7

Zoey

—¿Zoey? ¿Me has oído?

En ese momento me di cuenta de que, mientras cepillaba como una loca a Perséfone, Lenobia había entrado en los establos y me había estado hablando. Bueno, en realidad me di cuenta de que había estado diciendo algo. A gritos. Dirigiéndose mí. Pero no había oído nada. Me giré y me quedé mirando a la profesora de equitación que estaba apoyada contra el cálido y firme lomo de la yegua mientras intentaba extraer algo de calma y de energía de su presencia familiar.

—Lo siento, no. No estaba prestando atención. Estaba superdistraída. ¿Qué estabas diciendo?

—Te estaba preguntando qué sabes de ese tal Aurox, el chico nuevo.

—Nada, excepto que puedo poner la mano en el fuego a que no es solo un chico —respondí.

—Sí. Corre el rumor por el campus de que se trata de un cambiaformas.

Yo la miré con los ojos completamente fuera de las órbitas.

—¿En serio? ¿Existen de verdad? ¿Como Sam, la loca de su madre y su hermano?

—¿Sam?

—El de True Blood —le expliqué—. Son cambiaformas. Pueden adoptar la forma de cualquier cosa que hayan visto. Creo. Aunque no pienso que puedan transformarse en un objeto inanimado. ¡Santo Dios! Voy a tener que leerme los libros para entérame bien. En cualquier caso, ¿existen de verdad?

—A, no veo la tele. Nunca he acabado de cogerle el gusto. Yo también tendré que leer los libros de True Blood.

—En realidad los libros pertenecen a la saga de Sookie Stackhouse. Los escribió una escritora humana superguay que se llama Charlain Harris. —En ese preciso instante me di cuenta de la mirada Lenobia y añadí rápidamente—: Lo siento, lo siento. Ya sé que no era eso de lo que querías hablar. ¿Qué más quieres saber?

—Algo que tiene que ver con tu pregunta anterior. Hay muchas cosas diferentes ahí fuera, en este mundo y en el Otro.

Yo tragué saliva.

—Lo sé. Especialmente la parte que se refiere al Otro Mundo.

—Dicho esto, en muchas culturas existen evidencias sobre cambiaformas en sus leyendas y mitología. Es de suponer que al menos una de esas historias esté basada en hechos reales.

—No consigo entender si eso es algo bueno o malo —dije.

—Esperemos que suceda como con el resto de nosotros, que la bondad o la maldad dependa de cada individuo. Lo que me lleva a la segunda pregunta. Junto con los cotilleos sobre Aurox y su habilidad para, al menos, aparentar la habilidad de cambiar de forma, se dice por ahí que tuviste una reacción exagerada hacia él. ¿Es eso cierto?

Sentí que las mejillas se me encendían.

—Por desgracia sí. Me puse en ridículo delante de la mayor parte del colegio. Una vez más.

—¿Por qué? Sabiendo mejor que nadie lo peligrosamente manipuladora que puede ser Neferet, ¿cómo se te ocurre enfrentarte a ella en público y de ese modo?

—Porque soy una imbécil —dije en tono abatido.

—No —dijo sonriendo con amabilidad—. No eres ninguna imbécil. De hecho, esa es la razón por la que he querido hablar contigo del tema. A solas. Creo que deberías intentar disimular la reacción que te produce Aurox, tal vez incluso delante de tus amigos. Guárdate tus sentimientos para ti. Pon tu mejor cara de póquer.

—¿Cara de póquer? Lo siento, pero a lo más que sé jugar es al Monopoly.

—Me refiero a que ocultes cómo te sientes a todo el que te vea.

—¿Por qué? —Aquello sí que consiguió captar mi atención por completo. Por lo general Lenobia (al igual que cualquier otro vampiro en su sano juicio) no tenía por costumbre pedir a un iniciado que mantuviera un secreto.

Ella me miró fijamente a los ojos y de pronto me sorprendió su inusual color gris. Era como si en su interior albergara un montón de nubes de tormenta.

—Cuando era joven aprendí que a la maldad a veces le gusta que se alardee de ella, incluso cuando lo más aconsejable sería mantener un perfil bajo. Por experiencia te digo que la verdadera batalla de la Oscuridad no es contra la Luz y la fuerza del amor, de la verdad y de la lealtad. Creo que la verdadera amenaza para la maldad proviene de su propia soberbia, su arrogancia y su codicia. Todavía no he encontrado ningún matón al que no le guste regocijarse o un ladrón que no se dedique a fardar. Esa es la razón por la que acaban pillándolos. La Oscuridad conseguiría llevar a buen término muchas más obras de destrucción si fuera más, digamos, «prudente».

