Erik
Había estado caminando lentamente de vuelta al aula de teatro, deseando con todas sus fuerzas que, en vez de dirigirse a una clase de interpretación, estuviera haciendo una entrada triunfal en algún estudio cinematográfico de Los Ángeles, Nueva Zelanda, Canadá… ¡Qué demonios! ¡Donde fuera menos en Tulsa, Oklahoma! También se había estado preguntando cómo había pasado de ser el tío más bueno de entre todos los iniciados y el nuevo Brad Pitt según el mejor agente de vampiros de Los Ángeles, a convertirse en un profesor de teatro y en un rastreador.
—Zoey —murmuró para sí mismo—. Mi vida empezó a joderse el día que la conocí.
Luego se sintió como una mierda por pensar algo así, a pesar de que no hubiera nadie alrededor que hubiera podido oírlo. La verdad es que se llevaba bien con Z. Incluso se podía decir que eran amigos. Lo malo eran toda las cosas raras que sucedían a su alrededor. Es un imán para los frikis, pensó para sus adentros. Con razón habían roto. Él no era ningún friki.
En ese momento se frotó la palma de la mano derecha.
Un puñado de iniciados pasó corriendo por su lado y él estiró el brazo y agarró a uno de ellos por el cuello de la chaqueta de cuadros del uniforme.
—¡Eh! ¿Adónde vais con tanta prisa? ¿Cómo es que no estáis en clase? —le preguntó con el ceño fruncido, más por el hecho de que estaba cabreado por sonar como uno de esos profesores que ordenan a los alumnos que vuelvan a clase que porque le interesara realmente adónde iba.
Cabreando todavía más a Erik, el niño se echó a temblar como si fuera hacerse pis encima.
—Ha pasado algo. Creo que es una pelea.
—¡Anda! ¡Vete! —dijo soltándolo con un ligero empujón.
El niño salió por piernas y Erik ni siquiera consideró la posibilidad de seguirlo. Sabía lo que se habría encontrado. A Zoey metida en algún lío. Y ya tenía demasiada gente que la podía ayudar a salir de él. ¡Maldita sea! No era responsabilidad suya, de la misma manera que tampoco era responsabilidad suya librar al maldito mundo de la Oscuridad.
Fue entonces, al estirar el brazo para agarrar el pomo de la puerta de su clase, cuando la palma de la mano derecha empezó a quemarle. Erik la sacudió con fuerza, y luego paró y se quedó mirándola.
La marca con forma de laberinto en espiral se había inflamado, como si acabaran de hacérsela.
Entonces sintió un impulso incontrolable.
Erik soltó un grito ahogado, se giró, y echó a correr hacia el aparcamiento de estudiantes y hacia su Mustang rojo. Mientras, el impulso aumentó hasta un nivel casi febril. No podía permanecer quieto y sus pensamientos brotaban de su boca como dardos en forma de frases inacabadas.
—Broken Arrow. Avenida South Juniper, 2801. A pie. En treinta cinco minutos. Tengo que llegar hasta allí. Tengo que estar allí. Shaylin Ruede. Shaylin Ruede. Shaylin Ruede. Ve, ve, ve, ve, ve…
Erik sabía lo que le estaba pasando. Lo habían preparado para ello. El último rastreador de la Casa de la Noche, que se llamaba a sí mismo Charon, le había contado exactamente lo que le esperaba. Cuando le llegara el momento de marcar a un iniciado sentiría como si la palma de la mano le quemase, se le daría a conocer un lugar, un momento y un nombre, y sentiría un impulso irrefrenable de ir hasta allí.
Hasta aquel momento, Erik estaba seguro de estar preparado, pero no se había imaginado el ansia que se apoderaría de él, el extraordinario poder del foco que martilleaba en su interior al compás del latido ardiente y apremiante de la palma de su mano.
Shaylin Ruede iba a ser la primera iniciada que marcaría.
