3

Kalona

No tuvo que volar durante mucho tiempo para encontrar a sus hijos. Le bastó seguir el hilo que lo mantenía en permanente conexión con sus vástagos. Mis leales hijos, pensó mientras sobrevolaba en círculo las redondeadas colinas cubiertas de árboles de la zona boscosa y menos poblada que se extendía a poca distancia de Tulsa, en dirección sudoeste. Al aproximarse a la cima de la colina más elevada, Kalona descendió del cielo y empezó a planear por entre las espesas y desnudas ramas invernales hasta detenerse en mitad de un pequeño claro. A su alrededor, encastradas dentro de los mismos árboles, había tres estructuras de madera algo rudimentarias, pero construidas con solidez. La aguda mirada de Kalona escrutó por la ventana de las estructuras y vio un montón de brillantes órbitas de color escarlata que apuntaban hacia él.

En ese momento abrió los brazos de par en par.

—¡Sí, hijos míos! ¡He vuelto!

El batir de alas fue como un bálsamo para su alma. Salieron en tropel de las chozas y se posaron a su alrededor, con las cabezas inclinadas en señal de respeto. Kalona los contó: siete.

—¿Dónde están los demás?

Todos y cada uno de los cuervos del escarnio se agitaron inquietos, pero solo una de sus cabezas se alzó para mirarlo a los ojos, y solo una voz sibilante respondió.

—Escondidosss en el oessste. Perdidosss en la región.

Kalona examinó a su hijo, Nisroc, estudiando las diferencias entre aquel cuervo del escarnio y el que solía ser su vástago favorito. Nisroc estaba casi tan evolucionado como Rephaim. Se expresaba casi como un humano. Y su mente era casi tan lúcida como la del otro. Pero era ese «casi», esa pequeña línea que se interponía entre los dos, lo que había hecho que Kalona se hubiera decantado por Rephaim y no por Nisroc.

Kalona cerró la mandíbula con fuerza y la volvió a abrir. Había sido una estupidez prodigar todas sus atenciones exclusivamente a Rephaim. Tenía muchos hijos donde elegir y a lo que mostrarles su amor. El que había salido perdiendo al marcharse había sido él. Rephaim solo tenía un padre, y una diosa ausente y una vampira que jamás podría amarlo de verdad nunca podrían sustituirlo.

—Me alegro de que estéis aquí —dijo Kalona, apartando de su mente al hijo ausente—, pero hubiera preferido que permaneciérais todos juntos esperando mi regreso.

—Retenerlos no pude —dijo Nisroc—. La muerte de Rephaim…

—¡Rephaim no está muerto! —le espetó Kalona, provocando que Nisroc se estremeciera y bajara la cabeza. El alado inmortal hizo una pausa, recuperó el control sobre su estado de ánimo y continuó—: Aunque hubiera sido mejor para él estarlo.

—¿Padre?

—Ha elegido ponerse al servicio de esa vampiresa, la sacerdotisa roja, y de su Diosa.

El grupo de cuervos del escarnio siseó y se encogió de miedo como si los hubiera golpeado.

—¿Es posible? ¿Cómo? —preguntó Nisroc.

—Ha sido posible gracias a las hembras y a sus manipulaciones —respondió Kalona en tono sombrío. Sabía de sobra cómo podía uno convertirse en su presa. Él mismo había sido humillado por…

De pronto, cayendo en la cuenta, el inmortal parpadeó y habló, más para sí mismo que para sus hijos.

—¡Pero sus manipulaciones no duran por siempre! —Seguidamente sacudió la cabeza con un amago de sonrisa en su rostro—. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Rephaim se cansará de ser el perrito faldero de la Roja y, cuando lo haga, se dará cuenta del error que ha cometido, un error del que no es completamente responsable, al menos, no solo él. La Roja lo manipuló, lo envenenó y lo volvió en mi contra. ¡Pero es solo temporal! Cuando ella lo rechace, porque la final lo hará, dejará la Casa de la Noche para volver a mi…

Kalona interrumpió su discurso y empezó a tomar decisiones a toda velocidad.

—Nisroc, coge a dos de tus hermanos y regresa a la Casa de la Noche. Vigilad. Estad al acecho. Observad a Rephaim y a la Roja. Y cuando se presente la oportunidad, habla con él. Dile que a pesar de que ha cometido un terrible error y se ha alejado de mí… —Kalona hizo una pausa y abrió y cerró la mandíbula, terriblemente incómodo con la tristeza y la soledad que le invadía cada vez que pensaba demasiado en la elección de Rephaim. El alado inmortal puso orden en sus pensamientos, sometió sus sentimientos y continuó dándole indicaciones a Nisroc—: Dile a Rephaim que a pesar de que su elección, fruto del hecho de estar mal aconsejado, fuera abandonarme, todavía hay sitio para él a mi lado, pero que la mejor manera de conservarlo es quedarse en la Casa de la noche, incluso después de que decida marcharse.