—Pero regocijarse y fardar forma parte de la naturaleza de la Oscuridad, así que se da cuenta cuando alguien presta especial atención a sus acciones y demás —dije captando finalmente lo que quería decir—. Lo que significa que, cuando alguien que está intentando luchar a favor del bien se está callado, observa y espera el momento adecuado para actuar, al final consigue metérsela doblada.

—Y pillarlo desprevenido gracias a la fuerza que le otorga la honestidad, la serenidad y la discreción.

Inspiré profundamente, miré a mi alrededor para asegurarme de que no había nadie husmeando desde el exterior del cubículo de Perséfone y hablé en voz baja a Lenobia.

—En el mismo instante que vi a Aurox, mi piedra vidente se puso caliente. Las otras dos ocasiones que había sucedido era porque estaba ante magia antigua. —A continuación vacilé, y luego admití—: Anoche miré a través de ella y vi algo extraño alrededor de Stark. La verdad es que me dejó helada.

—¿Y Stark que dice al respecto?

—Esto… No se lo he dicho.

—¿No se lo has dicho? ¿Por qué?

—Bueno… En primer lugar porque me distrajo. —Acto seguido proseguí rápidamente porque, con toda probabilidad, me había puesto colorada—. Y desde entonces, no sé por qué, pero no se lo he comentado. —Entonces recordé la casi pelea que tuvimos camino del colegio—. Sí, espera. Sí que sé por qué. Desde lo del Otro Mundo, las cosas no han vuelto a ser igual entre Stark y yo. Algunas han ido a mejor, como por ejemplo el hecho de que, la mayor parte del tiempo, estamos mucho más cerca el uno del otro. Pero eso también resulta muy raro.

Lenobia asintió con la cabeza.

—Es comprensible. Una experiencia de la envergadura de la que vivisteis debería cambiar la dinámica de una relación. Y el hecho de que hayas vislumbrado algún atisbo de magia antigua adherida a Stark podría ser simplemente los restos de su paso por el Otro Mundo. —Entonces sonrió—. Imagino que si pudieras verte a ti misma a través de la piedra vidente es posible que…

—¡Oh, Dios mío! ¡No quiero ver nada colgando a mi alrededor!

La sonrisa de Lenobia se desvaneció.

—Pareces asustada.

—Asustada no, aterrada. Creo que ya he tenido bastante magia antigua, del Otro Mundo y de todo lo demás por una buena temporada.

—Ahora entiendo. Si Aurox presenta trazas de magia antigua, es por eso que su presencia te afectó tanto.

—Sin duda me hizo sentir extraña, incluso antes de que se convirtiera en toro.

—¿Extraña? ¿Pero te daba miedo o no?

—Sí, aunque también percibí una extraña sensación de sorpresa, como si mi intuición advirtiera algo que mi mente no era capaz de asimilar. Y luego me angustié muchísimo. Ese chico tiene algo raro, Lenobia, y ese algo es muy pero que muy antiguo.

—¿Pero eres consciente de que el resto del mundo solo ve un chico extremadamente atractivo?

—Sí, imagino que sí. —A continuación resoplé—. Me gustaría llevármelo a Skye y averiguar lo que «aquella parte» del resto del mundo ve en él.

—¿Tu piedra vidente proviene de Skye?

—Sí, me la dio la reina. Me dijo que mirando a través de ella podría descubrir si hay magia antigua a mi alrededor. —Entonces pensé en Stark y en las escalofriantes sombras—. Pero a mí me basta y me sobra con lo que veo con mis propios ojos. No quiero volver a mirar a través de la piedra nunca más. —En ese momento sacudí la cabeza, avergonzada de mi debilidad—. Lo siento. Soy como una maldita niña grande. No debería estar tan asustada. Tendría que haber mirado a través de esta estúpida piedra cuando vi a Aurox.

—¿Y qué habría pasado si hubieras visto algo terrible? ¿Todos los que miran a través de ella pueden ver la magia antigua?

—No —respondí secándome las lágrimas que corrían por mis mejillas—. Es un don que solo ciertas altas sacerdotisas poseen.