Tardó treinta minutos en llegar desde el centro de Tulsa a la pequeña comunidad de propietarios situada en el tranquilo barrio residencial de Broken Arrow. Erik estacionó en la plaza para visitantes del aparcamiento y salió del Mustang con las manos temblorosas. El impulso incontrolable lo condujo hasta la acera que había delante del complejo, en paralelo a la calle. El complejo estaba iluminado por unas farolas que emitían una tenue luz de color blanco. Parecían enormes peceras opacas que reposaban sobre palos de hierro forjado, proyectando luminosos círculos de color crema sobre la acera. La calle estaba flanqueada por cedros y robles de una cierta edad. Erik miró su reloj. Eran las cuatro menos cuarto de la mañana, una hora extraña para marcar a una niña. Pero Charon le había advertido que el impulso nunca se equivocaba y que lo único que tenía que hacer era seguirlo, dejarse guiar por sus instintos, y todo saldría bien. Aun así, no se veía ni un alma por los alrededores, y Erik estaba empezando a dejarse llevar por el pánico cuando escuchó un suave clac, clac, clac. Delante de él, una chica dobló la esquina desde el interior del complejo y apareció. Caminaba lentamente por la acera en dirección hacia donde se encontraba. Cada vez que pasaba por debajo de una de las burbujas de luz, Erik la examinaba detenidamente. Era pequeña, una joven diminuta con un montón de pelo castaño. Tenía tanto pelo que por unos segundos le distrajo su espesa y brillante cabellera impidiéndole ver nada más, hasta que el golpeteo repetitivo irrumpió en su mente. Sujetaba un largo bastón blanco que movía de un lado a otro dando pequeños golpes que le servían para saber por dónde iba. Cada pocos pasos se detenía y tosía de una forma que no le gustó nada.
Erik supo dos cosas al mismo tiempo. La primera, que aquella era Shaylin Ruede, la adolescente que se suponía que tenía que marcar. Y la segunda, que era ciega.
Se habría reprimido si hubiera podido pero, según le había dicho Charon, ningún fuerza, ni mortal ni mágica, podía separarlo de aquella chica hasta que la hubiera marcado. Cuando la joven se encontraba a pocos metros de él, levantó la mano con la palma extendida y apuntó hacia ella. Abrió la boca para hablar, pero ella se le adelantó.
—¿Quién anda ahí? ¿Quién eres?
—Erik Night —masculló. Acto seguido sacudió la cabeza y se aclaró la garganta—. No. No es así.
—¿El qué no es así? ¿No te llamas Erik Night?
—Sí. Quiero decir, no. Espera. Esto tampoco es así. Esto no es lo que se supone que debía decir. —Le temblaban las manos y se sentía como si fuera a vomitar.
—¿Te encuentras bien? Tienes la voz rara. —En ese momento tosió de nuevo—. ¿Tú también estás con la gripe? Yo llevo todo el día fatal.
—No. Estoy bien. Es solo que tenía que haberte dicho otra cosa, no mi nombre ni nada de eso. ¡Oh, mierda! La estoy liando pero bien. Yo nunca me olvido las frases. Lo estoy fastidiando todo.
—¿Estás ensayando para una obra de teatro?
—No, y no te puedes imaginar lo irónica que resulta tu pregunta —dijo secándose el sudor de la cara y sintiéndose aturdido.
Ella ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—No irás a atracarme, ¿verdad? Ya sé que es tarde y todo eso, y que una chica ciega no debería estar por ahí a estas horas, pero para mí es el mejor momento para darme un paseo yo sola. No tengo muchas oportunidades de estar sola.
—No voy a atracarte —dijo Erik con tono desdichado—. Yo nunca haría algo así.
—Entonces ¿qué estás haciendo aquí y qué es lo que estás fastidiando?
—Las cosas no están saliendo como se suponía.
—Pues raptarme no solucionará nada. Vivo con mi madre adoptiva, y te aseguro que está sin blanca. De hecho, desde que trabajo en la biblioteca de South BA a la salida del colegio tengo más dinero que ella. Bueno… Pero no en este momento. Ahora no llevo nada encima.
—¿Raptarte? ¡No! —En ese preciso instante Erik se dobló por la mitad y se llevó la mano a la garganta—. ¡Mierda! Charon no me dijo que me dolería si no lo hacía.
—¿Charon? ¿Perteneces a una banda? ¿Se supone que vas a sacrificarme para llevar a cabo algún rito de iniciación?
—¡No!