—Essspía —dijo Nisroc y los demás cuervos del escarnio se hicieron eco del entusiasmo de su hermano con sus característicos graznidos.

—Así es, pero es posible que en este momento no sepa que está espiando —dijo Kalona. Seguidamente, añadió—: ¿Has entendido, Nisroc? Tienes que observarlo. Permanecer oculto a todos menos a Rephaim.

—¿No matar vampiros?

—No, a menos que te sientas amenazado. En ese caso, haz lo que te parezca. Eso sí, sin que te capturen y sin matar a ninguna alta sacerdotisa —añadió Kalona hablando lentamente para remarcar sus palabras—. Nunca es una buena idea provocar sin motivo a una diosa, así que las altas sacerdotisas de Nyx no deben morir. —En ese momento miró a su hijo con el ceño fruncido, recordando a su otro vástago, el que había estado a punto de matar a Zoey Redbird no hacía mucho y que había perdido la vida por ello—. ¿Has entendido mis órdenes, Nisroc?

—Sssí. Yo hacer lo que dicesss. Observar Rephaim. Espiar Rephaim.

Kalona miró a su alrededor, asintiendo con la cabeza al contemplar los bosques que lo rodeaban, valorando positivamente el hecho de que sus hijos hubieran encontrado un lugar en las alturas, aislado, en el que anidar.

—Y los humanos, ¿no vienen por aquí? —preguntó.

—Sssolo cazadoresss. Y ya no másss.

Kalona elevó las cejas.

—¿Habéis matado humanos?

—Sssí. Dosss. —Nisroc se agitó entusiasmado—. Lanzamos contra rocas —añadió apuntando hacia un lugar situado algo más abajo de donde se encontraban.

Kalona se adelantó para mirar, intrigado, la empinada ladera de la cordillera donde las poderosas líneas de energía que transportaban magia eléctrica al mundo moderno se extendían ante sus ojos. Los humanos habían despejado la zona que rodeaba las enormes torres de manera que la tierra descendía desde donde estaban formando una amplia franja que se alargaba hasta el horizonte. La tala de árboles había dejado al descubierto los bordes afilados de enormes bloques de granito de Oklahoma que se alzaban hacia el cielo.

—¡Excelente! —exclamó Kalona, asintiendo con satisfacción—. Hicisteis que pareciera un accidente. Buen trabajo. —A continuación se giró de nuevo hacia el claro y hacia los cuervos del escarnio allí congregados, que tenían toda su atención puesta en él—. Este lugar está muy bien elegido. Quiero tener a todos mis hijos aquí, a mi alrededor. Nisroc, ve a la Casa de la Noche de Tulsa. Haz lo que te pido. El resto de vosotros, volad al oeste. Llamad a vuestros hermanos. Decidles que vengan a mí. Les esperaremos aquí y desde aquí observaremos. En este lugar nos prepararemos.

—¿Prepararnosss? ¿Para qué, padre? —inquirió Nisroc, ladeando la cabeza.

Kalona se quedó pensando en cómo su cuerpo se había visto atrapado y cómo le habían arrebatado el alma para enviarla al Otro Mundo. Se quedó pensando en cómo, después, a su regreso, ella lo había sometido, esclavizado y tratado como hubiera sido propiedad suya.

—Nos prepararemos para la destrucción de Neferet —respondió.

Rephaim

Todo el mundo lo miraba con desconfianza. Rephaim lo detestaba, pero también lo entendía. Había sido su enemigo. Había matado a uno de ellos. Había sido un monstruo.

Lo cierto es que todavía podía ser un monstruo.

Cuando al empezar la tercera hora una profesora que se hacía llamar a sí misma Penthasilea les había leído unos fragmentos de un libro escrito por un antiguo vampiro llamado Ray Bradbury que se titulaba Farenheit 451 y les había hablado sobre él y sobre la importancia de la libertad de expresión y de pensamiento, Rephaim había intentado controlar sus nuevos rasgos humanos para parecer interesado y atento, pero su mente se perdía. Le hubiera gustado escuchar a la profesora y no tener nada más de lo que preocuparse excepto de lo que ella llamaba «descifrar el simbolismo», pero el cambio de chico a cuervo lo tenía obsesionado.

Había sido tan doloroso y aterrador como apasionante.