—O sea que, si hubieras visto trazas de Oscuridad a través de la piedra y se lo hubieras dicho a todo el mundo confiando en que esta pudiera mostrárselo, no hubieras tenido ninguna prueba.

—Ahí está. Lo tenía y lo tengo bastante crudo.

—No. Fue y es muy sensato por tu parte hacer caso a tus instintos. Ese peón de Neferet tiene algo que no me gusta un pelo. Tú lo supiste desde el primer momento en que lo viste, y precisamente porque lo sabías, no fuiste capaz de cerrar la boca y fingir que eres una niña desabrida.

Pensé para mis adentros que tenía que acordarme de buscar la palabra en el diccionario o preguntarle el significado a Damien.

Lenobia no había acabado y continuó muy seriamente:

—Quiero que dediques parte de tu tiempo a reflexionar sobre Aurox. Toma buena nota de cómo te sientes y lo que observas exactamente la próxima que lo veas, pero hazlo en silencio. Utiliza tu cara de póquer. No permitas que nadie sepa lo que sucede detrás de esa bonita fachada de adolescente.

—¿No crees que debería mirarlo a través de la piedra vidente?

—No hasta que dejes de tener miedo de lo que puedas ver. Solo deberás hacerlo cuando tu intuición te diga que ha llegado el momento.

—¿Y qué pasa con Stark?

Seguidamente contuve la respiración.

—Stark está comprometido contigo y con la Diosa. Creo que el hecho de que presente trazas de magia antigua es bueno. Deja de preocuparte por tu guerrero. Puede percibirlo y no lo ayudará.

—Vale, de acuerdo. Lo que dices tiene bastante sentido. Entonces, ¿el hecho de que me sienta aliviada por no tener que mirar a través de la piedra no me convierte en una niña grande ni en una cobarde?

Ella sonrió.

—No. Ni tampoco en una imbécil. Eres una alta sacerdotisa, joven e iniciada, la primera de la historia, y simplemente estás intentando encontrar tu camino en un mundo tremendamente confuso.

—Eres superinteligente —dije.

Lenobia soltó una carcajada.

—No, soy supervieja.

En ese momento yo también me eché a reír porque, aunque estaba bastante segura de que tenía más o menos cien años, Lenobia parecía una treintañera.

—Bueno, aparentas veintitantos —mentí—, lo que te convierte en «un poco» vieja, no supervieja.

—¿Veintitantos? Con una capacidad para mentir como la tuya, no te costará mucho ocultar lo que piensas de Aurox —dijo Lenobia. Juraría que entonces soltó una risita tonta, lo que le hizo parecer todavía más joven—. ¡Veintitantos! ¡Hace más de doscientos años que no tengo esa edad!

—¿Cuál es tu secreto? ¿Botox e infiltraciones en los labios? —pregunté riéndome también tontamente.

—B negativo y protección solar —respondió.

—¡Eh! ¡Vosotras dos! Siento interrumpir. —La cabellera rubia y rizada de Stevie Rae asomó cuando apareció por la puerta de los establos.

—Tú nunca interrumpes, Stevie Rae —dijo Lenobia sin dejar de sonreír—. ¡Ven! ¡Únete a nosotras! Solo estábamos hablando de envejecer con elegancia.

—Mi madre siempre decía que ocho horas de sueño, beber mucha agua y no tener hijos era mejor receta que cualquier potingue inventado por el doctor L’Oréal —sentenció Stevie Rae. Luego, sonrió a Lenobia y miró con expresión preocupada a Perséfone—. Y gracias por invitarme a entrar, pero prefiero mantenerme alejada de este lugar. No me gustan mucho los caballos. Sin ánimo de ofender, pero los encuentro demasiado grandes.

—No me ofendo —dijo Lenobia—. ¿Necesitan algo los guerreros?

—Ajá. El ruedo va genial para las clases. Se lo están pasando de miedo haciendo cosas de chicos, es decir, dándose leña con espadas de madera y disparando flechas mientras aúllan como locos. —Las tres pusimos los ojos en blanco—. Pero ha llegado tu vaquero, así que he venido a buscarte.

—¿Mi vaquero? —Lenobia parecía de lo más confundida—. Yo no tengo ningún vaquero.

—Pues tiene que ser tuyo porque acaba de presentarse en la entrada del corral con un enorme tráiler para el transporte de caballos diciendo que lo han llamado para trabajar aquí y preguntando dónde puede descargar sus cosas —explicó Stevie Rae.