—Menos mal, porque eso sí que sería una mierda. —En ese momento sonrió al vacío y empezó a girarse hacia donde había venido—. Bueno, pues entonces nada. Si no quieres nada más…, Me alegro de haberte conocido, Erik Night. Si es que te llamas así…
Con un enorme esfuerzo, Erik se irguió lo suficiente para levantar la mano de nuevo, con la palma extendida.
—Esto es lo que se supone que tenía que hacer. —Entonces, con una voz repentinamente llena de magia, de misterio y de intención, Erik Night pronunció las antiguas palabras de los rastreadores—: ¡Shaylin Ruede! La Noche os ha escogido, vuestra muerte será vuestro renacer. La Noche os llama, escuchad su dulce llamada. ¡El destino os aguarda en la Casa de la Noche!
El calor que se había ido acumulando en sus tripas y que le había estado provocando nauseas, aturdimiento y una fuerte quemazón, salió disparado de golpe de la palma de su mano y se estampó directamente contra la frente de Shaylin. Esta emitió un suave gemido de sorpresa y cayó al suelo delicadamente.
Vale. Sabía muy bien lo que se esperaba de él. Se suponía que tenía que comportarse como un vampiro, desvanecerse entre las sombras y regresar a la Casa de la Noche dejando que la iniciada llegara por sus propios medios. Charon le había dicho que era así como se hacía. O al menos era así como se hacía en el mundo moderno.
Erik consideró la posibilidad de desvanecerse entre las sombras. Incluso había empezado a retroceder, cuando Shaylin levantó la cabeza. Había caído bajo uno de los charcos de luz, de manera que tenía el rostro iluminado. ¡Era absolutamente perfecto! Sus carnosos labios rosados se curvaron en una sonrisa de sorpresa y parpadeaba como si intentara aclararse la vista. Si no hubiera sido ciega habría jurado que lo estaba mirando con sus enormes ojos negros. Tenía una piel clara y sin imperfecciones, y su nueva marca en mitad de la frente parecía brillar con un hermoso y reluciente tono escarlata.
¿Escarlata?
Al ver el color, Erik un respingo y empezó a moverse hacia ella diciendo:
—¡Espera! ¡No! ¡Algo ha salido mal!
En ese mismo instante Shaylin exclamó:
—¡Oh, Dios mío! ¡Puedo ver!
Erik corrió hacia ella y una vez allí se quedó en pie, impotente, sin saber que hacer mientras ella recobraba la compostura y se ponía en pie. Se tambaleaba un poco, pero miraba a su alrededor sin dejar de parpadear con una enorme sonrisa iluminando su precioso rostro.
—¡Es cierto! ¡Puedo ver! ¡Oh, Dios mío! ¡Esto es increíble!
—¡Esto no está bien! ¡Lo he fastidiado todo!
—¡No me importa si lo has fastidiado o no! ¡Muchísimas gracias! ¡Puedo ver! —gritó echándole los brazos al cuello, riendo y llorando al mismo tiempo.
Erik, casi sin darse cuenta, le dio unos golpecitos en la espalda. Tenía un olor dulce, como a fresas. O quizás melocotón. El caso es que olía a fruta. Y su cuerpo era realmente blandito.
—¡Oh, Dios! ¡Lo siento! —dijo soltándolo de golpe y dando un paso atrás. Tenía las mejillas sonrosadas y se enjugó las lágrimas. Entonces sus húmedos y oscuros ojos se abrieron como si hubiera visto algo por encima de su hombro y Erik se giró con los brazos en alto dispuesto a noquear a quien fuera.
—¡Oh, no! ¡Lo siento otra vez! —Sus dedos descansaron durante un segundo en el brazo de él mientras daba un paso hacia delante. Él bajó la vista y descubrió que miraba boquiabierta un enorme y viejo roble—. ¡Es tan hermoso!
Avanzando con pasos que se iban volviendo cada vez más seguros, se acercó al tronco y apoyó la mano sobre él. Luego, con la mirada puesta en las ramas, dijo:
—Tenía algunas imágenes en mi mente. Cosas que recordaba de antes de perder la vista, pero esto es mucho, pero que mucho mejor. —Entonces se enjugó de nuevo las lágrimas y se quedó mirando a Erik con sus brillantes ojos todavía más abiertos—. ¡Vaya! ¡Uau!
A pesar de lo absurdo de la situación, Erik no pudo evitar corresponderle con su reluciente sonrisa de estrella del celuloide.