Y no recordaba prácticamente nada de lo que había sucedido después.

Lo único que conservaba de aquel día y de su transformación en cuervo eran algunas imágenes y sensaciones.

Stevie Rae lo había acompañado hasta el exterior, fuera de los profundos túneles de tierra y lo había llevado hasta el árbol más cercano al sótano, el que, no mucho tiempo atrás, les había servido para resguardarse del sol abrasador.

—Ahora tienes que volver dentro. Está amaneciendo —le había dicho él, tocándole suavemente la mejilla.

—No quiero dejarte —había dicho ella rodeándolo con sus brazos y estrechándose contra él.

Él respondió a su abrazo solo durante un instante, después la apartó delicadamente y la condujo con decisión hasta las sombrías rejas que tapaban la entrada de acceso a los túneles.

—Baja. Estás agotada. Necesitas dormir.

—Me quedaré mirando hasta que te conviertas en… Ya sabes, en pájaro.

Había dicho las últimas palabras en un susurro, como si el hecho de no decirlas en voz alta fuera a cambiar algo. Probablemente era una estupidez, pero le hizo sonreír.

—No importa si lo dices o no. Va a suceder.

Ella suspiró.

—Lo sé. Pero sigo sin querer dejarte solo. —Stevie Rae había alargado el brazo, exponiéndolo a la claridad de la mañana, y le había cogido la mano—. Quiero que sepas que estoy aquí contigo.

—No creo que un pájaro sepa gran cosa del mundo de los humanos —había respondido, no sabiendo que otra cosa podía decir.

—No vas a ser un simple pájaro. Te vas a convertir en un cuervo. Y yo no soy humana. Soy una vampira. Roja. Además, si no me quedo aquí, ¿cómo vas a saber adónde volver?

Percibió un sollozo en su voz que le partió el corazón. Entonces le besó la mano.

—Lo sabré. Te doy mi palabra. Siempre encontraré el camino de vuelta a ti.

Justo en el momento en que estaba a punto de darle un ligero empujoncito para que entrara en el sótano, había sentido un dolor lacerante que se había apoderado de todo su cuerpo.

Al volver la vista atrás se dio cuenta de que debía habérselo esperado. ¿Cómo no iba a ser doloroso pasar de ser un chico joven a un cuervo? Pero su mundo había estado girando alrededor de Stevie Rae y de la sencilla pero desbordante felicidad que le producía estrecharla entre sus brazos, besarla, sentir su cuerpo contra el suyo…

No se había parado a pensar en la bestia.

Al menos la próxima vez estaría preparado.

El dolor lo había desgarrado. Había escuchado el alarido de Stevie Rae, que sirvió como eco al suyo propio. Su último pensamiento humano había sido la preocupación por ella. Su última visión humana había sido la de ella gritando y sacudiendo la cabeza hacia delante y hacia atrás. Estiraba los brazos hacia él mientras el animal reemplazaba por completo al ser humano. Recordaba haber extendido las alas como si se desperezara después de haber estado encerrado en una diminuta celda. O mejor dicho, una jaula. Y haber volado.

Recordaba haber volado.

Al llegar el ocaso se había encontrado a sí mismo desnudo y muerto de frío junto al mismo árbol al lado del sótano. Se acababa de poner la ropa que le habían dejado cuidadosamente doblada sobre un pequeño taburete cuando Stevie Rae había salido precipitadamente del sótano.

Sin dudarlo ni un instante se había abrazado a él.

—¿Estás bien? ¿De verdad? ¿Estás bien? —le había repetido una y otra vez mientras lo examinaba y palpaba sus brazos en busca de huesos rotos.

—Estoy bien —la había tranquilizado. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando. Le cogió la cara entre las manos y dijo:

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

—Debió de dolerte mucho. Gritabas como si te estuvieran matando.

—No —mintió—. No fue tan malo. Es solo que me pilló desprevenido.

—¿En serio?

Él le sonrió, ¡cuánto le gustaba sonreír!, la rodeó con sus brazos y le besó sus rubios rizos, tranquilizándola.

—En serio.

—¿Rephaim?

Rephaim regresó de golpe al presente al oír su nombre de la boca de la profesora.

—¿Sí? —respondió con el mismo tono inquisitivo.

Ella no le sonrió, pero tampoco se burló de él ni le reprendió. Simplemente se limitó a decir:

—Te he preguntado qué crees que significa el fragmento de la página siete. Ese en el que Montag dice que el rostro de Clarisse era como «un frágil cristal de leche» y «la extrañamente agradable y parpadeante luz de una vela». ¿Qué crees que intenta decir Bradbury sobre Clarisse con estas descripciones?