Lenobia soltó un largo suspiro y, sin poder ocultar su cabreo, dijo:

—Neferet. Esto es cosa suya. Es el primero de los humanos que ha contratado.

—No consigo entender qué se propone —dijo Stevie Rae—. Sé jodidamente bien que odia los humanos y que nunca le ha importado una mierda de rata que tuviéramos o no gente de la zona trabajando aquí.

—Neferet se propone causar problemas —dije yo.

—Y ha empezado conmigo porque sabe que estoy de tu parte —añadió Lenobia.

—Caos. —Mientras lo decía caí en la cuenta de lo acertada que resultaba la palabra—. Neferet quiere sembrar el caos en nuestras vidas.

—Entonces démosle una calurosa bienvenida al vaquero, hagámoslo sentirse como en casa y enseñémosle lo aburrido y poco caótico que puede ser trabajar en mis caballerizas. Si lo hacemos tal vez, y solo tal vez, decida marcharse en busca de pastos más apasionantes y Neferet acabe centrando su atención en otra cosa.

Como si partiera en una misión, Lenobia abandonó con paso firme el cubículo de Perséfone y Stevie y yo nos miramos.

—Esto no me lo pierdo por nada del mundo. —A continuación di una palmadita de despedida al lomo de Perséfone y tiré la almohaza en el cubo de los arreos.

Stevie Rae me cogió del brazo mientras seguíamos a Lenobia.

—Lo que no le he dicho es que el vaquero está para comérselo —me susurró.

—¿En serio?

—Espera y verás.

Sus palabras despertaron mi curiosidad y aceleré el paso cruzando el ruedo a toda prisa y saludando desde lejos a Stark, que estaba dándole un arco a Rephaim. Stevie Rae intentó lanzarle un beso, pero yo la obligué a seguir caminando, de manera que solo logró agitar la mano con una risita estúpida. Intenté ignorar el gesto ceñudo de Stark y me concentré en no dejar entrever ninguno de los sentimientos de curiosidad, emoción y tremenda confusión que estaba teniendo.

No sabía muy bien por qué, pero no quería de ninguna manera que Stark me preguntara sobre Aurox.

—Ahí está. Es ese. El no vampiro alto que está junto a la puerta con sombrero de vaquero. —Stevie Rae señalaba en dirección a la amplia puerta de dos hojas del ruedo. Las habían abierto de par en par y fuera había un enorme camión para el transporte de caballos y una de esas pickups que les gusta comprarse a los tipos de Oklahoma y que luego se pasan prácticamente todo el día en ellas. Justo delante había un hombre superalto y Stevie Rae tenía razón. Estaba buenísimo, y eso que era bastante mayor que nosotras.

—Se parece a uno de esos tipos que salen en el canal del Oeste —dije—, al protagonista de una película de vaqueros de las de antes.

—¡A Sam Elliott! ¡Se parece a Sam Elliott!

—¿Eh? —dije mirándola con expresión interrogante.

Ella suspiró.

—Hizo un montón de películas del Oeste. Como Tombstone.

—¿Ves películas del Oeste?

—Las veía. Con papá y mamá. Especialmente los sábados por la noche, antes de acostarnos. ¿Pasa algo?

—No, no pasa nada.

—Pero no se lo digas a Aphrodite —añadió.

—¿Qué es lo que no tiene que decirle a Aphrodite? —preguntó la aludida.

Stevie Rae y yo dimos un respingo cuando pareció materializarse de la nada justo detrás de nosotras.

—Deja de acechar y moverte con tanto sigilo. Resulta escalofriante.

—No lo hago. Forma parte de mi elegancia natural. Es que soy de huesos ligeros —dijo. A continuación dirigió sus ojos del color azul del hielo y añadió—: Repito, ¿qué es lo que no tiene que decirle a Aphrodite?

—Que el vaquero de Lenobia está como un tren —dijo Stevie Rae.

Aphrodite la miró con una expresión que decía que era una burda mentirosa, y tenía razón, pero ya estaba echándole un vistazo al hombre de los hombros anchos por el rabillo del ojo.

—¡Oooh! ¿Lenobia tiene un nuevo…?

—Empleado. —Interrumpí yo, a pesar de que Aphrodite no me estaba prestando ni la más mínima atención—. Se supone que trabaja para ella.

—Está buenísimo —dijo Aphrodite—. No de la misma manera Darius, pero sigue estando como un tren.

