ansia ese día, y Aurox también.
En ese momento se bajó de la acera y se dirigió hacia la derecha, al lugar donde empezaba en edificio principal. Se esforzaba por mantenerse alejado de la trémula luz de las lámparas de gas. Instintivamente, prefería las sombras y los rincones oscuros. Se mantenía siempre alerta, siempre buscando, de manera que le resultó extraño que el pañuelo de papel lo pillara por sorpresa. Era un simple rectángulo blanco. Lo arrastraba el viento, revoloteaba a su alrededor casi como un pájaro. Entonces se detuvo, estiró el brazo y lo cogió al vuelo.
¡Qué raro!, se dijo a sí mismo. Un pañuelo de papel que flota. Sin pensarlo de forma consciente, se lo metió en el bolsillo de sus vaqueros. Luego se encogió de hombros e, ignorando la extraña y funesta sensación, siguió caminando.
Las emociones de ella lo golpearon antes de que hubiera tenido tiempo de dar un par de pasos.
Tristeza, y un intenso y profundo dolor. Y también culpa. En sus sentimientos también estaba presente la culpa.
Aurox sabía que se trataba de la alta sacerdotisa de los iniciados, la tal Zoey Redbird y se dijo a sí mismo que se aproximaba solo porque era sensato observar de cerca a sus enemigos. Sin embargo, una vez se encontró a pocos metros de ella, apenas sus sentimientos lo invadieron, empezó a sucederle algo extraño. En lugar de absorber sus emociones y alimentarse de ellas, Aurox las absorbió y sintió.
No se transformó. No empezó a convertirse en la criatura de gran poder.
En vez de eso, sintió.
La desazón de Zoey tiraba de él y, cuando se quedó allí en pie, en las sombras que la rodeaban, y la vio sollozar, sus sentimientos penetraron en él y se acumularon en un recóndito y tranquilo lugar en lo más hondo de su espíritu. Mientras Aurox absorbía la tristeza y el sentimiento de culpa de Zoey, su soledad y su desesperación, algo se removió en su interior.
Era algo completamente inesperado y absolutamente inaceptable, pero Aurox quería consolar a Zoey Redbird. El impulso le resultaba tan extraño que se sorprendió a sí mismo moviéndose sin darse cuenta, como si fuera su subconsciente el que guiaba su cuerpo.
Surgió de las sombras en el mismo instante que ella se movía, apretando con la palma de su mano un lugar en el centro de su pecho. Entonces parpadeó, probablemente intentando ver a través de sus lágrimas, y sus miradas se encontraron. Ella se puso rígida y le pareció que estaba a punto de echar a correr.
—No, no tienes que irte —se oyó decir a sí mismo.
—¿Qué quieres? —dijo soltando un nuevo hipido.
—Nada. Pasaba por aquí. Estabas llorando. Y te oí.
—Quiero estar sola —dijo ella, secándose las lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano y sorbiéndose la nariz.
Aurox no se dio cuenta de lo que hizo a continuación hasta que tanto él como la chica se quedaron mirando su mano y el pañuelo de papel que se había sacado del bolsillo para ofrecérselo.
—Entonces me voy, pero vas a necesitar esto —dijo él, sonando rígido y extraño a sus propios oídos—. Tienes la cara muy mojada.
Ella se quedó mirando el pañuelo antes de cogerlo y luego lo miró a él.
—Cuando lloro, siempre moqueo.
Él sintió que su cabeza hacía un gesto de asentimiento.
—Sí, tienes razón.
Zoey se sonó la nariz y se secó la cara.
—Gracias. Nunca tengo un clínex cuando lo necesito.
—Lo sé —respondió él. Entonces sintió que las mejillas se le encendían y el cuerpo se le quedaba frío, porque no había absolutamente ninguna razón para haber dicho algo así.
—¿Qué es lo que has dicho?
—Que tengo que irme.
Aurox se dio media vuelta y se alejó a toda prisa penetrando de nuevo en la oscuridad. Esperaba que las emociones que había despertado en él desaparecieran, fluyeran de su interior como sucedía cada vez que absorbía las emociones de otro, las utilizaba y las desechaba. Sin embargo una parte de la tristeza de Zoey permaneció con él, al igual que sus sentimientos de culpa. Aun así lo más sorprendente es que su soledad se quedó en su interior, en un profundo y recóndito abismo de su alma.