Rephaim no daba crédito. Una profesora le estaba haciendo una pregunta. Como si fuera un simple iniciado perdido en sus ensoñaciones, normal, aceptado. Hecho un manojo de nervios y sintiéndose completamente expuesto, abrió la boca y soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Creo que intenta decir que es una mujer única. Reconoce lo especial que es y lo aprecia.

La profesora Penthasilea levantó las cejas y durante unos terribles segundos Rephaim pensó que estaba a punto de ridiculizarlo.

—Interesante respuesta, Rephaim. Quizás si te concentraras más en el libro y menos en otras cosas, tus respuestas podrían pasar de ser interesantes a increíbles —puntualizó con un tono seco e imperturbable.

—G-gracias —acertó a decir Rephaim, sintiendo que las mejillas se le encendían.

Penthasilea asintió con una leve inclinación de la cabeza en señal de reconocimiento antes de girarse hacia un estudiante sentado unas filas más adelante y preguntarle:

—¿Y qué opinas tú de la última pregunta que le hace ella en esta escena: «¿Eres feliz?»? ¿Qué significado crees que tiene?

—Buen trabajo —le susurró Damien desde su pupitre, situado junto al de Rephaim.

Este fue incapaz de responder. Se limitó a asentir y a intentar entender la repentina sensación de felicidad que lo invadía.

—¿Sabes lo que le pasa? ¿A esa chica especial? —El susurro provenía del iniciado sentado justo delante de Rephaim. Era un chico bajo, musculoso y de rasgos marcados. A Rephaim no le costó nada percibir el desprecio en la expresión de su cara cuando lo miró por encima del hombro.

Rephaim negó con la cabeza. No, no lo sabía.

—La matan por culpa de él.

Rephaim sintió como si le hubieran dado una patada en la garganta.

—Drew, ¿tienes algo que comentar sobre Clarisse? —le preguntó la profesora alzando de nuevo las cejas.

Drew se dejó caer de golpe hacia delante con despreocupación y levantó un hombro.

—No, señora. Solo estaba ilustrando al chico pájaro sobre lo que pasará en el futuro. —Seguidamente hizo una pausa y lo miró por encima del hombro antes de decir—: El futuro del libro, claro está.

—Rephaim. —La profesora pronunció su nombre en un tono que de pronto se había vuelto mucho más severo. A él le sorprendió sentir el poder de esta sobre su piel—. En mi clase todos los iniciados son iguales. Y nos referimos a todos por su nombre. El suyo es Rephaim.

—Pero profesora P, él no es un iniciado —protestó Drew.

La profesora se había bajado de la tarima y la clase vibró con el ruido y la energía.

—Está aquí. Y mientras esté aquí, en mi clase, se le tratará como a cualquier otro iniciado.

—Sí, señora —respondió Drew agachando la cabeza respetuosamente.

—Bien. Una vez resuelta la cuestión, ha llegado el momento de hablar sobre los proyectos creativos que tendréis que hacer para mí. Quiero que elijáis uno de los numerosos elementos simbólicos que utiliza Bradbury en este maravilloso libro y que lo representéis…

Rephaim permaneció inmóvil mientras la clase dejaba de interesarse por él y por Drew y volvía a concentrarse en el libro. La frase «la matan por culpa de él» se repetía una y otra vez en su cabeza. Estaba claro lo que Drew había querido decir. No estaba hablando del personaje de una novela. Se refería a Stevie Rae y daba a entender que la matarían por culpa suya.

Jamás. Mientras él estuviera vivo no permitiría que nada ni nadie le hiciera daño a su amada.

Cuando sonó la campana que indicaba el final de la clase, Drew le lanzó una mirada asesina cargada de intención.

Rephaim tuvo que contenerse para no abalanzarse sobre él. ¡Enemigo!, le gritaba su viejo yo. ¡Destrúyelo! No obstante, Rephaim se limitó a hacer rechinar la mandíbula y devolverle la mirada sin parpadear cuando el iniciado le dio un empujón al pasar.

Sin embargo, Drew no fue el único que le miró con odio. Todos ellos le lanzaron miradas que iban desde la hostilidad hasta el pánico, pasando por el miedo.

—¡Hey! —lo animó Damien mientras salían juntos de la clase—. No le hagas caso a Drew. Estuvo colado por Stevie Rae. Son solo celos.

Rephaim asintió con la cabeza y esperó a estar fuera, lejos de los oídos indiscretos del resto de alumnos. Entonces, en voz baja, dijo:

—No se trata solo de Drew. Son todos. Me odian.