—Ya os lo he dicho. Y es tan alto que hace que Lenobia parezca todavía más joven de lo que ya aparentaba.

Mientras Stevie Rae, Aphrodite y yo nos acercábamos como quien no quiere la cosa hasta una distancia que nos permitiera oír lo que decían e intentábamos, sin conseguirlo, que no se notara que se nos caía la baba, el vaquero saludó a Lenobia tocándose suavemente el sombrero con la punta de los dedos y dijo con un perfecto deje de Oklahoma:

—Buenas, señora. Soy el nuevo capataz. Le agradecería que me indicara quién es el encargado aquí.

No podía ver la cara de Lenobia, pero me di cuenta de que erguía la espalda.

—¡Oh, oh! —susurró Stevie Rae.

—Adiós a toda la historia de la calurosa bienvenida —dije en un tono lo suficientemente bajo como para que solo Stevie Rae y Aphrodite pudieran oírme.

—John Wayne acaba de cagarla pero bien —dijo Aphrodite.

—Soy Lenobia —la oímos decir sin necesidad de esforzarnos. No me pareció que sonara cabreada. Me pareció que sonaba como una tormenta de hielo—. Soy yo la encarga de los establos, y su nueva jefa.

En ese momento se produjo una especie de silencio incómodo, sobre todo porque Lenobia no le tendió la mano para saludarlo.

—Brrr —susurró Aphrodite—. Me recuerda a mi madre, y para John Wayne no es una buena señal.

—Sam Elliott —masculló Stevie Rae.

Aphrodite miró con el ceño fruncido a mi mejor amiga y yo reprimí un suspiro. La pobre no tenía remedio.

—No se parece en nada a John Wayne —añadió sin dejar de susurrar, prosiguiendo con su discurso cinematográfico—. Es idéntico a Sam Elliott.

—Me parece que viste demasiada televisión en abierto cuando eras niña, probablemente los sábados después de la cena familiar. Patético.

Aphrodite sacudió la cabeza mostrando su desprecio por Stevie Rae y yo me estaba preguntando lo extraño que resultaba que Aphrodite conociera tan bien el tipo de vida familiar que había llevado Stevie Rae cuando las dos nos giramos en dirección al «espectáculo de vaqueros».

El hombre volvió a saludar a Lenobia tocándose el sombrero, en esta ocasión sonriendo, e incluso a pesar de que nos encontrábamos a cierta distancia, me di cuenta de que los ojos le brillaban.

—Bueno, señora. Por lo visto alguien me había informado mal. Me alegro de que la cosa se haya aclarado enseguida. Me llamo Travis Foster y estoy encantado de conocerla, jefa.

—¿Y no le importa haber descubierto que su jefe es un mujer?

—No señora. Mi madre era una mujer y jamás he trabajado mejor ni más a gusto que cuando lo hice para ella.

—Señor Foster, ¿está dando a entender que le recuerdo a su madre?

Me pareció que la voz de Lenobia sonó fría como el hielo, pero Travis no pareció darse cuenta. A decir verdad, daba la impresión de que estaba divirtiéndose. Entonces se echó el sombrero hacia atrás y bajó la mirada hacia Lenobia como si, en vez de tratarse de una pregunta sarcástica, se lo hubiera preguntado en serio.

—No señora, todavía no.

Lenobia no dijo nada más y yo empecé a tener esa sensación de vergüenza y de embarazo que me suelen provocar las conversaciones incómodas entre adultos cuando Travis se encogió de hombros, se metió un dedo en la trabilla de sus wranglers y dijo:

—Y ahora, Lenobia, ¿podría enseñarme el lugar donde mi yegua y yo vamos a planchar la oreja?

—¿Yegua? ¿Planchar la oreja? —preguntó Lenobia.

—Esto está siendo jodidamente bueno. Ojalá tuviera palomitas —dijo Aphrodite.

—Lo va a achicharrar con su visión láser —dije yo.

—¿Lenobia tiene visión láser? —preguntó Stevie Rae.

Aphrodite y yo la miramos como si acabara de preguntar si creíamos que Lindsay Lohan de verdad se había rehabilitado.

—Creo que será mejor que me calle y me limite a observar —concluyó.

—Gracias —dijimos Aphrodite y yo a coro. Stevie Rae me lanzó una mirada asesina justo antes de que las tres volviéramos a poner la oreja y a contemplar toda la escena con la boca abierta.