—Sí, lo sé. Antes de que me convirtieran en rastreador, iba camino de convertirme en actor de Hollywood.
—No. No estoy alucinando porque estés como un tren, aunque lo estés. Supongo —se justificó rápidamente sin quitarle ojo de encima.
—Lo estoy —le aseguró él recordándose a sí mismo que probablemente estaba en estado de shock.
—Sí, bueno… Me refiero a que estoy flipando porque realmente puedo verte.
—Vale, ¿y? Por el amor de la Diosa. Aquella Shaylin Ruede, marcada o sin marcar, era una chica de lo más extraña.
—Perdí la vista cuando era solo una niña, justo antes de cumplir cinco años. Lo que no recuerdo es que fuera capaz de ver el interior de las personas. Y creo que si fuera algo normal, al menos habría leído algo al respecto en internet.
—¿Cómo es posible que uses internet si eres ciega?
—¿Me lo preguntas en serio? No me puedo creer que no hayas oído hablar de todos esos chismes y artilugios para facilitar la vida de los discapacitados.
—¿Y por qué debería? No soy ningún discapacitado.
—¿Otra vez? ¡Venga ya! Eso no es lo que dice tu interior.
—Shaylin, ¿de qué demonios estás hablando? Aquella tía estaba como un cencerro. ¿Era posible que el hecho de que hubiera fastidiado toda la historia del rastreo no solo la hubiera convertido en una iniciada roja, sino también en una iniciada roja y tarada? ¡Mierda! Se había metido en un buen lío.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Todos los rastreadores conocen el nombre de los iniciados que tienen que marcar.
Shaylin se llevó la mano a la frente.
—¡Uau! ¡Tienes razón! ¡Voy a ser una vampira!
—Bueno, eso será si sobrevives. La verdad es que no estoy muy seguro de lo que está pasando. Tienes una marca roja.
—¿Roja? Creía que los iniciados tenían una marca azul y, más adelante, tatuajes azules. Como los tuyos —dijo señalando al tatuaje que enmarcaba sus ojos azules de Clark Kent como si fuera un antifaz.
—Bueno, sí. Deberías tener un tatuaje azul, pero no es así. Es rojo. Y ahora, ¿podríamos volver a lo que me estabas contando de que puedes ver en mi interior?
—¡Ah, eso! Sí, es alucinante. Te veo a ti, y también veo un montón de colores diferentes que te rodean. Es como si lo que hay dentro de ti brillara a tu alrededor. —Acto seguido sacudió la cabeza, como si no diera crédito, y lo miró con mayor atención todavía. Luego parpadeó, frunció el ceño, y volvió a parpadear—. ¡Vaya! ¡Qué interesante!
—¿Colores? Eso no tiene ningún sentido.
En ese momento se dio cuenta de que Shaylin estaba apretando los labios con fuerza, como si no quisiera decir nada más, lo que, por algún extraño motivo, lo sacó de quicio.
—¿Qué colores hay a mi alrededor? —preguntó.
—Sobre todo verde guisante, mezclado con otros más diluidos. Me recuerda a esa especie de puré de guisantes que te ponen en algunos sitios cuando pides pescado con patatas fritas aunque, la verdad, no tiene ningún sentido.
Erik sacudió la cabeza.
—Nada de esto tiene ningún sentido. ¿Por qué demonios estoy rodeado del color del puré de guisantes?
—¡Ah! ¡Pero si eso es lo más sencillo de entender! Si me concentro en él, puedo ver lo que significa. —A continuación cerró la boca y se encogió de hombros—. Además, de vez en cuando aparecen unos pequeños destellos, pero no sé decirte de qué color y apenas entiendo lo que quieren decir. Es de locos, ¿verdad?
—¿Y qué te dicen el puré de guisantes y los otros colores más diluidos sobre mí?
—¿Tú qué crees?
—¿Por qué respondes a mi pregunta con otra pregunta?
—¡Oye! Eres tú el que acaba de responder a mi pregunta con una pregunta —protestó Shaylin.
—Yo he preguntado primero.
—¿De verdad crees que eso importa? —preguntó ella.
—Sí —respondió él intentando no perder el control a pesar de que se estaba mosqueando de lo lindo—. ¿Qué quiere decir el color verde?