Damien le hizo un gesto para que lo siguiera y, una vez se hubieron alejado un poco del sendero, se detuvo y le dijo:

—Sabías que no iba a ser fácil.

—Es cierto. Solo que… —Rephaim hizo una pausa y sacudió la cabeza—. No. Es cierto y punto. Sabía que les costaría aceptarme. —Seguidamente se quedó mirando a Damien. El iniciado tenía el rostro demacrado. El dolor lo había envejecido. Tenía los ojos rojos e hinchados. Había perdido al amor de su vida, y sin embargo estaba mostrando amabilidad por Rephaim—. Gracias, Damien —dijo.

Damien esbozó un amago de sonrisa.

—¿Por decirte que no iba a ser fácil?

—No. Por ser amable conmigo.

—Stevie Rae es amiga mía. La amabilidad que te muestro es por ella.

—Entonces eres un amigo excepcional —respondió Rephaim.

—Si realmente eres el chico que Stevie Rae piensa que eres, cuando estés del lado de la Diosa encontrarás a un montón de amigos excepcionales.

—Ya estoy del lado de la Diosa —replicó Rephaim.

—Mira, Rephaim, si no lo creyera, no te ayudaría, independientemente del cariño que le tengo a Stevie Rae —dijo Damien.

Rephaim asintió con la cabeza.

—Me parece justo.

—¡Hey, Damien! —Uno de los iniciados, un chico excepcionalmente pequeño, corrió hasta donde se encontraban. Entonces miró a Rephaim y añadió un rápido—: ¡Hey, Rephaim!

—Hola, Hormiga —dijo Damien.

Rephaim inclinó la cabeza a modo de saludo, incómodo con todo el proceso de socializar con los demás.

—He oído que tienes esgrima a esta hora. ¡Yo también!

—Así es —respondió Damien—. Rephaim y yo estábamos a punto de… —En ese momento hizo una pausa y Rephaim vio cómo se sucedían diferentes emociones por su rostro, acabando con azoramiento. Luego exhaló un largo suspiro antes de añadir—: Esto… Rephaim, el profesor de esgrima es Dragon Lankford.

En ese momento, Rephaim lo entendió todo.

—¡Oh! ¡Vaya! Eso no pinta muy bien —opinó Hormiga.

—Puede que todavía esté en la reunión del Consejo de la escuela —dijo Damien esperanzado.

—Creo que será mejor que me quede aquí, independientemente de si Dragon acude a clase o no. Si viniera con vosotros solo provocaría… —La voz de Rephaim se apagó lentamente porque las únicas palabras que le venían a la mente eran caos, problemas y desastre.

—Incomodidad —lo ayudó Damien—. Probablemente provocaría incomodidad. Tal vez deberías saltarte la clase de esgrima. Al menos, hoy.

—Me parece lo más sensato —dijo Hormiga.

—Te esperaré por aquí —dijo Rephaim señalando vagamente la zona arbolada que los rodeaba. No estaban lejos de los muros de la escuela donde, encastrado en la fachada de piedra, se alzaba un roble particularmente grueso debajo del cual había un banco de hierro forjado—. Estaré allí sentado.

—De acuerdo. Me pasaré a recogerte cuando acabe la clase. La siguiente hora es de español. La profesora Garmy es muy maja. Te gustará —dijo Damien mientras Hormiga y él se encaminaban hacia la casa de campo.

Rephaim asintió y los saludó con la mano, esforzándose por sonreír al ver que Damien seguía con la cabeza girada mirándolo con expresión preocupada. Cuando por fin los dos iniciados estuvieron fuera de su vista, Rephaim caminó hasta el banco y se dejó caer sobre él.

Se alegraba de pasar un poco de tiempo solo, sin nadie que lo protegiera, para poder relajar los hombros y dejar de preocuparse por el hecho de que los demás no le quitaran el ojo de encima. ¡Se sentía tan fuera de lugar! ¿En qué estaría pensando cuando había dicho que quería ser normal e ir al colegio como cualquier otro? Él no era cualquier otro.

Pero ella me ama. A mí. Tal y como soy, se recordó a sí mismo. Aquella idea lo hizo sentirse un poco mejor, algo más despreocupado.

Y entonces, aprovechando que estaba solo, lo expresó en voz alta.

—Yo soy Rephaim y Stevie Rae me quiere tal y como soy.

—¡Rephaim! ¡No!

La susurrante voz semihumana provenía de las ramas del roble. Con una terrible sensación de pánico Rephaim alzó la vista y vio tres cuervos del escarnio, tres de sus hermanos, allí encaramados, mirándolo con expresión de sorpresa e incredulidad.