—Bueno, señora —dijo Travis con voz cansada—, cuando me contrató, le dije a su alta sacerdotisa que mi yegua venía en el lote y que necesitaba que le asignaran un sitio en las cuadras. Acabo de concluir la temporada trabajando como capataz en Durant Springs. Y yo también necesitaría un lugar donde alojarme. —Entonces hizo una pausa y, al ver que Lenobia no decía nada, añadió—: Durant Springs está en Colorado, señora.

—Sé donde está —le espetó Lenobia—. ¿Y qué le hace pensar que puede quedarse aquí, en el campus? No tenemos habitaciones para humanos.

—Lo sé, señora. Eso es lo que me dijo su alta sacerdotisa. Pero como había que cubrir la plaza inmediatamente, le dije que no tendría inconveniente en dormir con Bonnie hasta que encontráramos un sitio por aquí cerca.

—¿Bonnie?

Travis se recolocó el sombrero, el primer indicio de que podía estar empezando a sentirse incómodo.

—Sí, señora. Mi yegua se llama Bonnie.

Como si la frase hubiera sido un modo de darle pie, en ese momento se escuchó un fuerte ruido sordo que provenía del interior del tráiler. El vaquero se dirigió a las puertas traseras mientras seguía dándole explicaciones a Lenobia.

—Le agradecería que me dejara bajarla. El viaje desde Colorado puede ser muy pesado para una chica tan grande como ella.

—¿Qué me decís? ¿Pensáis que su caballo está gordo? —preguntó Stevie Rae en voz baja.

—Pueblerina, tenía entendido que ibas a estarte callada —dijo Aphrodite.

—Creo que acaba de poner un pie en la calle —dije yo. Lenobia no iba a consentir que un caballo cansado corriera libremente por ahí metiéndose vete tú a saber dónde.

—De acuerdo. Baje a su yegua —dijo Lenobia—. Una vez se sienta cómoda, usted y yo discutiremos la cuestión del alojamiento.

Me di cuenta de que Travis ya había empezado a retirar las cadenas y las palancas que servían para mantener la puerta cerrada, de manera que tan solo tendríamos que esperar unos segundos para que sacara la rampa.

—¡Venga, preciosa! ¡Recula!

El tono de voz de Travis, que hasta ese momento había sido educado y, a ratos, ligeramente divertido, se volvió de pronto amable y cariñoso.

Acto seguido su caballo descendió marcha atrás del tráiler y de nuestras bocas empezaron a salir gritos ahogados que iban del terror a la sorpresa. Aparté los ojos del caballo el tiempo suficiente para ver que Stevie Rae y yo no éramos las únicas que tenían la boca abierta. En algún momento Darius, Stark, Rephaim y la mayoría de los iniciados se había ido acercando a donde nos encontrábamos.

—Eso no puede ser un caballo —dijo Stevie Rae y, a pesar de que estábamos a varios metros del animal, dio un paso atrás.

—¡Me cago en todo! ¡Es un dinosaurio! —exclamó Aphrodite.

—Estoy bastante segura de que es un caballo —dije estudiándola atentamente—, pero es el más grande que haya visto jamás.

—¡Oh! ¡Es un percherón! ¡Qué maravilla! —exclamó Lenobia.

Todo el mundo contempló alucinado cómo Lenobia se acercaba a la enorme yegua sin vacilar ni por un instante. Reducida a una especie de enana junto al gigantesco equino, la profesora de equitación levantó la mano lentamente. La yegua la miró durante unos instantes y luego bajó el morro y resopló sobre la palma de Lenobia. Esta, sonriendo como una niña pequeña, acarició su descomunal hocico y le dijo con tono tranquilizador:

—Con que tú eres Bonnie. ¿Cómo estás, preciosa?

Seguidamente dirigió la mirada hacia el vaquero. El tono helado de su voz había desaparecido por completo y hasta me pareció que se le caía la baba.

—No había visto un percherón desde mi viaje a Francia cuando era una niña, y de eso hace ya más años de los que me gustaría admitir. En el mismo barco que yo había una pareja de estas enormes bellezas. Los recuerdo con mucho cariño y desde entonces siempre me han intrigado los caballos de tiro. Tiene un precioso pelaje gris moteado. Imagino que seguirá aclarándosele con el tiempo. Diría que ha debido cumplir cinco años hace un… —Lenobia hizo una pausa, ladeó la cabeza y miró al caballo a los ojos antes de continuar—. No, hace dos meses. Lleva con usted desde que nació, ¿verdad?