—Está bien. Significa que nunca has tenido que esforzarte demasiado en conseguir lo que tienes.
Él la miró con ganas de ahogarla y ella se encogió de hombros.
—Has sido tú el que lo ha preguntado.
—No sabes una mierda de mí.
De pronto, Shaylin pareció mosquearse.
—¡Por favor! No sé la razón, pero si de algo estoy segura es de lo que veo.
—Perdona, pero no hace falta que vaya chorreando puré de guisantes por ahí para que intuyas que esta sonrisa me ha abierto muchas puertas —dijo Erik con tono sarcástico.
—¿Ah no? Pues entonces explícame por qué sé también que ese tono gris con aspecto de niebla significa que hay algo que te pone triste —le reprochó poniendo los brazos en jarras y mirándolo fríamente con los ojos entrecerrados. Luego asintió, como si estuviera de acuerdo consigo misma, y le espetó con expresión engreída—: Creo que alguien cercano a ti ha muerto hace poco.
Erik sintió como si acabaran de darle un bofetón. Era incapaz de decir nada. Se limitó a apartar la vista de ella y a intentar pensar a través de una oleada de tristeza.
—¡Hey! Lo siento.
Él bajó la vista y descubrió que corría hacia donde se encontraba y volvía a ponerle la mano en el brazo. La expresión engreída había desaparecido.
—He metido la pata —dijo.
—No —dijo él—. No has metido la pata. Acabo de perder a un amigo mío.
Ella sacudió la cabeza.
—No me refería a eso. He metido la pata al decírtelo de esa manera. Ha sido una bordería. Yo no soy así. Yo no me comporto así. De verdad, lo siento.
Erik suspiró.
—Yo también lo siento. Nada de esto ha ido como debería.
Shaylin se palpó la frente con cuidado.
—¿Nunca habías marcado a nadie de rojo?
—Nunca había marcado a nadie antes de a ti —reconoció él.
—¡Uau! ¿Soy la primera?
—Sí, y lo he fastidiado todo.
—Si devolverme la vista es fastidiarlo todo, estoy totalmente a favor.
—Bueno, me alegro de que puedas ver, pero sigo teniendo que averiguar cómo ha sucedido. —Entonces indicó con la barbilla la marca roja—. Y eso. —A continuación hizo un gesto con la mano a su alrededor—. Y lo del puré de guisantes.
—Lo del puré de guisantes ha salido de ti, pero también hay otros colores. Como cuando has dicho que lo sentías. En ese momento he visto…
—¡No! —la interrumpió levantando una mano—. No creo que quiera saber nada más sobre lo que ves.
—Lo siento —dijo quedamente, bajando la vista y dibujando una línea con la punta de uno de sus zapatos en la parduzca hierba invernal—. Supongo que todo esto es muy extraño. Y ahora, ¿qué hacemos?
Erik suspiró de nuevo.
—No lo sientas, y no tiene nada de malo que sea extraño. Estoy seguro de que Nyx tendrá una buena razón para concederte ese don, y también la marca roja.
—¿Nyx?
—Nyx es nuestra Diosa. La Diosa de la Noche. Es genial, y a veces les hace regalos alucinantes a sus iniciados. —Mientras hablaba, se sentía como un gilipollas integral. Estaba seguro de ser el rastreador más penoso de toda la historia de la Casa de la Noche. Había convertido a una chica ciega en una iniciada roja que podía ver el interior de la gente y en ese momento le estaba hablando de la Diosa.
—Vamos. —No le importaba si Charon habría estado de acuerdo o no, al fin y al cabo, hacía un buen rato que se había salido del guión. Lo mejor que podía hacer era jugárselo todo a una sola carta y terminar de fastidiarlo—. Enséñame dónde vivías hasta ahora. Tendrás que meter tus cosas en una bolsa de viaje o algo así. Vas a venir conmigo.
—¡Ah, sí! A la Casa de la Noche de Tulsa, ¿verdad?
—En realidad no. Te voy a llevar a que te vea una alta sacerdotisa de los iniciados rojos. Tal vez ella consiga averiguar en qué me he equivocado.
—¡Oye! ¿No irá a intentar «arreglarme» y volverme ciega otra vez?
—Shaylin, odio tener que admitirlo, pero no creo que seas tú la que necesita arreglo, sino yo.