Travis parpadeó sorprendido. Entonces abrió la boca, luego la cerró, y al final la abrió de nuevo. A continuación se aclaró la garganta.

—Pues sí, señora.

Entonces hizo una pausa, alargó el brazo y dio unas palmaditas en el cuello impresionantemente grueso de Bonnie como si necesitara apoyarse en algo para recuperar el sentido. Sabía por qué estaba tan desconcertado. Todos los que habíamos visto a Lenobia tratar con caballos lo sabíamos. Cuando se comunicaba con ellos pasaba de ser una chica muy mona a convertirse en una mujer espectacular, y en ese momento se estaba comunicando seriamente con la enorme yegua, de manera que había trasladado la incondicional adoración que sentía por los caballos al vaquero. No es que él se hubiera convertido el objeto intencional de su gran atractivo, sino que estaba sufriendo las consecuencias. Pero las consecuencias eran realmente graves.

Travis volvió a aclararse la garganta, giró el sombrero hacia un lado y luego dijo:

—Su madre murió poco después de dar a luz. Un maldito rayo la alcanzó cuando estaba pastando en medio de un prado. Tuve que criarla dándole la leche en biberón.

Lenobia miró al vaquero con sus preciosos ojos grises. Parecía sorprendida, como si se hubiera olvidado de que estaba allí. Y entonces su adoración por el caballo se apagó como si le hubiera dado a un interruptor.

—Hizo usted un buen trabajo. Es muy grande, supera de sobra los dieciocho palmos. Y bien musculada. Está en excelente forma.

A pesar de que se trataba de un halago, el tono de su voz sonaba más enfadado que amable. Solo cuando alzó la vista y sonrió a la yegua, su voz y su expresión volvieron a poner en evidencia la adoración y el auténtico placer que sentía.

—Eres una chica muy lista, ¿verdad? —dijo dirigiéndose a Bonnie, que estaba allí en pie, sin agitar las patas, moviendo las orejas en todas direcciones y mirándonos con el mismo gesto de curiosidad con el que nosotros la mirábamos a ella—. Y tienes la suficiente confianza en ti misma como para comportarte bien incluso en una situación tan nueva y extraña. —Lenobia apartó la vista de la yegua, miró al vaquero y adoptó de nuevo una expresión de fría cordialidad. Entonces hizo un breve y decidido gesto de asentimiento.

—De acuerdo. Entonces lo haremos así. Usted y Bonnie pueden seguirme. Les enseñaré la parte del establo donde pueden alojarse. Los dos.

Lenobia se giró y comenzó a cruzar el ruedo dando grandes zancadas. Cuando llegó a la mitad, se detuvo y se dirigió a todos nosotros.

—Vampiros e iniciados, este es Travis Foster. A partir de ahora trabajará para mí. Su yegua se llama Bonnie. Quiero que le mostréis el respeto que merece como el excelente ejemplar de percherón que es. Guerreros, fijaos en su tamaño y en su forma de comportarse. Sus antepasados eran utilizados por los antiguos como caballos de guerra.

Yo miré al vaquero y vi que sonreía asintiendo al comentario de Lenobia y daba unas palmaditas afectuosas a la enorme yegua antes de lanzar una mirada igualmente afectuosa a la profesora de equitación. Ella ni siquiera se dignó a mirarlo. En vez de eso entrecerró los ojos y nos incluyó a todos en su mirada feroz.

—Y vosotros dejad de curiosear y volved al trabajo.

Seguidamente abandonó el ruedo con paso firme y se dirigió a los establos sin apenas mirar a Bonnie y a Travis, que caminaban tras ella como si fueran polillas siguiendo una luz superbrillante.

—Bueno, bueno. La cosa pinta bien —dijo Aphrodite.

—¿Bromeas? Esa yegua tiene una pinta genial. Quiero decir, es enorme, pero su aspecto es realmente alucinante —dije yo.

Aphrodite puso los ojos en blanco.

—No me refiero al caballo, Z.

Yo me quedé mirándola con el ceño fruncido cuando de pronto apareció Damien, que venía hacia nosotras a toda prisa.

—Zoey, me alegro de haberte encontrado. Tienes que volver al edificio principal.

—¿Quieres decir después de la sexta hora? Debe estar acabándose.

—No, querida. Me refiero a ahora mismo. Tu abuela está aquí, y pondría la mano en el fuego a que ha estado llorando.